Andas ocultándote,
escapándote de todo, o por contrario quieres que te encuentren. ¿Qué? Sea como
fuere, asumiendo la posibilidad, una voluntad, o una actitud cuando se trata de
la otra, o con la confusión de una creyendo ser la otra, o una y otra segura,
existe una señal y guía y sin duda sugerencia. Mágica, evidentemente, latente.
Asomarte al balcón, con la noche tejiendo su misterio, cautivado por un frío
otoñal que templa la piel, suelda tus manos ateridas a los hierros, y abre
algún dique al humedal de los ojos, saboreando un relente saturado de suspiros
agónicos ante la muerte próxima, y al hosco humo de las primeras chimeneas, a
leña y no al tufo de los nuevos sucedáneos crematorios, y ver un universo de destellos
irreflexivos, de reflejos sorprendentes, en un extraño anochecer en la alameda
del Barrio, en la embocadura de la calle San Francisco de Asís. La plaza, en
soledad y silencio, sin la estridencia de los veladores y su estertor de ocio o
tregua, ahora como una proyección irreal de lo que fue o de lo que ya jamás sería.
Y en esta sugerente fantasía abierta en la normalidad del día, o del día que
transcurre por la noche, reparas en la línea de mármol del pavimento de la
alameda, una sola y entera, tintada con el oro de los sueños, dorada como el luminoso
ocre con el que se entregará, con sublimidad, el otoño al invierno. La guía, la
señal, la sugerencia, como un singular camino de baldosas amarillas, reluciente
y suave, sinuoso o rectilíneo, y por cuyo trayecto o intención no importa si te
arraigará a la Tierra de Oz o te adentrará con audacia en la Ciudad Esmeralda, garantizando
el testimonio de estar siempre ahí o allá, lo veas o no, lo entiendas o no,
acaso en un reclamo que te permita esconderte, escapar de todo, o, por
contrario, con su refulgir en un aviso para que te encuentren.
“BALDOSAS AMARILLAS”
F.J. Calvente.
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