Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 24 de enero de 2019

"ET LUX IN TENEBRIS LUCET"


Del cielo. Así es como la iglesia del Espíritu Santo, el faro en las noches oscuras y de perpetua soledad, se viste con el último fuego de los ocasos. Luego, las luces artificiales sellan el latido de luz en este enorme corazón de piedra y leyenda.

Del cielo; pero no conforme a un espejo que refleja el incendio de la puesta de sol, precipitado por una brecha en el revoltijo de nubes panzudas de agua, con un peso antiguo sobre la sinuosidad de las cárdenas montañas, allá por las Cuevas de San Antón, por otro alumbramiento de realidad en el útero ancestral de la Diosa, la de La Cabeza. No es un azogue del fulgor que después se cristalizará con el vaho de las escarchas, no, sino la de una intensa llamarada. Una lengua de fuego, como las candelas de Pentecostés, (precisamente ilustrado en el testero del altar del templo), el surtidor, la colosal llama desprendida, expulsada, o acaso con premura fugada del infierno crepuscular; con voluntad enérgica, lanzada, como una exhalación hacia el edificio sagrado desde el propio magma, del propio fundido ardiente, de la pira en la que el demiurgo del mundo quema el día convirtiéndolo en un rastro absoluto de renegridas cenizas, hacia la noche, en un abono exigido o mejor trasmutado para el nacimiento del nuevo día, de una nueva creación, oportunidad y esperanza.

La franja desgajada, incinerada. El fogonazo, díscolo, arrebatado, lineal, que no solo renuncia al destino circular de la luz que muere en las tinieblas, sino el que tras una huida imprevista y decidida de supervivencia, esculpe con su ardoroso y efímero albur de ascuas la eternidad de las piedras; cubriéndolas, matizándolas de lumbres y resoles, pintándolas con una pátina de explosiones de color y calor, de asombros y cobijos; penetrando incisivo por los oscuros intersticios, las grietas, huecos, cicatrices, heridas y rendijas de los tiempos que entierran los recuerdos para hacerlos fábulas, los pájaros muertos y los que no han nacido, de aquella música del arte magno, los arcanos de su construcción y designio...; desde los que latir, vibrar y derramarse en otro persistente retorno, al igual que aquel mito atávico, con su rutilar de una señal,  un icono de impresiones, como una garantía de amparo en la inexorabilidad e impaciencia de la noche de eterna soledad.

En cuanto a lo demás, ya está todo dicho, escrito, o sentido...

Con todo, atestigua la fotografía, fue un privilegio bajar calle Imágenes (tiene que ser Imágenes), en la caída de una tarde fría de este invierno que se reivindica, sin indulgencias, y encontrar, o tal vez encontrarte, en el telón de este camino de etéreas encrucijadas, la revelación, la causa primera de una sobrecogedora incandescencia, esa suscitada por la redimida flama de un fogoso y extrañamente cálido anochecer, emitida con identidad, con devoción, por la iglesia del Espíritu Santo, esta que más que iglesia, siempre en la negrura, será un faro que en su latido confluirán los de todos, los que palpitan de vida, en su milagro por vivirla.

"Y la luz brilló en medio de la oscuridad"

"ET LUX IN TENEBRIS LUCET"

© F.J. Calvente.

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