“—La mente tiene su propia mente,
¿sabes? Hace cosas de las que no somos conscientes. Establece conexiones,
inventa fantasías. Es el mundo secreto en el que nos movemos cuando soñamos.”
Leer novela negra de
Benjamin Black (seudónimo de John Banville), siempre es una garantía de
interés, intriga y de deleitarse con el buen hacer de una prosa pulida y plástica;
aunque sigo sin considerarlo la versión de Simenon o Chandler que le cuelgan
algunos críticos, acaso en la línea de estos clásicos, de acuerdo, pero con un
estilo propio y admirable. En esta “Quirke en San Sebastián”, (Alfaguara,
2021), octava entrega de las venturas y desventuras del patólogo forense Quirke,
uno de los anti-héroes por antonomasia en la historia "noir" o del género
policíaco, si bien aquí el personaje se presenta con un registro extraño al
habitual, no solo por su rota personalidad, sino también por el escenario, un ambiente
lejano al sombrío Dublín. “Te encanta estar deprimido, es tu versión de ser
feliz”, refrenda su esposa Evelyne a Quirke en un hotel de San Sebastián. Si
bien, para tranquilidad de sus incondicionales, Benjamin Black mantiene las
características que han hecho esencial al protagonista, a Quirke, en la novela
negra: una personalidad poderosa, atormentada, adicta y definida; entregándolo
en un ambiente, a pesar la luminosa y cálida escenografía donostiarra, que
sigue siendo oscuro, o mejor gris; a través de una trama casi obsesiva que nos mantiene
con los ojos pegados a las páginas, devorándolas, admirando su esmero cuidado
de los detalles, de las descripciones poliédricas, del hechizo de sus personajes
inestables, tan minucioso con los giros y los tiempos narrativos. Una
maravillosa aventura argumental y por supuesto de un estilismo literario notable.
“El rumor de las olas, las campanas de
la iglesia repicando las horas, el gong que anunciaba la comida: esos eran los
golpes amortiguados de metrónomo que medían la soñolienta melodía de sus días,
de sus noches bañadas por el mar.”
Sinopsis editorial:
«Tal vez fuese mejor
dejar a los muertos en paz, incluso si no estaban muertos.»
“Arrastrado por su
vitalista esposa Evelyn a unas vacaciones en San Sebastián, el patólogo Quirke
pronto deja de echar de menos el lúgubre y sombrío Dublín para empezar a
disfrutar de los paseos, el buen clima, el mar y el txakoli. Sin embargo, toda
esta calma y hedonismo se ven perturbados cuando un accidente algo ridículo lo
lleva a un hospital de la ciudad. En él se cruza con una irlandesa que le
resulta extrañamente familiar, hasta que finalmente cree reconocer en ella a
una infortunada joven, amiga de su hija Phoebe. Si la memoria, o el abuso del
alcohol, no le juegan una mala pasada, se trataría de April Latimer,
presuntamente asesinada —aunque su cadáver jamás fue hallado— por su perturbado
hermano en el transcurso de una sórdida investigación en la que el propio
Quirke se vio implicado años atrás. Convencido de que no ha visto a un
fantasma, insiste a Phoebe para que visite el País Vasco para salir de dudas.
Lo que Quirke ignora es que la acompañará el inspector Strafford, por quien
siente una aguda antipatía, y que, además, un asesino a sueldo muy peculiar
emprenderá idéntico trayecto.”
Impaciente ya por la
novena entrega.
“Nunca lo perdería, el recuerdo de ese
instante que se alejaba ya de él, con la cortina hinchada por el viento, el sol
en la ventana y más allá el mar de color azul índigo extendiéndose hacia un
horizonte borroso.”
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