Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 26 de noviembre de 2017

UN DESTELLO OSCURO



Tal vez íbamos los dos en mi coche cuando lento, con precaución, bajaba, hoy, ayer o acaso mañana, por calle Lauría: en el asiento de al lado, con gesto enfático, incómodo, el escritor, poeta, activista y sobre todo paseante Henry David Thoreau; y yo que conducía con la mente enrarecida, sulfurosa de problemas, con las exigencias de estos golpeando en mi pecho con su dolor oscuro y negando cualquier salida o al menos un encogimiento indiferente de hombros o una risa despreocupada. Guardaba silencio mi etéreo acompañante, o no decía nada porque sabía que la respuesta, el resol a mis adversidades, surgiría de un momento a otro. Ahora. ¡Ya! Un prodigioso destello, un vivo rayo de sol que arañó con sus dedos afilados la calle, desgarrándola de reflejos acerados, y hendiendo con puntas el interior del auto, en mis ojos deslumbrados, porque entendí que esa luz cegadora era mi oscuridad presente. Entonces estacioné el coche. Estaba solo. 

(C) F.J. Calvente

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