El hombre que mira a los ocasos y vive con el fuego de su melancolía, está sentado, en la Alameda del Tajo, en un banco o cubo de piedra aprovechando un saliente ex profeso en la balconada de hierros, adobes, pináculos y asombros, el que una vez y todas recibió al poeta, que protege, aquilata o sublima el abismo; ni un parpadeo mientras moldura una reflexión de Borges y cuando, obviamente, deslee los flamígeros tachones del anochecer. Mirarlos y sentir, con fuerza, con devoción, la sacudida de la melancolía que en estos instantes identifica con la felicidad. La proscrita felicidad, crepuscular y prístina. "Quizá porque ya no veo la felicidad como algo inalcanzable; ahora sé que la felicidad puede ocurrir en cualquier momento y que no se debe perseguir". Cierra los ojos, retiene muy adentro el incendio del horizonte. Entonces, aun abismado, sonríe.
"FELICIDAD CREPUSCULAR'
© F.J. Calvente.
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