Hoy, al asomarme a la
calle, en un instante impensado de la mañana, como si estimara a ver pasar algo
que jamás pasaría, he conmemorado el solsticio de verano, o ya esta noche
mágica. Desde el umbral de mi casa, me he llenado de sol, de una luz que he
notado hasta recorrer el laberinto de mi interior. Más me he saturado de
claridad al mirar arriba, no al frente y evitando la ceguera a lo evidente y
por lo evidente, sino a un lado, a mi balcón, a tres metros del suelo, a mi
atalaya desde la que, en ocasiones, descubro algún que otro entresijo del
universo, una de sus inmensidades, de sus límites transgredidos, un horizonte
cercano, y esto al cambiar, necesariamente, o al alterar mi enfoque de la
realidad. Luego he intentado reproducirlos, compartir también es desalojar, ¿verdad?;
a deshacerlos de las sombras filosas, sin escapar a ninguno de sus adjetivos
emocionales, de sus metáforas como espejos que acaso devuelven aquel que no soy
o ese al que no estáis acostumbrados a reconocer, a comunicarlos con distancia
o retórica, con complicación o pérdida, o esencialmente con un hallazgo que entonces
no me pertenecería y solo a vosotros incumbiría con su sentencia e intimidad… No sé, ni me importa, escribo así, como me
sale del… alma. Un instante de luz.
Hoy, al ver, al sentir
los haces de este joven sol de verano cayendo sesgados sobre mí, rutilando en
los hierros del balcón, en la cal del vacío, de la nada, en las pinturas o
colores, me he colmado de esperanza, de vida, o al menos de la nueva
perspectiva que el día me insinúa, con arrojo sea cual sea mi intención, y tirando
con vigor del hilo de un ensueño. Mi ritual de fuego, con la confianza por
intentar ser más yo y no esa u otra ridícula manera; con novedad, con frenesí y
nervios como los de todos los comienzos. Agradecido por un espolvorear de magia,
aún sin hermetismos ni vigilancias, de esa energía que no está oculta, que todavía
hay tiempo para no ir a buscarla, sino que se derrama con derroche y a manojos,
con posibilidad y prestancia, por el solsticio de ayer o la noche de San Juan
de ahora. Incluso me he visto ya arriba, en la platea, aferrado a la forja del
balcón, y le he dado sentido, u otro significado antes huidizo, a un texto de
Truman Capote, subrayado en unas páginas amarillas… ni me acuerdo cuando: “El
clima cálido abre el cráneo de una ciudad, dejando al descubierto su cerebro
blanco y su corazón de nervios, que chisporrotean como los cables dentro de una
bombilla. Y exuda un olor agrio a humano que hace que la piedra parezca viva,
palmeada y pulsando.”
Ronda vibra, mi Barrio,
mi calle vibra, las fachadas encaladas palpitan, tiemblan las maderas de los soportales
ante un seco o rítmico golpear de sus llamadores fundidos de otoño y arraigo, suspiran
frescura los zaguanes y los patios, gesticulan los árboles, hablan de silencios
los vecinos, esperan la alameda y la piedra legendaria de las murallas, … y con
estos, me rindo en el latido de mi hondura y conmoción. Mi sonrisa. Pienso entonces
con cerrar los ojos, como si encerrara un miedo de donde jamás debió emerger
con invención y señuelo, para abrirlos con entusiasmo, e intentar, sí, a
recomenzar la aventura de los días. No sé para vosotros, para mí este solsticio,
esta noche de San Juan, son una purificación, o la mejor celebración de vida. Y
mañana, … espero conjurarme en su persistencia.
“RITUAL
DE FUEGO”
© F.J.
Calvente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario