… encender la vida en todos, más frente
a esta versión de un clásico, bosquejada con las ráfagas inusitadas de un
invierno que amaneció con sus galas blancas y relumbrantes; arrancando asombros
incluso a la historia hecha piedra, inmortal y soberbia, en un oráculo donde
nuestra fugacidad, con sus heroicidades y miserias, advierten de las imposibilidades
posibles, de los ensueños realizables, o bastaría tan solo con descubrirnos que
somos alguien en la vasta tramoya del mundo y ante el que languidecemos en los cánones
de su rígida sociedad, las clases, aguardando un aplauso que nunca llega y
porque pocos son los que abarcan el papel de protagonistas. Hasta que, en vanguardia,
delante de este mítico escenario, nos sentimos ambiciosos, grandes. La versión
de un clásico del que oímos, y nos emocionamos, desde un gélido silencio
declamar los versos de nieve raptados en “Los
cálices vacíos”, aunque pareciera de “El
libro blanco”, por Delmira Agustini, como garabatos en el folio inmaculado
del cielo: “¡Y yo te amo, invierno! Yo te
imagino viejo, yo te imagino sabio, con un divino cuerpo de mármol palpitante
que arrastra como un manto regio el peso del Tiempo...Invierno, yo te amo y soy
la primavera...Yo sonroso, tú nievas: tú porque todo sabes, yo porque todo
sueño...”. INVIERNO 8. Murallas, Puerta de Almocábar e Iglesia del Espíritu
Santo. Barrio San Francisco. Ronda.
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