“Todos
llevamos un monstruo dentro, al que solo le falta un empujón (a veces solo un
empujoncito) para salir a devorar el mundo”
Para muchos afortunados entramos en un periodo de vacaciones
henchido de frivolidad, glotonería, simulaciones y de buenos propósitos que no
resisten siquiera su mero enunciado. Sea como sea, también es un tiempo
propicio para, en primer lugar, buscar esa tranquilidad insospechada y
dedicarse, sin términos ni urgencias, a lecturas que entretengan y entusiasmen;
y si este requisito, por cierto morbo despechado de la liviana y distorsionada esencia
de estas fechas, lo acapara una buena novela policíaca, oscura, negra,
intrigante, cruda, inteligente… pues entonces hasta consolaría el hecho de no
haber sido agraciado con la lotería, de aguantar a propios y ajenos, y ya que
el recurso de la salud resulta huero y empachoso. En este ambiente vacacional y
bajo estas premisas, la “opera prima” de la conocida presentadora de
televisión, Carme Chaparro, “No soy un monstruo” (Espasa, 2017) acogería y
elevaría estas pretensiones. Tanto llega a ser la adicción a esta novela, tanta
es la transgresión a cualquier límite impuesto por el lector y según la trama
en la que se ven envueltos sus personajes, que en estos momentos desaconsejaría
su lectura en el último día del año, y por si se olvida, absorbidos indudablemente
por la lectura, de tomar las uvas y brindar por el nuevo año. Avisados quedan.
Sinopsis editorial:
“Si hay algo peor que una pesadilla es que esa pesadilla se repita.
Y entre nuestros peores sueños, los de todos, pocos producen más angustia que
un niño desaparezca sin dejar rastro.
Eso es precisamente lo que ocurre al principio de esta novela: en un
centro comercial, en medio del bullicio de una tarde de compras, un depredador
acecha, eligiendo la presa que está a punto de arrebatar. Esas pocas líneas,
esos minutos de espera, serán los últimos instantes de paz para los
protagonistas de una historia a la que los calificativos comunes, «trepidante»,
«imposible de soltar», «sorprendente», le quedan cortos, muy cortos.
Porque lo que hace Carme Chaparro en No soy un monstruo, su primera
novela, es llevar al límite a sus personajes y a sus lectores. Y ni ellos ni
nosotros saldremos indemnes de esta prueba. Compruébenlo.”
Carme Chaparro ha escrito una muy buena novela policíaca. Novela que
le valió el galardón del Premio Primavera de Novela 2017, y aunque, para mayor
mérito de la autora y sin excusas en su fama televisiva, se presentó bajo pseudónimo.
A esto alude el siguiente fragmento: “Como
a toda persona medio famosa, hacía años que las editoriales me perseguían.
Escribe, escribe, escribe. Te damos el argumento, me decían algunas. Te damos
las ideas que quieras, me decían otras. Te ponemos a un escritor que te ayude,
me propusieron también. Yo sabía —para qué nos vamos a engañar— que no me
perseguían solo porque supiera contar muy bien las historias, sino porque
querían aprovechar la fama que me daba la tele. Para vender más libros, claro.
El mercado literario está así de jodido y si eres famoso, vendes más. Da igual
lo que hayas escrito”. Una novela que ya desde sus primeras páginas, (quienes
tengan hijos pequeños comprenderán el terror de que uno de ellos desaparezca en
un santiamén de nuestra mano), el horror atrapa, desarbola y deja indefenso al
lector en una angustia desesperada por pasar páginas, en una intriga palpitante
por dilucidar al monstruo, para sentirse protegido, hasta que llega el alivio y
la emoción en un final igual de irresistible y fascinante.
