“Lo que más me asombró fue la combinación de belleza y miedo. El miedo
dejó de aparecer separado de la belleza, y la belleza, del miedo. El mundo al
revés. Tal como lo veo ahora. Al revés. Un desconocido sentimiento de muerte”
Hace ahora un año que publiqué
una engañosa felicitación a Svetlana Alexievich por la concesión del Premio
Nobel de Literatura. Engañosa solo porque no había leído nada, hasta este
momento, de esta autora bielorrusa. Leer “Voces de Chernóbil” (DeBolsillo,
2015) ha sido una amarga pero vital experiencia, ineludible; terrible, mas interesante;
la que ha supuesto una lectura pausada y reflexiva que no ha propiciado, como a
veces pretendí, saltar las páginas en un ahorro, o en la preocupación por
eludir la dureza y horror de las experiencias verídicas allí compendiadas, sino
con atención por asimilar todos los detalles de un ensayo, de un relato que
evade lo que pasó en Chernóbil para centrarse en lo que se vivió, en las
historias trágicas provocadas por la catástrofe, “voz a aquellas personas que
sobrevivieron al desastre de Chernóbil y que fueron silenciadas y olvidadas por
su propio gobierno”. “Svetlana Alexievich trata de acercarse a la dimensión
humana de los hechos a través de una yuxtaposición de testimonios individuales,
un collage que acompaña al lector y a la propia Alexievich a un terrible
«descenso al infierno»”. Una lectura inolvidable.
“El sarcófago es un difunto que respira. Respira muerte”
“Bielorrusia. Para el mundo somos una tierra incógnita, tierra ignorada,
aún por descubrir. La Rusia Blanca, así suena más o menos el nombre de nuestro
país en inglés. Todos conocen Chernóbil, pero en lo que atañe a Ucrania y
Rusia. A los bielorrusos aún nos queda contar nuestra historia…” De una
forma u otra, con mayores o menores datos, creo que todos conocemos qué pasó en
Chernóbil, cuando el 26 de abril de 1986 una serie de explosiones destruyó el
reactor y el edificio del 4º bloque energético de la Central Eléctrica Atómica,
causando el mayor desastre tecnológico y ecológico del siglo XX. Aunque en
Ucrania, la catástrofe de Chernóbil afectó gravemente a Bielorrusia, un pequeño
país de 10 millones de habitantes, provocando la pérdida de 485 pueblos y aún
hoy el 20% de su población está afectada por la contaminación radioactiva. Este
libro de Svetlana Alexievich, publicado en 1997, recoge estremecedores
testimonios de personas afectadas por la hecatombe:
“Chernóbil, 1986. «Cierra las
ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto.» Esto
fue lo último que un joven bombero dijo a su esposa antes de acudir al lugar de
la explosión. No regresó. Y en cierto modo, ya no volvió a verle, pues en el
hospital su marido dejó de ser su marido. Todavía hoy ella se pregunta si su
historia trata sobre el amor o la muerte.
Voces de Chernóbil está planteado
como si fuera una tragedia griega, con coros y unos héroes marcados por un
destino fatal, cuyas voces fueron silenciadas durante muchos años por una polis
representada aquí por la antigua URSS. Pero, a diferencia de una tragedia
griega, no hubo posibilidad de catarsis.
«[...] por su escritura
polifónica, que es un monumento al valor y al sufrimiento en nuestro tiempo.»,
palabras del Jurado de la Academia Sueca al otorgar a la autora el Premio Nobel
de Literatura 2015
La crítica ha dicho...
«Alexievich describe de manera
muy elocuente la incompetencia, el heroísmo y el dolor: mediante los monólogos
de sus entrevistados crea una historia que el lector, por muy distante que esté
de los acontecimientos, será capaz de palpar.»
The Daily Telegraph
«Terribles y grotescas, las
historias se consolidan página tras página como los radionúclidos instalados en
los cuerpos de los supervivientes.»
The New York Times
«En sus libros es capaz de
rescatar lo que quedó bajo los escombros de la historia para escribir con ello
una crónica del futuro.»
