domingo, 31 de octubre de 2021

"MÁSCARA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE"

 


"Aquí yace otra máscara..."


Leyó el epitafio de la sepultura, mientras depositaba una rosa, ¿blanca? ¿roja?, en el rebajo de mármol. "Yo que pensaba ver su nombre, delineado en esas letras de metal con sus ecos de fulgores, y unos guarismos de su principio y final en este lado", murmuró como lo hacían los pinos que descollaban tras la tapia del camposanto.  "Al final encontré la lucidez, o esa otra manera de no ser un cobarde, pero ya era tarde para arrancarme la máscara. Y es que somos los únicos seres que aguantan su máscara para siempre." Lo había oído, claramente, unas palabras que de no proceder del nicho las hubiera atribuido a una fantasía del viento, del aire entre las ramas de los árboles, de una corriente en un hueco, en una caja de resonancias. Se sobresaltó, por supuesto, y un escalofrío, como una descarga eléctrica, recorrió desde su nuca a los pulgares de sus pies siquiera más fríos. "Es imposible...", comenzó a decirse para exorcizar el miedo. Sin embargo, no pudo terminar la frase, interrumpido por una cavernosa inflexión de varón, muy parecida a la del amigo fallecido y por el que había acudido hoy al cementario, para rendirle recuerdo y respeto. "Imposible porque estoy muerto, ¿no?", de tal modo habló con propiedad la voz de ultratumba. "Debo estar soñando o delirando o en un estado alterado de conciencia, no sé si por el anís con las castañas o por mi cansancio... Los muertos no hablan, no están, es terrorífico, no puede estar sucediendo esto, yo que estoy vivo", más espantado, menos escéptico, intentó serenarse, para a poco que pudiera controlar sus nervios vulnerados, crispados, salir corriendo, huyendo, como alma que lleva... Y la voz de la tumba, amortiguada por la sólida lápida de marmol veteado, recuperó su prestancia y crédito, incluso pareció  relamerse con un deje burlesco: "¿En verdad crees estar vivo como supones que yo estoy muerto? ... Todo esto es tan extraordinario, tan inalcanzable, tan prodigioso... Verás: aunque ya va para dos años que el corazón, de repente, ¡zasca!, dejó de latirme, cada vez que me recuerdas, cada vez que, sea por Los Santos, me traes una flor, me haces vivir, vivo, incluso de una manera más efectiva a la creencia, a la fe en la existencia de otra vida después de la que una vez fue mía y aún tuya y espero que por mucho tiempo. ¿Qué es el tiempo?..." Absorto, esperaba la continuación de un discurso que se abandonó a la pausa del momento, a un silencio pesado, a la comunicación de las flores que todo saturaban con estridencia, temblando al ver el contorno oscuro de su sombra esculpido en el frontal de la sepultura. Y entonces prosiguió la palabra de la entraña de la tierra, por leve que esta fuese: "... Y por otro lado, a vueltas con esta paradoja universal... ¿crees estar vivo? Vamos, dime: ¿Vives la vida como deseas? ¿Vives o sobrevives? ¿Vive la máscara o aquel que una vez fue verdadero? ¿Puedes arrancarte la máscara, ahora o así cuando quieras? No tengas miedo, e intenta reflexionar en esto, con sinceridad; o al menos contabilizar, ¡ah! ¡maldito tiempo!, cuánta muerte arrastras en tu existencia..." Y la voz del Más Allá, o de un Más Acá incognoscible, la palabra de la cárcava, dejó de emitirse, como si nunca hubiese sucedido, como si al fin y al cabo hubiese sido un inquietante y curioso efecto del viento, del aire entre las ramas de los pinos, de una corriente en un hueco, en una caja de resonancias, o de la comunicación de los miles de flores muertas que con estridencia lo saturaban todo. Todavía convulsionado por el pavor, terminó de leer el epitafio en la tumba del amigo:


"Aquí yace otra máscara... Una entre las demás."


¡Feliz Samhain!


"MÁSCARA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE"

F.J. Calvente.

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