Hoy he visto el Aleph, la esfera donde confluyen todos los tiempos y todos los espacios. No ha sido la primera vez y espero no sea la última, y aunque esto no dependa en nada de mí, ni de Borges. La "pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor", apareció de improviso en una de mis fotos, arriba de la Puerta de Almocábar, en las murallas del Barrio San Francisco de Ronda. En un primer momento encerraba la mañana, la alameda, la piedra, los velos de escarcha, para inmediatamente el espacio cósmico, al resto de todas las cosas, en una serie de vertiginosas espirales vistas desde todos los puntos, de forma simultánea y sin interponerse hacia el centro. Fugaz esta visión del infinito en una realidad cargada de rutinas, el juego de los espejos que desleía las limitaciones de lo perecedero. Hoy he visto y tal vez he fotografiado el Aleph, aún sin quererlo, "ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
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