Carmen G. de la Cueva, Ahora”
…
Estos puntos suspensivos
sintetizarían las opiniones y comentarios sobre este texto de Alexievich, numerosos,
y probablemente ninguno alcanzaría la trascendencia de esta obra. Sin duda
alguna, o al menos eso me ha parecido a mí, este ensayo plantea una exigencia: cada
lector tiene que enfrentarse a las evidencias y realidad recogidos en sus
páginas, solo sus emociones estarán en consonancia con la fuerza y significado
de este magistral libro. De hecho, la propia autora no juzga, solo abre su
objetividad periodística para que los protagonistas, testigos, víctimas, héroes…
habitantes de la zona, liquidadores de la catástrofe, responsables de las
explosiones, familiares de los soldados y bomberos muertos como consecuencia de
la radiación, viudas, campesinos y científicos, fotógrafos y periodistas, niños
y adultos y ancianos... Todo el espectro de la sociedad hasta ahora callados
por imperativos políticos y sociales y patrios, hablen y compartan sus
experiencias y sentimientos, abran su alma, de lo que aconteció en aquellos
fatídicos días.
“Y allí he comprendido que me veo impotente. Que no comprendo. Y me
estoy destruyendo con esta incapacidad de comprender. Porque no reconozco este
mundo, un mundo en el que todo ha cambiado. Hasta el mal es distinto”
Por su objetividad periodística,
la escritora no ahorra ni mitiga la potencia y crudeza de los testimonios, no
entrevista a la gente, no participa ni se pone a favor o en contra de ellos,
solo recoge fielmente lo que quieran decir, ordena y estructura las
declaraciones para que la lectura, en su cadencia, tenga soltura, un fluir
narrativo sin saltos ni mayores brusquedades que los hechos pavorosos que se
relatan. Ya en su comienzo nos encontramos con el monólogo desgarrador de la
mujer de uno de los bomberos que apagaron el incendio en la central nuclear, con
la terrible experiencia de ver cómo su marido, cómo su cuerpo se caía
literalmente a trozos por la radiación y entre grandes dolores: “Le salían por la boca pedacitos de pulmón,
de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras. Me envolvía la mano con una
gasa y la introducía en su boca para sacarle todo aquello de dentro. ¡Es
imposible contar esto! ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni
siquiera soportarlo!... Todo esto tan querido… Tan mío… Tan… No le cabía ninguna talla de zapatos. Lo
colocaron en el ataúd descalzo” Semblanza que se amplia en un abanico de desamparo
desgarrador, de una espeluznante serie de historias, de una guerra que no era
como otra guerra, aunque sigue segando muertes y sufrimientos, una declaración
de soledad por los muertos, por lo absurdo de la muerte, por la incompetencia
de las autoridades, por la nula información de lo que pasaba y de cómo afrontarla,
sin ninguna medida terapéutica ni prevención de la que fuera, la resignación de
niños que sabían que iban a morir demasiado temprano… “Creíamos en nuestra suerte; en el fondo de nuestra alma todos somos
fatalistas, y no boticarios. No racionalistas. La mentalidad eslava. ¡Yo
confiaba en mi buena estrella! ¡Ja, ja, ja! Y hoy soy un inválido de segundo
grado. Enfermé enseguida. Los malditos “rayos”. Ya se sabe. Hasta entonces no
tenía ni siquiera una ficha en la clínica. ¡Que los parta un rayo! Y no era yo
solo” El hombre de Chernóbil marcado por la tragedia, despreciado por los
demás por la tragedia.
“Chernóbil es un tema de Dostoyevski. Un intento de justificación del
hombre. ¡O puede que todo sea muy sencillo: entrar en el mundo de puntillas y
detenerse en el umbral! Este mundo de Dios”
Además, ofrece el testimonio del
fin de una mentalidad, de la mentalidad eslava o soviética, con todos sus
estereotipos: “¿Y nosotros? ¿Nosotros
cómo nos comportamos?¡Mira a estos alemanes, siempre tan planchados, tan
almidonados, qué histéricos!¡Miedosos! Midiendo la radiación de la sopa, de las
hamburguesas. Saliendo a la calle cuanto menos mejor. ¡Qué risa! ¡Nuestros hombres
sí que son hombres de verdad! ¡Qué machos los rusos! ¡Dispuestos a todo!
¡Luchando contra el reactor! ¡Y sin ningún temor por sus vidas! Se suben al
tejado fundido a cuerpo descubierto, con guantes de lona (ya lo habíamos visto
en la televisión) ¡Y nuestros hijos van con sus banderines a la manifestación!
¡Con los veteranos de la guerra! ¡La vieja guardia!”.
El testimonio del fin
de un mundo: “El mundo se ha partido en
dos: estamos nosotros, la gente de Chernóbil, y están ustedes, el resto de los
hombres. ¿Lo ha notado? Ahora entre nosotros no se pone el acento “yo soy
bielorruso” o “soy ucraniano”, “soy ruso” … Todos se llaman a sí mismos
habitantes de Chernóbil. “Somos de Chernóbil”. “Yo soy un hombre de Chernóbil”.
