Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 22 de abril de 2023

"CANCELA"

 


Con el libro "Esperando a Godot" de Samuel Beckett, golpeaba una vez tras otra los hierros de la ventana. Alternaba los enfáticos e inadmisibles porrazos, con ambas manos aferradas con furia a los barrotes, con tirones a estos de desesperación y esfuerzo. Una vez tras otra trataba de infringir su resistencia, hasta que las manos, los dedos, adquirieron una lividez de cierto pronóstico o en prolegómeno al desfallecimiento súbito y ocasionado por el empeño de abrir un hueco holgado en la separación de los fierros, o de romperlos, arrancarlos y tirarlos lejos. Todos los intentos resultaron ineficaces, uno tras otro igual de vanos, nada que pusiera en duda, o acaso confianza, ante la férrea solidez del enrejado. Este en su uso de poner frontera, una cobarde seguridad, en separar la intimidad frente a la revelación de afuera. Ya dolía la lividez por la tensión en los brazos, en las manos, en los dedos; menos vigorosos los empujes, los meneos, la esperanza del denuedo, más cansado por todo, más sudoroso, menor el ahínco entonces y ni una costra de pintura, una postilla en el calendario partícular de los tiempos, que hubiera saltado de los hierros. Ya el libro, con cada golpetazo, desfiguraba las rectas simétricas de su lomo, de su cubierta, con dobleces irreversibles en sus hojas, con alguna que otra rota, desgajada del resto; una en vuelo o huída por la ventana, hacia donde anhelaba, desesperaba la mirada. La mirada al ver el jardín, el coto antiguo de las murallas, el faro de la iglesia del Espíritu Santo, la discreta puerta árabe con su invitación al misterio, a pasar al otro lado; para guiar su alma, su necesidad, leyenda, de estar allí o allá y sin freno del momento, de la reja. La mirada que se hizo desafiante, arriesgada, insolente, cuando apenas leyeron las letras, las de la página del libro que había marchado, escapado entre las barras, fuera: 

"Siempre encontramos alguna cosa que nos produce la sensación de existir."

De hecho estaba muy seguro, por imposible que sucediera, por eso insistía una vez y otra, con las manos, con el libro, a abrir o deshacer los negros listones de acero. No era una cuestión de tiempo lograrlo, vencerlos, solo de voluntad. 



 "Cancela"

F.J. Calvente.



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