Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 15 de mayo de 2019

"UN CORDÓN DE PLATA"


"¿Cómo puedo evitar ser un farsante cuando toda esta gente me hace creer cosas que todos saben que son imposibles?"

Que esta vida no es un cuento de hadas lo sabemos todos. Que tampoco existe el lugar perfecto, el paraíso, también. Los problemas y las decisiones, de hecho, tildan y dan significado, sentido a la existencia, a la de todos y en cualquier parte donde estemos, habitemos o nos hallemos con nostalgia o indiferencia. Si bien es cierto, además, que necesitamos de cuentos y no de cuentas, de colores y no de grisuras o negruras impenetrables, de fantasías y no de hábitos, de sinuosidad o flexibilidad a la rigidez y guía cómoda entre los cómodos, de volar y no arrastrar los pies con todo el peso del mundo o el que podamos y queramos soportar... para tirar adelante, para vivir siendo conscientes de estar haciéndolo, viviendo. Y para esto ayudan, de acuerdo a la voluntad y grado de necesidad y compromiso, la confidencia, la poesía, la música, el escalofrío, la pintura o el deporte,... aquello que nos ponga más cerca de nuestros sueños o de nosotros mismos que viene a ser igual y aunque hace una eternidad, acaso desde esa ruptura con la niñez, lo olvidamos, nos perdimos, y nos empeñamos, por el dolor que entraña, tan forzoso, tan irrenunciable, a no reconocerlo en el filo de alguna de las aristas desgarradoras de las emociones, sentimientos; mas a esto se añadiría la observación, el sentir sorprendido, la identificación con un lugar que sin ser impecable, invita, incita a la perfección, al encuentro, al desahogo, y a ese momento de esperanza, de confianza, que llamamos felicidad o de un apacible agrado.

Esta mañana azul y calurosa, atravesaba la alameda de mi Barrio, de San Francisco, con la vista baja no por escudriñar y descifrar la firma de los guijarros en el suelo, sino por un factor personal de aquel peso ingrato antes referido, de aquel arrastrar de pies sosteniéndolo. Una vez llegado al poyete limítrofe, por cuya sinuosa hendedura me arrojaría a la calle, ignoro si por respuesta a mi ruego de luz o por una inextricable disposición del destino, del día, de la confianza o de la expectativa demorada y ya bastante dura era la vida para que dejara espacio a los sueños, que involuntariamente me hizo alzar la cabeza y detenerme como cuando algo nos saca de la realidad o nos muestra, sin filtros, una ráfaga desnuda del universo. Aturdido.

"El camino que va a la Ciudad Esmeralda está pavimentado con ladrillos amarillos expresó la Bruja, de modo que no podrás perderte. Cuando veas a Oz, no le tengas miedo; cuéntale lo que te ha pasado y pídele que te ayude. Adiós, querida mía."

No sé, ni creo les importe, si han leído “El maravilloso mago de Oz” de Lyman Frank Baum, o al menos les "suene" la versión cinematográfica de Victor Fleming, sí, la de Judy Garland en el papel protagonista; ni mucho menos sepan de los abtrusos significados esotéricos o herméticos escondidos por el escritor y versados en enseñanzas teosóficas, es decir, las de esa sabiduría sin edad, eterna, con la que alcanzar el conocimiento de Dios a través del autodesarrollo espiritual, la intuición directa, o las relaciones individuales especiales; o al caso, cuanto supondría un trayecto iniciático del alma hacia el Conocimiento, uno de tantos viajes míticos como el héroe de las mil caras de Joseph Campbell.  ¿Y esto?, pues esperen que a continuación me explico: 

Las situaciones excepcionales siempre emergen del punto más ordinario, como si la respuesta a una quiebra emocional tuviera que acentuarse de una manera inesperada, de sopetón, y en un contexto superficial, anodino, común. Entonces, al levantar mi cabeza y constricción del empedrado pavimento de la alameda, como si de repente un fuerte fulgor brotado de sus líneas de mármol me cegara y tachonara de seguido mi visión al frente, a la calle San Francisco de Asís, pausando la fusta o vibración del problema o contrariedad personal, parpadeando su impacto entre la humedad de mis retinas, presencié la hilada de casas iluminadas con el sol claro de las primeras horas, de cal, hierros, tejas y vidrios con una miríada de destellos de plata. En esta sorprendente abstracción, maravillado con el retrato de la calle, de las blancas y luminosas fachadas, me identifiqué y así lo aquilaté, no me pregunten el porqué, con el personaje de Dorothy del cuento en la coyuntura de encontrarse con la Bruja del Norte, indicándole, precisamente, el derrotero por ese mundo mágico. Me vi fascinado, envuelto en la claridad del azogue lunar de las paredes, en los múltiples guiños argentíferos arrancados del cristal o del metal, como si tras verme calzado por la Bruja del Norte con los zapatos de plata, fuese empujado, impulsado por esa senda ascendente hacia Oz o por la calle San Francisco, con la baliza fiel del hilo albo del caserío o el camino de baldosas amarillas, (“Follow the yellow brick road!!”), sin que os importe ni la analogía del  “Golden Path” o camino de oro del budismo, ni el trasunto denominado “cordón de plata”, el vínculo considerado por los hermetistas entre el mundo material y el espiritual.

