Sin duda se trataba de una oferta incuestionable, incluso atractiva, más para quienes amaban el lugar, para quienes de entre los escombros de otra apagada existencia, contar con la posibilidad, la ilusión de edificar la suya, asentar la propia que quizás brotaba de otros derrumbes, hastíos o fracasos. La humilde vivienda, en venta, de saldo, tanto en lo habitable, las nostalgias descargaban su tristeza y orfandad en los desconchones de cal y en los rastros ictéricos de humedad, secos regueros, venas exangües, como acaso en lo económico por su valor disminuido por deterioro, desperfecto, desuso u obsolescencia, efímeros recuerdos pronto o con exigencia olvidados.
La casita de una sola planta, como un rara avis en la conformidad urbana, de amable ventana, sin visillos, y exiguo jardín (por poner una verde nota de humor a la entraña del momento) exterior y colgante, adherido al zócalo donde ya ningún pie se apoyaría para en la espera, en la conversación, en lo que dura un cigarrillo o estas letras, descansar o aliviar algún pormenor y también resquemor, ni siquiera en el que los perros mear; al pie de calle, de esta calle principal del Barrio San Francisco por la que ando y a la que volveré siempre que me marche. Será esta última consideración, este último sentimiento, inesperado e intenso, una cuestión de afinidad, de enamoramiento, me dije, inconscientemente, para luego hilvanar ese hilo con los de otros enamoramientos; estos como la novela de Javier Marías en la que pensaba sin querer ni entender su porqué:
"No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las mejores familias, de eso provenimos todos, producto de la casualidad y el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos“
¿Alguna profecía descarriada que regresaba para azotar con un hálito de muerte? ¿Otro espejo empañado? No, el devenir de los tiempos; como esas cuentas atrás que parecían inspirarme los números de los carteles, los números de teléfono en los que, a excepción de los del negocio inmobiliario, se ocultaban las claves, los misterios de la literatura de esta casa que ha quedado en un último párrafo, en ese punto final que no termina de llegar y el que es irreversible como certero. Liquidación a precio de saldo.
No importa cómo se venda, cómo se regale, cómo se desnude, cómo se despoje de lo innecesario, de lo viejo, de lo superfluo o de lo caduco, para empezar un nuevo relato, un nuevo hogar, un nuevo enamoramiento; como ese brote verde que con frescura está para recordarlo, para recordar que esta vida, con otros saldos que vendrán, hay que vivirla, no se sabe las veces, de nuevo.
”Saldos"
© F.J. Calvente.
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