“A mis hijos,
que nunca han besado el pan”
He querido comenzar esta reseña
de “Los besos en el pan” de Almudena Grandes (Tusquets, 2015) con la propia
dedicatoria de la autora en el libro. Con seguridad pertenezco a la última
generación de los que mantenemos esa tradición de besar el pan cuando se nos
cae, como un último vestigio de aquellos “años del hambre” en los que nuestros
ancestros, con este inocente gesto, exorcizaban y consideraban a un bien
esencial en los tiempos de posguerra y crisis. Luego he leído con admiración
sus casi 340 páginas, porque he sentido a unas letras surgidas directamente del
estómago, de las entrañas de esta escritora fundamental de la literatura
española, no solo de su alma. Probablemente no es su mejor libro,
interrumpiendo la serie sobre la Guerra Civil en Historia de una Guerra Interminable,
pero lo considero emocionante en su compromiso con la actualidad, su alegato
para que nada quede en el olvido o amordazado por el miedo, fácticos o
menesterosos ambos, recuperar la dignidad y coraje en los que “resistimos” esta
cruda crisis que, contra todo lo que se creía y deseaba, está durando
demasiado: “No será para tanto, se
dijeron, pero fue, y nada cambió en apariencia mientras el asfalto de las
calles se resquebrajaba y un vapor ardiente, malsano, infectaba el aire. Nadie
vio aquellas grietas, pero todos sintieron que a través de ellas se escapaba la
tranquilidad, el bienestar, el futuro”. Y dicho esto, como es habitual, a
continuación la sinopsis editorial:
“Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, pero hay que ser todavía
más valiente para aceptarla. Los besos en el pan, una conmovedora novela sobre
nuestro presente.
¿Qué puede llegar a ocurrirles a
los vecinos de un barrio cualquiera en estos tiempos difíciles? ¿Cómo resisten,
en pleno ojo del huracán, parejas y personas solas, padres e hijos, jóvenes y
ancianos, los embates de una crisis que «amenazó con volverlo todo del revés y
aún no lo ha conseguido»? Los besos en el pan cuenta, de manera sutil y
conmovedora, cómo transcurre la vida de una familia que vuelve de vacaciones
decidida a que su rutina no cambie, pero también la de un recién divorciado al
que se oye sollozar tras un tabique, la de una abuela que pone el árbol de
Navidad antes de tiempo para animar a los suyos, la de una mujer que decide
reinventarse y volver al campo para vivir de las tierras que alimentaron a sus
antepasados… En la peluquería, en el bar, en las oficinas o en el centro de
salud, muchos vecinos, protagonistas de esta delicada novela coral, vivirán
momentos agridulces de una solidaridad inesperada, de indignación y de rabia,
pero también de ternura y tesón. Y aprenderán por qué sus abuelos les
enseñaron, cuando eran niños, a besar el pan”
“Esta es la historia de muchas historias, la historia de un barrio de
Madrid que se empeña en resistir, en seguir pareciéndose a sí mismo en la
pupila del ojo del huracán, esa crisis que amenazó con volverlo todo del revés
y aún no lo ha conseguido”
“Los besos en el pan” es una
novela coral situada en un barrio del centro de Madrid, su nombre no importa
porque puede ser uno de esos barrios antiguos de cualquier ciudad; un ramillete
de historias sobre un grupo de personajes en torno a una familia, los Martínez
Salgado, que vuelven de vacaciones en verano y comienzan un nuevo ciclo vital. Un
retrato de la realidad y de la gente corriente, en la actualidad, y muy
coherente con la línea de la obra de la escritora. Se estructura en tres
partes: Antes, ahora, después.
Antes
Magnífico prólogo de pocas
páginas donde se nos presenta el contexto, un barrio vivo, de vecinos que son
como una gran familia. Asimismo es un breve caleidoscopio de la historia de sus
gentes: los niños de los años sesenta del siglo XX a los que sus mayores
enseñaron a besar el pan cada vez que se caía al suelo, “tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que
murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles”.
La memoria de los mayores: “…el frío, los
mutilados que pedían limosna por la calle, los silencios, el nerviosismo que se
apoderaba de sus padres si se cruzaban por la acera con un policía...”, los
que sobrevivían “con las mandíbulas
apretadas, como talladas en piedra”, los que sobrevivían a pesar de tantas “desgracias suficientes como para hundirse seis
veces”, los que sobrevivían con miedo, sí, pero con dignidad “porque en España, hasta hace treinta años,
los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una
manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos ni de
luchar por el futuro”. Insisto, un prólogo magnífico, y donde se sintetiza
el mensaje o declaración de la obra; es decir, la de contra quienes se han
instalado en la necesidad de olvidar ese pasado para construir un futuro más
cómodo, más en estos tiempos críticos, y ante lo que es necesario recuperar y
aprender de aquella rabia y dignidad para rendir consideración a quienes construyeron
lo que hoy tenemos, cerrar las heridas, y solo de esta manera construir un
futuro mejor desde la perspectiva de no olvidar y evitar lo que produjo aquellos
tiempos malos.
