Cuando los sentimientos se apoderan por completo de la realidad, y ya solo queda la melancolía por los sueños improbables, por las ficciones consentidas del pasado, por unas letras inalcanzables, por aquella emoción espontánea.
Esto pensé, o quizás sospeché, en mi abandono del sofá cuando percibí, y me sorprendí, luego admiré con ese poso de aflicción inherente a la aparición inesperada de la belleza, más por mi sensibilidad actual, por aquel que una vez fui, por la de una fatalidad de los tiempos a flor de piel, un reflejo, de vivo cromatismo, de sutil geometría, en el techo del salón. Un resol del exterior que puso optimismo a la mañana, calidez, quiebra y expectación en la normalidad. Entonces me arrebujé en el sillón y, con una sonrisa, la luz de un cosquilleo, disfrute del espectáculo tornasolado hasta que se fue apagando, se hizo sombra entre las sombras, y ya no estaba cuando volví del cuarto de baño.
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