Como si se tratara de un pueblo distinto. De una nación nueva” Algunos
establecían que Chernóbil fue la ejecución brutal de la Perestroika de
Gorbachov no solo para los que vivían, por ejemplo, en Prípiat, también para
liquidadores y científicos y profesionales y todos los que venían de todas
partes de la Unión Soviética. Luego están los que querían permanecer junto a su
terruño, al lugar, a su concepción, a un mundo que moriría con ellos; aquellos
que se negaron a ser evacuados de sus casas, de sus aldeas, de sus campos… en
otra perspectiva igual de dolorosa. “El
precio que pagó por su acto fue perder la salud y la vida de su hija. Pero
¿cómo elegir entre el amor y la muerte? ¿Entre el pasado y el ignorado
presente? ¿Y quién se creerá con derecho a echar en cara a otras esposas y
madres que no se quedaran junto a sus maridos e hijos? Junto a esos elementos
radiactivos. En su mundo se vio alterado hasta el amor. Hasta la muerte”
“Nos marchamos. Quiero contarle cómo se despidió mi abuela de nuestra
casa. Le pidió a papá que sacara del desván un saco de grano y lo esparció por
el jardín: "Para los pajarillos de Dios". Recogió en un cesto los
huevos y los echó al patio: "Para nuestro gato y para el perro". Les
cortó unos trozos de tocino. De todos los saquitos echó las simientes: de
zanahoria, de calabaza, de pepinos, de cebolla. De diferentes flores. Y las
esparció por el huerto: "Que vivan en la tierra. Luego le hizo una
reverencia a la casa. Se inclinó ante el cobertizo. Recorrió los manzanos y los
saludó a cada uno. Y el abuelo se quitó el gorro cuando nos marchamos”
El desasosiego, el terror, sí el
terror, el que durante y mucho después de la lectura me resultó abrumador, desmedido.
Uno llega a preguntarse cómo la dimensión del terror, según los valores y
escenarios actuales, tan disimulados, pueden estar detrás, o al lado, de
nuestras casas, ahí enfrente, por un atentado yihadista, por esa gasolinera que
estalla, por el vertido contaminante de ese barco que naufraga o ese avión que
estalla… cualquier desastre como que estalle una central nuclear y contamine y
mate hasta tus propios sueños. Nunca hemos estado seguros, protegidos, y creo
que nunca llegaremos a estarlo. “No se
hallaban palabras para unos sentimientos nuevos y no se encontraban los
sentimientos adecuados para las nuevas palabras” No soy catastrofista, pero
experiencias como la de este libro, hace que la mente se abra a situaciones que
pueden sucederse ahora mismo, mientras escribo estas letras o tú que las lees
sin sospechar que el café, el helado, o la ensalada que te estás comiendo está
contaminada o adulterada por unos intereses secretos. Por ello insisto en
avisar que es un libro difícil, duro, crudo. Y sin embargo, conjuntamente a la
habilidad narrativa, admirable el compromiso, la responsabilidad de Alexievich,
por hablar tan claro, por exponer los hechos como son, “En un país donde lo importante no son los hombres sino el poder, la
prioridad del Estado está fuera de toda duda. Y el valor de la vida humana se
reduce a cero”, por denunciar a quienes hicieron que los hechos sucedieran así
y se silenciaran de manera tan ominosa, por enfrentarse al inmovilismo del
poder que solo atiende a sus intereses y no a los colectivos, a los
humanitarios.
“Después de Chernóbil ha quedado la mitología de Chernóbil”
“Voces de Chernóbil” no es un
libro de lectura fácil, pero es imprescindible leerlo. “Chernóbil es ante todo una catástrofe del tiempo” Un ensayo de
lectura conmovedora, intensa, dura, la que perdurará siempre, y para situar
nuestra memoria, nuestra comprensión, en un límite muy superior a otra
experiencia narrativa parecida. “Escribo
y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras.
Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas
gentes corrientes” Indudablemente una crónica y testimonio muy necesario
por aquello del axioma histórico, también humano, o no era cierto que
reconociendo los errores del pasado puede ponerse nombre a las preocupaciones
del futuro e intentar solventarlas o atemperarlas. Imprescindible.
“Tengo un hermano pequeño. Le gusta jugar a "Chernóbil. Construye
un refugio, cubre de arena el reactor...O se viste de espantapájaros y corre
detrás de la gente y los asusta: "¡Uh, uh, uh...! ¡Soy la radiación! ¡Uh,
uh, uh...! ¡Soy la radiación!... Aún no había nacido cuando ocurrió aquello”
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