Ahora
Cuerpo central de esta novela
coral, de cómo la crisis afecta y condiciona todos y cada uno de los episodios
más que a sus personajes. El mensaje de, ciegos por unos años de bonanza
ciegos, “los españoles siempre hemos sido
pobres, incluso en la época en que los reyes de España eran los amos del mundo,
cuando el oro de América atravesaba la península sin dejar a su paso nada más
que el polvo que levantaban las carretas que lo llevaban a Flandes, para pagar
las deudas de la Corona”, nos hemos despertado violentamente de un cuento que
tenía las horas contadas, viendo y sufriendo con lo real, con lo difícil que
siempre ha sido la vida. De tal modo se van narrando las historias que se entretejen
unas con otras, vidas cruzadas, donde todas tienen que ver unas con las otras y
todas imbricadas en el barrio: el hambre infantil en los colegios, el afán de
la maestra Sofía Salgado para que ningún niño se quede sin comer o merendar
pese a los problemas laborales y personales que esto le acarrea con sus
compañeros y familiares, el desmantelamiento de la sanidad pública, la lucha de
la ginecóloga Diana y sus compañeros, las estafas bancarias en hipotecas y preferentes,
con la abogada Marita y los afectados o víctimas de la usura, la burbuja
inmobiliaria en el caso de Sebastián, arquitecto reconvertido a vigilante en
una garita que tiene que ver a menudo al constructor sinvergüenza que le
arruinó, o el joven Toni, la amenaza de las competencias chinas, núcleos de
explotación y degradación humana, en la resistencia generosa de la peluquera
Amalia y aun con el valor de recaudar fondos para un comedor social, la
tentación yihadista de Ahmed provocada por la miseria y la desesperación en las
que vive su familia… Hay además periodistas, policías, emigrantes, adolescentes
combativos, universitarios, amas de casa, una asistenta romántica, parados de
larga duración, despidos, desahucios, angustias, desesperación, superación… Un
puzzle magistralmente resuelto donde prima la conciencia de lo colectivo, la
resistencia y el sentimiento vital. Emocionantes las escenas de la peluquera
Amalia con sus clientas chinas y el capítulo de María Gracia, asistenta por
horas, enamorada de un desconocido en un bar.
Después
La autora dice adiós a sus
personajes, un año después del “Ahora”, que, como al principio, regresan de
vacaciones a finales de verano: “Aquí les
despedimos, en este barrio de Madrid que es el suyo, distinto pero semejante a
muchos otros barrios de esta o de cualquier ciudad de España, con sus calles
anchas y sus calles estrechas, sus casas buenas y sus casas peores, sus plazas,
sus árboles, sus callejones, sus héroes, sus santos, y su crisis a cuestas”
“… la vida, que es maravillosa, ¿no? Y una puta mierda, eso además”
Esta es una novela fácil de leer,
muy cercana y comprometida, tierna y profunda, para nada estereotipada, pero en
la que además de los problemas de este monstruo inhumano que es la crisis, por
sus páginas se destila un vivo optimismo y un llamamiento a la solidaridad, las
únicas herramientas de los “resistentes” para vencer a la crisis. El único
contra sea que he echado en falta un esquema al principio de la novela donde en
un vistazo viera la relación y parentesco de sus protagonistas, evitando perderme
en el quién es quién y en alguna que otra vez por sus páginas. Aunque es
cierto, y como escribí anteriormente, que en esta novela priman los episodios
por encima de sus personajes, lo contado frente a lo representado, los modelos
representativos en los que todos los lectores nos vemos o vemos afinidades, y
no necesariamente personajes en sus circunstancias. Historias variadas, próximas,
complejas y sencillas, escritas con ese novedoso presente de indicativo que,
además de cercanía y credibilidad de lo relatado, eleva la valía de Almudena
Grandes en el tratamiento de temas no ya históricos en este caso, sino sociales
y con una carga humana importante. Lectura, como toda la obra de la autora,
imprescindible.
“No hace tanto tiempo, en este mismo barrio, la felicidad era también
una manera de resistir”
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