¿Qué ve un ciego aunque se le ponga una lámpara en la mano?,
pensé en este proverbio hindú cuando, también de manera indiferente, estacionaba mi coche en la barriada El Fuerte de Ronda y mi mirada, seguro imantada en aquel último haz del ocaso que se abría paso decidido entre las columnas de los severos edificios, convocaba a la inesperada reflexión y al bello hallazgo crepuscular.
Pasan los días y con estos las oportunidades y con estas los cambios y con esos algunos miedos que son vencidos para o con los que conseguir salir a la superficie de nuestros íntimos légamos y respirar con un ansia de libertad y tal vez felicidad. Y entre tanto, el universo, como los instantes abducidos por la foto, siembra, nos regala estos dones, nos pone en la mano la lámpara para disipar la oscuridad, para volar, para emerger con decisión de aquellos sórdidos fondos y tras los que insistimos, de acuerdo que sin la receptividad inconsciente que permita abrir la ventana, atravesar la puerta, querer abrir los ojos, o encontrar un modo válido de comunión con la realidad,
Lámparas, como los ocasos, como las expresiones bellas, como incentivos que hacen la vida mágica, más sincera, más vívida, los encontramos por doquiera, aunque infelizmente, como escribió el maestro Saramago, “somos ciegos que pueden ver pero que no miran”.
"MIRAR"
© F.J. Calvente.

No hay comentarios:
Publicar un comentario