“… creo que la vida es mediocre como tal
vida, pero como novela no resiste una primera lectura. Empiezo a sentirme
protagonista de una novela mala y provinciana, con frágiles tontos, pescaderas
enamoradas y artistas de pega. Habría que ser grande constantemente y uno sólo
consigue ser constantemente tonto”
Este relato autobiográfico de Francisco Umbral, uno de los más
grandes de la lengua castellana, “Las ninfas” (Círculo de lectores, 1976), comienza
con una cita de Baudelaire: “Hay que ser sublime sin interrupción”. Y esta es
la mejor síntesis para una novela que junto a “Mortal y rosa” suponen las cimas
más importantes, en cuanto a expresión, fuerza, lírica sensibilidad y
descripción feraz, de la carrera narrativa de Umbral. Unas páginas que desde su
principio es eso, un ejercicio sublime de literatura sin interrupción, hasta el
final o hasta su siguiente obra. Memorable.
“La prosa magistral de Umbral nos devuelve a ese adolescente que
mira hacia el niño que ha sido y los trenes que se cruzan en su camino, un
adolescente que crece al pasar las páginas y va cambiando su ilusión de ser
sublime sin interrupción por el deseo de la mujer amada y el placer de
compartir las aventuras con los amigos, en una noche de verano, en una atmósfera
donde al negro se le transparentaba el azul. Una novela fresca y sugerente como
sólo es la gran literatura.”
En esta novela ganadora del Premio Nadal de 1975, nos encontramos además
al Umbral periodista, al extraordinario columnista del que muchos nos
convertimos en acérrimos devotos, por su genio, la imposible metáfora, o en sus
muchos y ricos requiebros que supuraban una notable mordacidad. “La
cultura es un valor universal sólo en la medida en que entendemos el universo
como un valor cultural” Memorias noveladas, las adolescentes, en las que recuperamos,
sus lectores, al eminente Umbral a través de su alarde descriptivo, crítico,
analítico, del ambiente social, de las costumbres, de los personajes que los
definen, y embreadas por la sutil y poderosa pátina de su criterio personal
convertido en literatura; encerradas bajo cierta retórica presuntuosidad,
válida por supuesto, de la sublimidad que cantara el poeta y de lo que no fue
más que un deseo, una exigencia por autoafirmarse y ser uno de entre los
grandes escritores a los que tanto admiró a lo largo de su juventud. “Pequeños mundos codiciados toda una vida y
agotados en un día” Es en estos momentos de su adolescencia donde se forja,
se moldea el Francisco Umbral del futuro inmediato, prospera el sentido de lo
que debe ser su vida y no de lo que fue hasta ahora, predestinado en la anodina
realidad de una capital provinciana en tiempos de la dictadura franquista.
“Pasaban
silenciosos obreros en silenciosas bicicletas, con la luz del farol como una
lamparilla ambulante de la pobreza. Pasaban lecheros triunfales en sus carros
ruidosos, con caballos piafantes, y se perdían en seguida en el laberinto de
las calles. Pasaban viejas, reducidas a su sombra, que iban quedando abrasadas,
como mariposas de luto, en las luces de los ultramarinos, y pasaban curas o
monjas repartiendo noche con el vuelo de sus hábitos”
Umbral retrata a unos personajes brillantes, perfectamente trazados:
ahí están por ejemplo Miguel San Julián con su vitalismo esencial, Cristo
Teodorico o quien acaso fue el doble estilizado y perfecto del propio Umbral, a
salvo de las maldiciones del destino o del reverso de los tiempos, si bien… Darío
Álvarez Alonso, el poeta idealizado por el escritor como el espejo donde verse
y afianzarse en su deseo de ser otro y reconocido lírico (hay una parte que no
voy a revelar en torno a la traición y que constituye uno de los grandes logros
de este libro…). Y por supuesto están “las ninfas”, las mujeres del Umbral
adolescente: María Antonieta o con la que fue el primer beso y por ende su
primer amor, la creadora del aura imborrable de lo primero, de lo genuino, de
la elección, de uno de los elementos muy presentes en la obra del vallisoletano,
la sensualidad femenina; y Tita, o de lo que viene a significar la semblanza y defensa
de una mujer que quiere ser espontánea, libre, dentro de un mundo mezquino y reaccionario.