“Quizá
las desgracias ajenas nos hacen pensar que nuestra vida de mierda no es tan
mala. Además, la piedad siempre conjuga con la soberbia”
Una muy buena novela policíaca, de impecable estructura narrativa,
de historia verisímil y llena de giros sorprendentes que la hacen muy dinámica,
intensa, fácil de leer, con un perfecto manejo de los tiempos, y de una
sutilidad inesperada. Cincuenta capítulos contienen su argumento alternado
entre las dos protagonistas principales, dos mujeres correctamente perfiladas y
aunque no profundizadas: Inés Grau, la que narra en primera persona,
periodista, madre, acaso un lejano alter ego de la autora, y la inspectora jefa
Ana Arén, independiente, decidida, tremenda, y en torno a las cuales, también como
esta última a través de un narrador omnisciente, pivotan el resto de personajes:
Laura, Joan, Nori, Sam, Patricia, Jesús, Richi...
Unos personajes, además, con los que llegan asombrosos momentos en los que parece
se pasan la pelota por ser y no ser el malvado, quién o no el monstruo, para solo
dilucidarse el enigma en unas últimas páginas,
como marcan los cánones, frenéticas.
Encontramos una primera parte con un ritmo más pausado, por establecer alguna divisoria
con lo que vendrá después, en la que se perfilan los universos personales de
los protagonistas, los antecedentes de Slenderman, ese monstruo mítico de las
redes y al que se asocia el secuestrador de niños. El acento de la historia
adquiere en su mediación un grado que se hace cada vez más implacable en sus
giros, sospechas, acción, al que se engancha irremediablemente el lector hasta
no dejarlo ni en un colofón que retoma el principio, como ya he escrito,
trepidante y excepcional donde todo se desvela, todo se anuda, y si bien el
hormigueo continúe por más tiempo y en otras lecturas.
Por supuesto, la novela es tan buena que se la perdona, quizás por
ser el primer relato de la autora, digresiones aquí y allá, gustos propios de
la escritora, recursos manidos o tópicos del género, que no encajan del todo,
que hubieran sido prescindibles, que poco o nada aportan al conjunto, pero a
los que, ciertamente, no se les tiene en cuenta por la intensidad que Carme
Chaparro logra insuflar a la narración. Y es una buena novela por esa dimensión
de terror, de desasosiego, de inquietud que construye en sus ritmos
descriptivos, en los diálogos, en la ambientación de dos mundos aunque disparejos
tan cercanos, el del periodismo y el policial, y que no la hace decaer en
ningún momento, con un carácter visual y realista estremecedor.
No hay que obviar el mensaje de la novela, o los distintos enfoques
no necesariamente policíacos: la responsabilidad de la maternidad, los malos
tratos infantiles, los miedos transformados en patologías, el morbo por las
desgracias ajenas, las nuevas tecnologías, el agresivo sensacionalismo en el
mundo periodístico y editorial, incluso en el propio contexto policial, de las
pérdidas y los traumas, la amistad y la confianza… es decir, nadie está libre
de ser en un momento determinado un monstruo.
“Los
adictos la miraban embobados. Enganchados a esa historia como yonquis a la
heroína. Cerraban los ojos por pudor, pero también para disfrutar más,
concentrándose solo en el fluir de la droga por sus venas. Yo también, la
verdad. Quizá por eso las reuniones de ese tipo tenían siempre tantos
asistentes, porque las personas necesitábamos cada día nuestro chute de desgracias
ajenas. Somos adictos al dolor de los demás. ¿Era yo también así? ¿Me hacía
falta el dolor ajeno para sentirme bien? ¿O quizá para trabajar?”
Un thriller psicológico perfectamente hilado, con una intriga tan
bien cosida que sus puntadas complejas o contradictorias, llenas de incógnitas sobre
el tapiz, cobran un sentido extraordinario justamente al final. He disfrutado
mucho con esta novela cruda y humana de Carme Chaparro. Me ha sorprendido su
solvencia narrativa. Una novela, para estas fechas navideñas y para cualquier otra,
muy recomendable.
“Doce
horas en una celda le hacían a uno un poco más receptivo. Hay que dejarlos
madurar, Ana, tienes que dejarlos madurar antes de ir a sacarles el jugo -le
decía siempre el comisario Bermúdez-. Que se cuezan en su propia conciencia. Y
los que no tengan conciencia, que se cuezan en su propio miedo. Y a los que no
tengan conciencia ni miedo los cueces tú”
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