Deslumbrado, incluso reconfortado con la escena, con la situación, me sentí asimismo libre, decidido, aliviado, aunque fuese momentáneamente, del peso que cargaba segundos antes. Aprehendí el sutil mensaje destilado por la alquimia del momento, de ese tiempo detenido o quizás circular, consciente del camino que se abría ante mis ojos, atento, contento, pues sólo yo podía y debía recorrerlo. Mi calle, mi Barrio, me ofrecía su respuesta, un asidero, un báculo, su poder, con los que aliviar mi preocupación, con los que decidir y avanzar.

Avanzar, con determinación, sintiéndome protegido por el entorno, sin la exigencia de encontrarme con ningún espantapájaros colgado en una cerca o que mi vecino Alfonso, el "chispa", estuviera ahí, a unos metros, para suplantarlo o asumirlo en mi trayecto, en esa primera prueba de la búsqueda trascendente donde la mente tenía que acomodarse a la iniciativa y por muy fantástica que yaciera; ni con el otro individuo, me pareció el hijo de Miguel González o algún otro y anónimo, un hombre de hojalata tendiéndome su testimonio de cuantas emociones el diario, la rutina, oxida, y anquilosa la voluntad,  la imaginación y suspiros por lo perdido; ni ningún león cobarde que en esos instantes entrara o permaneciese en esa cueva de Alí Babá de otra fábula o sucursal del banco Unicaja, henchido de miedos y a punto de explosionar, amordazado y paralizado en la imposible confianza de encontrar solución en su inmovilismo y espanto; ni ratones, ni Curro con algún seguro bajo el brazo, ni monos alados brincando y columpiándose por los árboles de la alameda despiertos en sus exhornos verdes de primavera... No, no los necesitaba para alcanzar las puertas de la Ciudad Esmeralda, las de Carlos V y Almocábar, o la de estilo isabelino con su intrincado cordón franciscano del convento San Francisco, arriba, tras esa probática subida por la calle de estaños de su empedrado y del sendero trazado por sus baldosas amarillas o la nívea refulgencia de sus casas enjalbegadas y diáfanas; arriba, más arriba, hacia la inmensidad del cielo azul y desmedido. No, no los necesitaba para alcanzar la respuesta, la decisión y motivación, mi destino, aquel que siempre será y hallaré en mi interior, y sin importar, al contrario, que lo transite por la esencia de este Barrio al que pertenezco, el del Mago, de Oz o Ceporrero, quien no ha parado de susurrarme que no hay magia, que no hay una solución para los problemas en la espera de que se resuelvan por sí mismos, de ninguna de las maneras, sino en la iniciativa, la disposición del primer paso, porque lo importante no es la meta, no es llegar a o adonde, sino el camino, cuanto sucede en este, este que no es otro que la existencia.
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 “... a ser un cuento de hadas moderno, en el que se mantienen la alegría y la fantasía y se suprimen las penas y las pesadillas”.

No, la vida no es un cuento de hadas, ni este camino de baldosas amarillas o esta calle San Francisco de Asís señalizada por la ringlera extendida de blancas casas soleadas, ni este es un lugar perfecto, idílico, o en el que los problemas, mis deterioros o dolor, se esfumen como esa hebra de nácar de los cigarrillos que fumaba el espantapájaros o Alfonso afianzado a su cerca de aguardos. No, no creo que todo, incluso este relato, sea un cuento de hadas; pero para mí, arrastrando mi cuita preocupada e incierta, ver este escenario, esta calle casi al alba, fue como esa senda de las baldosas amarillas, el lugar proporcionado y singular para detenerme, reflexionar, disponer y progresar en mi destino llamémosle ubicuo o una nimia porción que lo valga, afrontando los problemas, enjugándolos en busca de mi meta, la de ese espejo primordial donde me miraré, soñaré y sonreiré por estar vivo.

"Por más triste y gris que sea nuestro hogar, la gente de carne y hueso prefiere vivir en él y no en otro sitio, aunque ese otro sitio sea muy hermoso. No hay nada como el hogar."

"UN CORDÓN DE PLATA"
© F.J. Calvente.

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