Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 12 de mayo de 2021

"LIBERTAD, POR SUPUESTO"



No me ha hecho falta, en un alto en mi paseo matinal, mirarme a la muñeca, por supuesto la del brazo derecho, para al ver la pulserita que por recato e intelectualmente no llevo, por supuesto con los colores de la bandera de “¡Essspaaña!” y unas letras, por supuesto más pequeñitas, con la palabra libertad, para saber, reclamar y alardear de esta, de su libertad. No, no me hace llevar un trozo de trapo anudado a mi muñeca con las cinco letras serigrafiadas para entender qué es la Libertad y porque me considero con un poco de juicio, objetivo, o de sentido común, sin dobleces, o acaso vergüenza, íntegra. Por supuesto que me considero español, dicho sea de paso. Esto y otras simplificaciones tan de moda, llamémosle tan “a la madrileña”, tan regaladas, tan ignaras y ofuscadas, por supuesto bobas y bajas y de una manera milimétricamente trazadas, “Teatro lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”, para encandilar a los incautos con solaces de odios, los dejo a estos y a cuantos exigen un no sé qué de normalidad democrática en “¡Essspaaña!”, ¿cómo?, inconcebible, absurdo y por supuesto temerario. Malos tiempos incluso para la lírica. Ni algún meritorio ¡cráneo privilegiado!, por favor, como aquellos declamados por el borracho Zacarías en la taberna de Pica Lagartos. Más: ¡Al enemigo ni agua!, ¡ni menos una cerveza con unos berberechos!, aflojaban histéricos los que exigían libertad para, sin control, irse de cañas, y después de las elecciones, esas que son legítimas porque las han ganado ellos, culpan a los otros de quitar el estado de alarma para que la gente se vaya de cañas sin importarles la tragedia. ¡Sí, y qué!, ¡todo está mal y ya procuraremos que siga aún peor porque será mejor para nosotros!, así siguen, erosionando la convivencia, la percepción … Ridículo, además, con otras cuestiones o afirmaciones, del estilo más chabacano, de insultos a la inteligencia, al entendimiento, de brindis al sol por un querer estar y tantos sin saber, chamuscados, con la cara frente al astro precisamente rey, cabe incluso emérito. Esto y al igual que otros insultos y menosprecios, a la persona y no a la obra, las palabras gruesas, altisonantes, para disimular la falta de argumentos o el ardor de estómago, la digestión pesada, o el estatus en peligro o vendettas identitarias y clasistas o envidias culturales que no piadosas. Y es que todo tiene que girar en torno a ellos, y por supuesto sin los otros, la resta y no la suma democrática con aquel tópico del nadie imprescindible, todos necesarios. No, ¡no con esos!, contra los que también son España pero que no lo son para aquellos de esta piel de toro en una, grande y por supuesto libre. ¡Ah, esos de la progresía que nos han hurtado el poder, el gobierno “por la Gracia de…”, aliados con la puerca turba terrorista y secesionista, agnóstica y maledicente! Insolente rojerío que rompe su “¡Essspaaña!” desde distintos frentes, con la ofensiva venezolana por caso; ¡qué malos!, los que todavía queman, porqué no, iglesias a golpes de cuernos y rabos, ignominiosos, afrentosos, ya que los únicos aceptados son los de la tradición, la marca “¡Essspaaña!”, es decir, los cuernos y rabos del toro sacrificado con salvajada en los circos de exterminio, como otra seña de identificación, junto con el nacional catolicismo, en la electa grey de monárquicos porque los otros son republicanos y siempre conservadores, cautelosos con sus “franquicias”, sarcástico el encomillado; también con cuanto permita estampar la diferencia, el contraste, la separación, para ser un españolito o no, como dios manda o como debe ser sin discusión, ni dudas, con crédito. No, los que no son ellos no lo son, españolitos, y deben ser derrotados, suprimidos, o mejor subyugados, aunque sean amigos, vecinos o familiares, no importa para la causa o la fe o aun siendo lo mismo, y con los que difieren por su manera de pensar, de sentir, de soñar y siendo generoso con los verbos y la narración. Elegidos, ¡porque sí y santas pascuas!, dignos e inefables, los que desde un asiento por supuesto holgado y cómodo, muy cómodo, elevado, miran habitualmente abajo y con nostalgia a la zaga, a los tiempos oscuros y aciagos, a lo pasado y retrasado, e incluso pasmoso al efectuarlo ahora y por arte de birlibirloque en un futuro aún no hollado. Los ignorantes y pobres que se ofenden con la solidaridad, con limitar las sinecuras de esos otros y ricos, merecen atención, y freudiana, aparte. Reduccionistas y reducidos a un postrimero y ocioso conservadurismo o con toda la falange entera postrados a tiempos donde precisamente los derechos y libertades brillaron por su ausencia, marcados por el garrotazo y tente tieso y un dios elegirá los suyos, … hasta que los toque y entonces cambian sin sonrojo los ideales o prebendas o los pecados mortales en veniales. ¡Olé! Paradoja de los tiempos. Incoherencias de la memoria por no usar la palabra sinvergonzonería como sinónimo popular o mejor populista con la tramposa vox en off, el monólogo del cinematográfico nodo más negro que blanco. Respiro profundamente, retengo la decepción, la indignación, el apropiamiento mezquino de algo tan noble como es este sentido de la Libertad. El desahogo. Y allí, frente a mí, al lado, las flores con su derrame sanguinolento de vida.

