Un libro
imprescindible, dicho ya de antemano. “Ágata ojo de gato” (1974- 2001 Bibliotex)
de José Manuel Caballero Bonald, demuestra y fascina porque no es necesario un
argumento, un contenido, para edificar un magnífico relato, en torno a una
trama coral que se sumerge en el surrealismo o el realismo mágico. Demuestra y
fascina por su autor, por un manejo magistral de la escritura, por una belleza
verbal culta y exquisita, por su abrumador despliegue de barroquismo y poesía; lo
que obliga a una lectura demorada, atenta, ardua, sí, pero con la gracia de no
caer en el fastidio o el sopor, sino que extraordinariamente se hace ágil y seductora,
disfrutable. Demuestra y fascina, al estilo de “Tirano Banderas” y sobre todo
con “Pedro Páramo”, incluso con “Cien años de Soledad”, de un escenario mítico,
las marismas, aunque cercano, esa marisma de Argonida identificada con el coto
de Doñana, entre el río Salgadera (Guadalquivir) y los Cerros de Arcaduz (El
Aljarafe), e idealizado, onírico. Insisto: la novela total, indispensable.
Sinopsis:
“Un territorio hermoso e inhóspito, infernal y
edénico a la vez, como regido por una extraña y antigua sacralidad, sirve de
escenario al desarrollo de una especie de epopeya cuyos protagonistas tienen
algo de alegorías sociales de la fatalidad. Allí donde la historia y la leyenda
se confunden en un común fondo primigenio, se articulan unos hechos de
irregulares conexiones con la realidad. La aparición de un enigmático
extranjero que deja a sus descendientes una secreta e ilegítima riqueza, marca
el inicio de un dominio territorial que conducirá inexorablemente a la
bancarrota. El viejo mito de la tierra-madre, de la tierra que aniquila a quien
pretende ultrajarla, se materializa aquí en un territorio de arcaica pureza que
puede identificarse con el Coto de Doñana y que acaba vengándose de sus
fraudulentos usurpadores.
Ágata ojo de gato, que
fue galardonada con el Premio de la Crítica, está considerada como una de las
novelas más singulares y ambiciosas aparecidas con posterioridad al período del
realismo social. Su extraordinaria prosa parece generarse a través del contagio
con el esplendor y la podredumbre del mundo descrito. La experiencia del
lenguaje es tan significativa como la invención de un espacio narrativo donde
la realidad queda sometida al quimérico ritual de una historia de resonancias
arcádicas, cuyo despliegue envuelve al lector en la propia fascinación de esa
naturaleza que es también, en parte, la protagonista del relato.”
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