“La vida se puede volver lo bastante interesante como para que nos olvidemos de tener miedo.”
“¡Pero qué coño ha
sido esto!”, fue lo primero que me dije cuando finalicé la lectura de “El
silencio” (Seix Barral, 2020) de Don DeLillo. A lo largo de su poco más del
centenar de páginas, he buscado y no he encontrado al célebre autor norteamericano,
o solo lo he conjeturado en las perlas de determinadas frases, o en una
intención que en un primer momento no había o no supe descubrir y por tanto aquilatar
o lo era por razonable. La caída, el cataclismo de la principal base en la que
se asienta el mundo actual, o el mundo mal llamado civilizado, en este caso un
fallo tecnológico, un apagón general que impone la duda al sentido de la
humanidad, de la identidad, el hecho de ser humano. “Sistemas perdidos en el
punto crucial de la vida cotidiana.” Aunque, incomprensiblemente, narrado sin
alarma, sin peligro, sin miedo; todo es frío, insensible, romo. La mirada ambigua
que vadea un silencio muy ruidoso, el de cinco amigos donde trasciende, de
pasmo en pasmo para el lector, la magnitud de esta hecatombe digital o técnica;
y a través de unos elementos, quizás ficciones o alusiones, teselas de un sencillo
puzle o de un jeroglífico sin término: el wiski que llena la impotencia y la
impaciencia, la tragedia por la emisión deportiva como esas ilusiones perdidas
o ausentes, un poema que revolotea como el signo de una belleza esquiva, o un
manuscrito de Einstein como la balsa insegura en un océano que se desagua por el
sumidero de la inconsistencia, la de un silencio ubicuo y poderoso.
En una distopia de
escaso fuelle, de diálogos automatizados, surreales, repetitivos, y de semblanzas
mentales perfiladas a vuela pluma en unos símbolos que pueden llegar a ser tan
absurdos y chistosos, como uno de los personajes que queda paralizado en mitad
del salón, de pie y con los pantalones bajados, dan valor al mensaje o expresan
a una humanidad en definitiva débil, sin recursos, e insignificante en su
precariedad cuando le usurpan o desaparece de improviso lo que le da significado.
Y acaso por estas circunstancias o efectos, por la misma brevedad de la obra,
por el críptico surrealismo apocalíptico de la trama, por el arrastre de una
sensación equívoca y por tanto decepcionante, creí a este “El silencio” como
otra voz alta o quizás otro eco postrado de una sociedad apurada en su propia y
a resultas fingida fortaleza. Una burla narrativa, un resultado, una consecuencia
más de ese cataclismo relatado, pandemia o apagón digital, donde el ser humano
aparece tan frágil y perdido, “-Cuanto más avanzados, más vulnerables”, y
tan aparente. Un cansancio narrativo, igualmente en otro doblez de DeLillo. Una
creatividad en estado de desgracia, tal vez. Un disfrazarse de payaso serio que
se ríe frente al espejo de la realidad. El silencio, o un vacío absoluto, el
frío de la nada, la apariencia insustancial; quitándonos, además, la
posibilidad de reflexionar, de plantearnos preguntas porque las respuestas, en
este inadmisible contexto, son innecesarias.
Un panorama donde más
que una contracción, supone una dispersión en la nada. Supongo que para DeLillo
era importante, muy consciente de efectuarlo, de escribir una obra menor, una
breve y anodina narración, en abierta sintonía con el absurdo y degeneración de
lo relatado, de una humanidad esclavizada y superviviente de su propia creación.
Un declive, otro colapso dentro del descrito colapso. Solo de esta manera he
podido entender o excusar a esta novela.
“-Treinta y siete años -dijo Diane-.
No de infelicidad, pero sí en condiciones de rutina atroz, dos personas tan
pegadas la una a la otra que se acerca el día en que nos olvidaremos del nombre
del otro”
Sinopsis:
En un mundo dominado
por la tecnología, un apagón mundial obligará a un grupo de amigos a
replantearse qué es aquello que nos hace humanos.
Domingo de la Super
Bowl. Año 2022. Cinco amigos han quedado para cenar en un apartamento en
Manhattan. Una profesora de Física jubilada, su esposo y su exalumno esperan a
la pareja que se unirá a ellos tras un accidentado vuelo desde París. La
conversación abarca desde las apuestas deportivas hasta el bourbon y el
manuscrito de 1912 de Einstein sobre la teoría de la relatividad. De pronto, un
apagón deja al mundo a oscuras y las conexiones digitales que han marcado
nuestras vidas se cortan.
Don DeLillo completó
esta novela pocas semanas antes del advenimiento de la Covid-19. El silencio es
la historia de una catástrofe diferente y una vuelta de tuerca al poshumanismo
como tema central de su obra: si ya habíamos asimilado la tecnología como una
parte esencial del ser humano, ¿qué queda de nosotros, de nuestra identidad, si
nos vemos obligados a renunciar a ella?
Desde el asesinato de
Kennedy hasta el 11-S, DeLillo ha sabido reflejar en sus novelas los hechos que
han marcado cada momento histórico. El silencio describe una sociedad cuya
mayor amenaza ha dejado de ser algo tangible para convertirse en un enemigo
invisible, ya sea una pandemia, un ataque informático o el caos financiero.”
Una novela sencilla, y
difícil, esquiva, cuidado con salirse por la tangente, decepcionante y con todo
sorprendente.
“Nuestras percepciones personales se
hunden en el dominio de lo cuántico.”
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