 

Mis pasos me han detenido ante esta explosión de color y hermosura al final de calle Empedrada, bajo la torre romana del Predicatorio. Un macizo agreste de flores, de rosas, una salpicadura de sangre en el azul reconfortante de la mañana, sobre el vallado de piedras y argamasa, en un cuadro libre y espontáneo, ligeramente flameado a intervalos caprichosos por un airecillo tibio y curioso, como si los pétalos, las verdes hojas, trepidantes, aplaudieran su belleza, su metáfora o alegoría acaso temprana, y al que no le impide el cercado de alambres para asomarse a la calle, trascender el límite, la frontera, el confinamiento, lo cerrado, lo privado, lo protegido de lo acechante, lo otro de lo de todos, sin que nada vulnere y entorpezca su aspiración de espacio y arrojo. Entre otras cosas, así ensimismado, experimenté y asumí un sentido preciso de la libertad o de libertad, cercana o genérica, daba igual, no sé si esta verdadera o verdadera mi conmoción, sea como sea a la que se siente y punto, muy personal, lo cual no es poco, bastante. Libertad. Libertad a la que percibí y entendí como una necesidad, un ansia de voluntad, de actitud personal, un frenesí cultural atemperado de respeto propio y por supuesto ajeno. Un estado que solo se logra teniendo cubiertos los derechos fundamentales, existenciales, en una sociedad más justa e igualitaria, en un ámbito que garantice el mayor bienestar para todos, las mayores expectativas para todos, sin exclusiones, no unos en detrimento de otros, no, de todos, sin distinciones por nacimiento, dinero, tradición, género o linaje… No son solo palabras, ni demagogia barata, no, se siente y punto, por supuesto, sin miedo ni odio o lo uno consecuencia de lo otro. Y de esta manera, sin mirar a la pulserita roja y gualda con la palabra libertad que sale al primer lavado o fregado, y de haberla llevado, no la llevaría jamás, recapitulé y reconocí concretas de aquellas conquistas sociales que han garantizado la libertad en este estado democrático, sí, democrático. Por supuesto derechos que esos, los de siempre, no apoyaron, vetaron, para luego servirse de los mismos, de su logro: como con la ley de eutanasia, el aborto, el matrimonio homosexual, el divorcio, el salario mínimo, la jornada laboral, la extensión del sistema público sanitario, educativo, la extensión de un sistema de pensiones no contributivas, ley de la Dependencia, conciliación en la educación infantil, … y cuantas han significado una necesaria transformación de nuestra sociedad. Y sin embargo, triunfan cuando ponen el foco de atención en lo inocuo, en aquel dedo que señala la luna, se miran el trapo patrio en la muñeca y gritan ¡¡libertad!!, con sinfonías o no de cacerolas de estrenos, desde sus vacíos con un alarido de venganza fratricida, distintivo, no ideológico; como un alarido del privilegio, del privilegiado por antonomasia; … o sin importarles sus efectos en los muchos descerebrados de esta juventud mimética y egoísta, arengados por esa frívola y peligrosa libertad que ahora achacan a los otros en sus botellones mientras continúan llenándose las ucis con contagiados por Covid19. Derechos, mimbres que trenzan la libertad, porque sin aquellos esta no sería posible. Libertad. Libertad, por supuesto, para la que no hay alambrada que la detenga, como a estas flores rojas y así fueran moradas o azules, como a esta expresión inesperada de belleza en el camino y sí ahora de respirar libertad.

 

 

F.J. Calvente ©

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