Es emoción. Es sentimiento. Es afinidad. Es símbolo. Es herencia. Es tradición. Es reencuentro. Aquí, en esta Hermandad del Santo Entierro, en el Barrio, en otro Viernes Santo de nervios, de desolada incertidumbre por el tiempo, de la decisión difícil, última y dolorosa, mostrar el alma desnuda en público no se considera un exhibicionismo indecente, contradiciendo a Deepak Chopra, ni ninguna estética aparente, ni nada fingido o determinado. Aquí todo es sincero. Más hoy, cuando los llantos irrefrenables por la ausencia en las calles, en el crepúsculo, en la noche plena, por el Puente Nuevo, Las Imágenes, Ruedo Alameda, son los del cielo. Aquí, más que hermanos de fe, lo son, somos de estremecimientos, de compartir los pellizcos de adentro; donde nadie dará la espalda a nadie, nadie como siempre han hecho otros "con los locos, los santos, los poetas, los visionarios y los genios". "El año que viene será mucho mejor", ha dicho Alfonso Marín (hijo), tras descubrirse y dejar el varal, con una sonrisa capaz de enjugar con su luz las lágrimas en el océano ensangrentado de los ojos de mi hija, por ejemplo. Él, como otros, Rebeca, Manolo, Luisa, un Guardia Civil en la puerta... Cada uno son, somos un espejo del otro, cada uno despertamos de "la conmoción de estar desnudos" para ofrecer y coincidir en un secreto: ser en Ellos, Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad. En la emoción. El sentimiento.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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