Y del mismo modo, encontramos las admirables pinceladas del escritor, (las que
me recordaron a su también famosa llegada al “Café Gijón” en otra memorable
obra), de un singular mundillo literario provinciano, de personajes casi del
siglo del oro, como Empédocles, un músico fracasado y homosexual disoluto;
Teseo, u otro fracasado de la pintura y borracho; Diótima, el joven crápula siniestro
y escurridizo. “El adolescente… encuentra
que la humanidad ha sido muy confusa, indefinida, imprecisa, indeterminada e
indiferenciada hasta que ha llegado él al mundo y, sobre todo, hasta que ha
llegado a esa mayoría de edad convencional y anticipada, precoz e impaciente,
que es la adolescencia.” Y es en este mundo tradicional, religioso, doble,
donde Umbral desarrolla la crítica por la represión y la defensa de la libertad
del sensualismo, del erotismo, como uno de los motores fundamentales de su
literatura. El erotismo esbozado desde distintas vertientes: el amor puro,
desnudo, lírico, fiel, el de la acequia, el de los cuerpos tendidos en la
hierba, el del primer beso; junto con el instintivo, el animal, el de los odres
de vino, e incluso, por la época, el oscuro, el homoerótico o lésbico… Un mundo
lleno de tentaciones, “Cuanto más
acrisolada es la virtud, más fastuosa es la tentación. El pecador mediocre sólo
tiene tentaciones mediocres”, pero también de maldiciones.
“Llegamos a la acequia (…). Dejamos las
bicicletas tumbadas en la hierba seca y caminamos de la mano. Ella iba
descalza. En un punto nos detuvimos y empezamos a desnudarnos para entrar en el
agua. La noche estaba enervada de grillos, del canto y el quejido de todos los
seres minúsculos que la poblaban y que eran como la nervadura sonora del campo
y el cielo. El susurro del agua en la acequia era una cinta suave y negra que
se deslizaba a lo más negro. Entramos en el agua de golpe, con estampido de
espumas, como despertando el fondo dormido de la corriente. (…) Nos besamos
chorreantes y salimos a la orilla. Corrimos y nos secamos con nuestras propias ropas.
Luego estábamos ambos tendidos a la orilla del agua, y yo veía el cuerpo blanco
de María Antonieta, como dándole luz a la luna nueva”
“Las ninfas”, dentro de “los libros de Valladolid”, o la pasión por
la literatura, el querer, el deseo, el esfuerzo, el camino iniciático del autor
hacia dónde y qué quiere ser, abandonando la asfixiante mediocridad de un mundo
rural y sin perspectivas, en su personaje más sincero, ese adolescente como “… un proyecto de adulto que fracasa todos los
días para volver a empezar”; insistiendo, repitiéndose continuamente, como
un mantra que le permitirá conseguir lo que quiera, esa máxima de Baudelaire,
la de ser sublime sin interrupción. “… los
que profesaban, como quería profesar yo, la sosegada y cobarde religión de la
cultura (que efectivamente, como leería mucho más tarde, era una religión: porque
lo más importante que suele encontrar el adulto en los libros es la
confirmación de sus intuiciones adolescentes)” Unos momentos, adolescentes,
que tienen que sucederse en verano, no en invierno, la sangre caliente, el
erotismo de la acequia, el optimismo universal y ambiental, imprescindibles
para vadear el folclorismo tradicional, la vocación seminarista, e incluso a
los malditos que representaban esos parias de una sociedad casposa, falaz, los de
la “triste paradoja municipal”. Y es
que “La ignorancia es siempre más lírica
que la erudición”, la que hay que superar, alejarse, abandonar.
“Los libros eran pocos, pero para mí eran
todos los libros, y sólo muchos años más tarde he vuelto a saber que,
efectivamente, eran todos los libros, porque lo que lee uno después de la
adolescencia es ya siempre repetición de lo leído (se lee siempre el mismo
libro, como se escribe el mismo libro; el que uno quiere leer y escribir,
nuestro libro) y porque no hay manera de que un libro leído más tarde pueda poseernos
como nos poseyó aquél, como nos poseyeron aquéllos”
“Las ninfas”, un extraordinario ejercicio de genuina y admirada
literatura. El placer de la lectura.
“… entre autobiografía y radiografía de una clase social, o de un ambiente,
el de una capital de provincia después de la guerra, es quizás, la más
representativa de toda su obra, a causa de la coincidencia en ella de varios de
los puntos de interés sobre los que Umbral ha escrito: la represión del
erotismo, la evocación costumbrista, y la meditación entre lírica y salvaje
sobre algunos de nuestros demonios nacionales menos aireados.”
Una novela necesaria, indispensable su lectura.
En esta cuarentena recién acabo de finalizar Las ninfas. Una obra de su tiempo extraordinaria porque nos remite a otrora. Su título no me convence, aunque posiblemente puesto para atraer lectores.
ResponderEliminarUna obra extraordinaria de su tiempo y de ahora.
EliminarAcabo de leerla y realmente me encanto, se adentra en ese pequeño mundo provinciano con personajes decadentes del cual desea salir, al yo ser de Bolivia encuentro muchas similitudes con la sociedad de la España de esa epoca, mi sociedad anclada enraizada en sus mentalidades arcaicas, ensimiesmada al devenir del tiempo, carente de cultura universal asfixcia la rutina y el tedio del ritmo vital de un proyecto de vida diferente
ResponderEliminarY con todo, una crítica a la represión y una reivindicación de la libertad.
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