Discurre el Lunes Santo con esa quieta melancolía con la que llora el cielo. La lluvia, en su "chicotá" sujeta y acompasada al trino y silencio de los pájaros, manso chirimiri, parece arrojar su húmeda respuesta al desafío que ayer le plantearon con éxito los tres desfiles penitenciales, tres, del Domingo de Ramos. No se sabe qué va a suceder. No se sabe si habrá recreación en las calles, aspiración de tocar el firmamento. No se sabe si se escenificará el mensaje del día, espiritual más que evangélico, el de la purificación, la voluntad por desprenderse del ego, de dejarse atrapar para entonces, conscientes del cautiverio, de la prisión de un mundo enfermo; soltar, soltarse una a una las cadenas, una a una las espinas, una a una las resignaciones, a trascender y reencontrarse con el verdadero yo, con nuestro maestro interno tras el sacrificio y redención absolutos, hacia el renacimiento tras la muerte, como Lázaro regresó a la Vida o por fin vivió la suya con consciencia.
No sabemos, pero sí sabemos que los pedidores de la Real Hermandad del Santo Entierro de Cristo, talega negra en una mano, azogues de terciopelo, el esquilón en la otra, dorados destellos que fracturan la borrasca, guiños de luz, de esperanza, con el paraguas en ambas y de modo alterno, rubrican la tradición en su pedida o solidaridad por las calles. Asimismo, inconscientemente, simbólica o esotéricamente, refuerzan el mensaje o la epifanía del Lunes Santo. Primero, invitar a como Jesús hizo al expulsar a los mercaderes del Templo, a limpiar nuestro templo interior, a purificarnos, a desprendernos de nuestra parte alícuota de las treinta monedas de plata de la profecía y providencia, las que tintinearan en el oscuro pañuelo anudado por sus tres picos, tres, iguales a las otras, a todo el metal, a todo lo ávaro y mundano, para transmutar las mezquinas posesiones, las efímeras conquistas y acaparaciones, en renuncia, con generosidad, en ayuda para el que tiene menos, para el que nada tiene. "¡Tolón! ¡Tolón! ¡Santo Entierro de Cristo!"
No sabemos, por contra y desafortunadamente, si este pulso más decidido del cielo, dejará dentro del Templo, de la caverna iniciática, de la hondura de piedras, a las mesas de trono con los sagrados titulares, con sus leyendas y sentencias. Porque allí, pero hoy y siempre aquí, omnipresente, Trinidad bajará un poco sus ojos a la tierra, al suelo, a las huellas que va dejando el ceremonioso paso del Hijo, del Señor, reflejadas en sus lágrimas saladas de mar y consuelo, sanadoras y redentoras. Cautivo Málaga. Él, Cautivo, consciente de la equívoca traición, de su captura, permitiendo de esta manera la purificación espiritual, la sanación de los enfermos sea cual sea su enfermedad, egoísmo, preocupación, negatividad... Todos estamos enfermos. Todos necesitamos perdón. Trinidad recuerda, inspira a limpiar los corazones, las mentes, a desprendernos de un ego que no es nuestro. Con Voluntad y fe. Con Promesa y Confianza.
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