Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 11 de agosto de 2019

"YO TE DIGO..."


"Hola, hombre que mira a los ocasos y vive con el fuego de su melancolía. En esta tu nueva "Madrugada de Tajo" he decidido no estarme callado, pero con esto no digo que quiera responder a una y a las cien mil preguntas que has volcado aquí, al abismo, incluso a la posible imposibilidad de volar por la sinuosidad de su farallón o arriba en un cielo preñado por la misma oscuridad de su desasosegante fondo; todo sin transgredir un axioma de la física que aconseja no atravesar ningún barranco con dos pasos, ni hacia atrás para tomar impulso, y aunque yo no tenga, y no es frivolidad ni fatuidad, esta limitación de mi naturaleza. Bien cierto es que puedo hablarte y sugerirte no una sino cien mil maneras de sugestionarte y volar con la imaginación más allá de lo duradero y cognoscible, de lo irreal y tangible. No en vano también soy una criatura de la noche, y aunque logres verme de día, oírme de día, sentirme de día, jamás podrás atraparme, abarcarme, si no es por la noche, pues pertenezco a esta oscuridad primigenia que se renueva cada jornada y, ¡qué mágica paradoja!,  todavía no has conseguido interpretar mi silencio. Sí, me vale ese párrafo de un diálogo de "The Crow" que has recordado: "Antiguamente la gente creía que, cuando alguien muere, un cuervo se lleva su alma a la Tierra de los Muertos. Pero a veces sucede algo tan horrible que, junto con el alma, el cuervo se lleva su profunda tristeza y el alma no puede descansar. Y a veces, sólo a veces, el cuervo puede traer de vuelta el alma para enmendar el mal." Cuántos espectros, cuántos muertos recorren esta guadaña cósmica implorando una redención que no llegará, aprisionados en el azogue de los cristales de ventanas de unas mansiones cerradas, malditas de ruinas y de losas del pasado, en las turbias aguas del río que amenazan con peligros inadvertidos, de inversiones apocalípticas y fragmentadas. Fantasmas y espíritus en una prisión sin barreras, en la espera de que puedas escucharlos. Hasta hoy. Hoy he concebido la necesidad de conversar contigo y a pesar de este tórrido monólogo. Hoy, después de oír tus gritos, tus desconsuelos, tus anhelos, tus fantasías resbalar con el surrealismo de este abecedario de piedras, hierros, luz y tinieblas, he tomado la decisión, acaso piedad, por voluntariosa que fuese, de responderte y ya que todavía no has logrado alcanzar ese grado de madurez, ese nivel de consciencia, para interpretar mi sigilo que se remonta, precisamente, a la primera noche de los tiempos. No ha sido por pena, sin duda, dado nuestro nivel de complicidad y de una hondura como esta, sólo que tras tantos vahos en el espejo, tuyos, he decido, con mis dedos de ecos ancestrales, trazar esta respuesta... no, mejor esta incipiente conversación de la que aún ignoro su término y objetivo. Porque te he apreciado más cansado (espero no sea por falta de los otros sueños que despiertan y no descienden) tanto para, ¡qué pura contradicción!, no descansar tu cuerpo en el pretil del Puente Nuevo, reconfortándote a pesar del calor, aunque corra una brisa fresca, ¡qué amable incoherencia!, en la incandescencia durante horas retenida por la piedra quebrada e instruida; tampoco has extendido tus brazos, las palmas de las manos abiertas, en señal de ofrenda, hacia mi bóveda renegrida y rota por la helada llamarada del parapeto del ingenio de Aldehuela y el encalío lunar en las casonas colgadas del precipicio, hasta cuando son absorbidas por el rumor ciego y bruno de un bajío siquiera más confuso y pavoroso; ni un solo grito, disimulado o sañudo, de ensayo o concluyente, nada para vaciarte y llenar, ¡qué ocurrente paradoja!, el vacío; pues he creído que ante una afluencia mayor de gente en esta primera hora del alba, más insomnes que noctámbulos, te haya hecho más remiso, más cohibido, hasta que me he sumergido en tus ojos, en los océanos de las lágrimas que nunca desaguaste como desahogo a las contrariedades del destino, y me ha alcanzado la desolación por las rutinas y la indiferencia por un reencuentro con lo bello y extraordinario que no ha merecido durante todo este tiempo un mero guiño de respuesta, una sonrisa, un latir mutuo y comprometido. Porque el cansancio o la comodidad ignorante, la que esta noche te ha abotargado evadiendo las preguntas como comprometidos arcanos, formulando imaginarios que tiemblan por su concreción, te ha ido inclinando hacia la otra orilla del Puente, en otra perspectiva si cabe más tenebrosa, más apagada y difusa, pero en la que abrazas una afinidad como esas intimidades sin sentido, como ese querer que aprieta las entrañas sin un sujeto suspirado y definido. Y ahí te he hallado o has querido que rompa mi reserva, susurrándote conmociones de historias épicas, de leyendas permanentes en las oquedades, en las agudas aristas de esta ferocidad pétrea, separada y en absoluto incompleta; una interpretación, una dirección, un milagro, quizás místico, quizás espiritual, quizás primordial, un sentido, un amor porque vives y por cuanto deseas seguir haciéndolo con sentido, con amor, con belleza. Oí tu pensamiento apocado, proclive a una resignación que aquí supone la antesala a la desolación, el inicio para la desfragmentación, tu mirada aprehendida en una frase leída a Manuel Rivas: "una psicogeografía de irrealidad somnolienta", tras la que  me he dispuesto a hablar, a estar contigo, y sin ofrecerte alguna de las respuestas que, al fin y al cabo, ¡divino contrasentido!, siempre han permanecido en tu interior, en los pálpitos de amor y belleza, también en los desgarros de lo trágico e innombrable, de las costuras del alma, en especial acá, en este umbral del Tajo. No, yo no soy el Tajo, siento decepcionarte, Él está por encima de Todo, de cualquier entendimiento y tiempo. Yo sólo soy un simple instrumento, un efímero elemento que planea por su prodigiosa arquitectura, que transmite el testimonio de su prodigio, que incita a una comunión con lo sobrenatural o con la parte creativa, un culmen supongo que ascético con la eternidad de la belleza que una vez tuviste y la perdiste en tus recónditos interiores por un bienestar lineal y dictaminado. Yo solo soy un ave, una chova que arrastra en mi plumaje de reflejos iridiscentes la oscuridad de este abismo, el incendio del Puente en el pico, y en mis secos y resonantes graznidos la llamada de los ecos del precicipicio. No, no soy el Tajo, hombre que mira a los ocasos y vive con el fuego de su melancolía, sino un servidor de su juicio, de su permanencia y energía, a lo mejor un medio para ponerme en contacto contigo, dado tu grado último de orfandad anímica, y entregarte este testimonio, pero sin el compromiso de una respuesta a tus dudas existenciales, espirituales o de una nostalgia errada. Con esto termino, lo siento. No sé si mañana vuelva a entablar comunicación contigo o lo haga otro hermano, demonio o extraño. Sin embargo, de oírme, por supuesto que lo estás haciendo, comienzas con la precisa actitud de entender, tan idónea para descifrar este atávico silencio, y encontrarte más cerca del vacío, de ti, de ser tú otro infinito, otro abismo, otro Tajo, en otra noche del principio de los tiempos."

"YO TE DIGO..."
© F.J. Calvente.

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