Si "la fortaleza crece en proporción a la carga", de acuerdo a lo dicho por Thomas Wentworth Higginson (pastor religioso, escritor, abolicionista y soldado afroamericano, mentor de la poetisa Emily Dickinson), busquemos cierta alegoría, determinado símbolo de los acaso, de encontrarlos, al identificarlos, tangibles, experimentados, u otra vertiente distinta a lo habitual. Esta de ahora es una manera de lograr o aproximar el icono a la reflexión y luego el movimiento esperado: subiendo, situándonos arriba, encaramándonos en lo más alto de una de las torres semiesféricas que flanquean esta puerta de Almocábar; y una vez allí, o allá según el grado de compromiso y absorción, a bastantes metros del suelo, miremos de una forma desafecta al vacío, sin miedo, en una posición o perspectiva así liviana, etérea, de la fortaleza, la muralla, en su precipitar de siglos o en sus honduras épicas. Por supuesto que antes habrá que desatenderse, desprendernos del lastre, de la influencia de la gravedad que dirime las conquistas de lo superfluo, y nos deja con unos huecos adentro que declaman ser rellenados, colmados de emociones, de conmociones bellas, de inquietudes en el estómago, espelucos en el cogote, atoros de lágrimas en el gañote y desbordadas en los ojos, o al menos intentarlo con cuanto a fin de cuentas constituye un peso innecesario. Entonces, al iniciar la acción, ese impulso, el obstáculo, la barrera, la frontera de puertas abiertas, cualquiera, sólo será bajo nuestra atención, sincera, por pavorosa que sea, una mera línea, el límite salvable de un espacio. Un horizonte tajado, conforme, pero despejado y libre, verdadero y generoso, honesto y consciente. Cómo cambia la intención y el problema justamente variando el lugar o circunstancia y también la expectativa... La fortaleza ante otra ligera panorámica, la de otra mirada sin cargas.
"FORTALEZA "
© F.J. Calvente.
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