Después de tanta sequía, ver
llover y emplear el dicho “a mal tiempo buena cara”, aunque sea para justificar
el color de unas lecturas, resultaría una aberración y conocidos los estragos
ocasionados en el campo. En fin, permítanme el refrán y la intención con la que
abrí una de estas tardes tormentosas, también con el objetivo de aleccionar a
mi hija Ángela en la importancia de la lectura, con dos textos de literatura
infantil. En primer lugar, dada la tristeza, grisuras y lluvia y truenos del medio,
me apetecía reírme un poco con Manolito Gafotas, el célebre personaje creado
por Elvira Lindo. Este “Los Trapos sucios” (Seix Barral, 2013), cuarto libro de
la serie, no me ha resultado igual de divertido que los anteriores, y aunque
por éste o con éste la autora recibió el Premio Nacional de Narrativa Infantil
y Juvenil. No obstante, el volumen sigue siendo una sucesión de historias
divertidas acontecidas en el barrio madrileño de Carabanchel (alto), con
Manolito Gafotas, su hermano “El imbécil”, el abuelo, los amigos “El Orejones”,
“Yihad” “El Mostaza” … De este ejemplar destaca el enamoramiento de Manolito, o
cuando se pierde el “Imbécil” disfrazado de Superman de una comparsa navideña
de pastorcillos, o el sueño febril de Manolito, tan vívido, trascurrido en el
colegio…
A continuación, y en la
siguiente hora, el cuento breve “El saltamontes verde” (Destino, 2013) de Ana
María Matute.
“Una vez existió un
muchacho llamado Yungo. Vivía en una granja muy grande, cercana a los bosques.
La granja muy grande, cercana a los bosques. La granja estaba llena de
muchachos de todas las edades, los unos hijos de los granjeros, los otros de
los criados. A primera vista, Yungo parecía un niño como los demás, pero los
muchachos dejaban pronto de jugar con él, y las gentes no solían hablarle ni
pedirle nunca nada. Y es que Yungo no tenía voz." Pero Yungo no era mudo, él sabía que su voz
estaba en algún sitio, sabía que alguien se la había robado. Y un día, como por
arte de magia, mientras pensaba en cómo recuperarla, dibujó en una hoja de su
cuaderno una isla muy bonita, rodeada de mar y pájaros, y pensó: "Aquí
estará escondida mi voz". Esa misma tarde, Yungo emprendió su viaje hacia
el Hermoso País en busca de las palabras, para convertirse en un niño como los demás,
pero encontró algo más importante, mucho más importante...”
Ana María Matute, haga lo
que haga, incluso en estas brillantes fábulas infantiles, es una de las
escritoras más grandes de la literatura española. Sus obras son siempre fruto
del amor por las palabras, de la magia que impregnan sus historias, por la
imaginación tan viva de sus metáforas, tan singular, tan fantástica, como la de
“El saltamontes verde” en esas palabras trasfiguradas en pompas de jabón, o negras
como piedras y pesadas, vacuas, o como flores, o viscosas, o como notas
musicales, por su conocimiento preciso del comportamiento humano que le permite
definir con tanta expresión a sus personajes, del respeto por los animales. Y
si a esto le añadimos un cuento con ilustraciones, de Asensio, tan sugerentes y
encantadoras, la lectura, y alguna lágrima contenida, se hace exquisita,
enternecedora. Una fábula sobre la verdad y la mentira que encierran las
palabras.
Me gustaría que mi hija
pequeña se adentrará más en esta lectura, mañana y las veces necesarias, porque
estos cuentos están cargados de aprendizaje y sensaciones. Me gustaría que mi
pequeña pudiera descubrir en sus páginas la importancia de ser uno mismo, de
crearse o buscarse, de perseguir sueños y concretar ilusiones, de la
importancia de las palabras que utilizamos con los demás y con las que
construimos nuestros silencios, nuestro dolor, de la amistad, de la
solidaridad, del bien y del mal, de sacar las máximas oportunidades a lo mucho
o más bien poco que se tiene, de no rendirse jamás en pos de un anhelo, de ser
buena gente… A mí se sigue valiendo…o lo
intento.
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