Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 4 de noviembre de 2017

LLUEVE



Llueve. Abro la ventana y me asomo al balcón de los alivios infinitos, de las curiosidades impacientes, de las sorpresas rutinarias. Todavía no hay letras colgadas en su balaustrada. Tal vez sean estas las palabras, u otras que perderé en mis huecos vacíos, náufragas en el incipiente arroyo de espuma y oscuridad que corre impetuoso y ceñido a la línea del bordillo de piedra, blanca como la iridiscente cal de las paredes y la esperanza de esta hoja inmaculada.
San Francisco de Asís, mi calle. 

"LLueve. Y las aceras están mojadas. Todas las huellas están borradas. La lluvia guarda nuestro secreto...", 

canta María Villalón, siempre canta en estas memorias húmedas, canta al secreto de mi nostalgia. La bella canción. (https://youtu.be/tzZO6SF6plc).

Y la música, inesperadamente, se entreteje a unos versos de Benedetti: 

"La lluvia está cansada de llover 
yo/cansado de verla en mi ventana
es como si lavara las promesas
y el goce de vivir y la esperanza...
Lo extraño es que no sólo llueve afuera,
otra lluvia enigmática y sin agua
nos toma de sorpresa/ y de sorpresa
llueve en el corazón/ llueve en el alma"

Y de ahí a desaguar las imágenes de la película Blade Runner, o el monólogo final del replicante Roy Batty: 

"Yo he visto cosas que vosotros jamas creeríais...Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de...”

De vivir, tan seguro. Porque, al igual que las frases de una perturbadora novela de Karen Duve, siento y me estremezco con el gélido tacto de su llamada:

"Le resbalaban gotas por la cara y por los cristales de las gafas redondas que llevaba puestas."

Para entonces, la realidad aparecía distorsionada como una foto de Eduard Gordeev, con el reflejo de las luces, el comienzo y fin de todos los colores de mi Barrio, dotándolo de un ligero aire impresionista de ensueño y misterio. 

O era surrealista, extraído acaso de una pintura de Shay Kun, al que veía desvanecerse en estos trazos de una acuarela de  memoria y percepción, y al que resguardaba el paraguas de la mujer o de la lluvia que personificaba. 

Soledad. 

Respiré con tal hondura hasta que el dolor en mi pecho me hizo exhalar la tierra mojada, las hojas podridas, el hálito de lo que pronto moriría para renacer de nuevo. No, George Elliot, no. Nunca lloverán rosas, salvo las que plante en mi recuerdo. 

Y en estos o con estos, en las reminiscencias amables, canción,  versos, película, fotografía y pintura se diluyeron en el gorgoteo continuo y ronco de los canalones, para dejarme con la desnuda melancolía de las sensaciones que acarician el alma. 

Por fin, 
llueve.

(C) F.J. Calvente

No hay comentarios:

Publicar un comentario