“Soy no lo que pienso o recuerdo o imagino sino lo que
van viendo mis ojos y lo que escuchan mis oídos, el espía en la misión secreta
de percibirlo todo, de coleccionarlo todo”
Escribir todo y de
todo, sin juicios ni reflexiones, sin premeditación, en un solitario andar pertrechado
con un lápiz, un cuaderno, la grabadora del móvil, y con suficientes bolsillos y
retentiva para recoger las palabras e imágenes de las calles, los papeles, publicidad,
las conversaciones al aire, los insólitos encuentros, y reanudar los antiguos
pasos de famosos literatos y artistas. Esta es la propuesta de Antonio Muñoz
Molina en “Un andar solitario entre la gente” (Seix Barral, 2018), una novela
que no lo es y quizás un ensayo pero tampoco. Si en verdad hubiese algo en el
que encuadrar este texto “que reconstruye los pasos de los grandes caminantes
urbanos de la literatura y del arte que han querido explicarse la época que les
ha tocado vivir”, sería el collage. Un collage, al fin y al cabo, de lectura
difícil, ora confusa, ora indisciplinada, de reconocida osadía, de notable
singularidad, que presenta el desorden, el desmán de una realidad que supera,
por tanto, a la ficción, y en la que nos sentimos extraños. Con todo, un placer
literario.
“Llevo conmigo mi oficina ambulante, mi oficina de los
instantes perdidos, de los titulares y los anuncios recortados o copiados, de
los cuadernos escritos a lápiz de la primera a la última página, intercalados
con recortes de periódicos diarios, de folletos de publicidad o de revistas de
modas, ilustrados por siluetas, eslóganes y palabras sueltas que pego en las
páginas interiores, en la cubierta, en cualquier espacio libre”
Sinopsis editorial:
“Un andar
solitario entre la gente es la historia de un caminante que escribe siempre a
lápiz, recortando y pegando cosas, recogiendo papeles por la calle, en la
estela de artistas que han practicado el arte del collage, la basura y el
reciclaje —como Diane Arbus o Dubuffet—, así como la de los grandes caminantes
urbanos de la literatura: de Quincey, Baudelaire, Poe, Joyce, Walter Benjamin, Melville,
Lorca, Whitman… A la manera de Poeta en Nueva York, de Lorca, la narración de
Un andar solitario entre la gente está hecha de celebración y denuncia: la
denuncia del ruido extremo del capitalismo, de la conversión de todo en
mercancía y basura; y la celebración de la belleza y la variedad del mundo, de
la mirada ecológica y estética que recicla la basura en fertilidad y arte.
«Me gusta la
literatura que me trastorna y me embriaga como vino o música, que me saca de
mí, que me fuerza a leerla en voz alta y a favorecer su contagio, que me
explica el mundo y me pone en pie de guerra con el mundo y me refugia de él y
me revela con la misma vehemencia todo su horror y toda su belleza.»
“Un andar
solitario entre la gente”, es un errático paseo por New York, por Madrid, por
París y también Lisboa, o solo se infiere que puedan ser estas ciudades como sorprendentemente
ninguna. Es una mirada y auscultación hacia atrás pero vividas en el presente, en
la actualidad con sus tecnologías y destierros; acompañando a grandes
escritores, Thomas de Quincey, Charles Baudelaire, Fernando Pessoa, Allan Poe,
James Joyce, Walter Benjamin, Herman Melville, García Lorca, Walt Whitman…, o
artistas como Tichy, “solo renunciando a
todo podía hacerse invulnerable al chantaje de que le quitaran algo”, con
los que el cronista o escritor se siente identificado por su también
desconfianza, por su agotamiento en universos inéditos de hartazgos. Una mirada
novedosa, atrevida, tan singular y tan poco circunscrita que incluso aquel, el
narrador que no parece ser quien es, se rebela como un solitario
paradójicamente rodeado de gente; o rodeado por un aluvión de reseñas y
comunicaciones que acumula sin criterio, en el que nadie repara, y del que tal
vez busca nada más que pergeñar si no su historia, la de un mundo que quizás
sea igual de excesivo e impasible al que asimismo recorrieron aquellos
escritores y artistas de ayer.
“En Ibiza fuma opio con un amigo alemán. La habitación
en la que fuman tiene una ventana con una cortina que se mueve en el viento.
Benjamin inventa la palabra “cortinología”. Dice, en la ensoñación del opio,
que la cortina es la intérprete del lenguaje del viento”
Y de tanta
acumulación de letras e imágenes, de voces y anécdotas, por la que, casi
resignados, acompañamos al autor o narrador en su dificultoso fárrago de
fragmentos, al final, nos sentimos consumidos como él, cansados, extraños aun por
ciudades de las que creíamos conocer; y sin saber fehacientemente si su trabajo
de recopilación, si nuestra lectura atenta y ardua, pero placentera, han
merecido la pena, han tenido algún sentido. Sin embargo, en sus letras rezuma o
revive un sentimiento de felicidad por este quehacer, por esta vida, y nos
anima, pues, a seguirlo.
“Era preciso encontrar metáforas nuevas para contar lo
que hasta entonces no había existido”
La lucha épica frente
a un mundo tan comunicado y relacionado en el que el hombre, la humanidad, en
contraste, se ha trasformado en frágiles islas aisladas y cerradas,
individuales. En un mundo a la deriva, el desconocido narrador, el emboscado
autor, sin énfasis ni dispendios, se conjura contra esta situación de la única
manera en la que cree posible si no de revertir las cosas, no hace falta, a que
adquieran un sentido, acaso una necesidad, o un puntal de felicidad: a través
de la “deambulogía” o “topobiografía” (“El
ideal de la Deambulogía es estudiar un texto literario y deducir de él, de
manera constatable, la estatura, la edad, la salud, la forma de andar de quien
lo produjo, por usar un término satisfactoriamente académico”), contándolo
todo, lo propio y lo ajeno, lo vivido o soñado, lo visto u oído, lo leído o
espiado, lo excéntrico o lo romo, lo bello o lo sórdido, “parecen mucho, dobles posibles o heterónimos”, en definitiva acopiar
la esencia de un mundo por el que pasamos indiferentes con literatura, con una
literatura vital basada en una absurda prolijidad de voces, anuncios,
“Causa melancolía lo que se queda inacabado,
pero lo muy acabado y completo puede dar horror”; como esa frase de un
paseante anodino a la búsqueda del Grial del poema único, quien le dice aquello
de “el gran poema de este siglo solo
podrá ser escrito con materiales de desecho”. Y esta es la síntesis de esta
novela o ensayo o collage escrita a lápiz, “Escribir
a lápiz es como hablar bajando la voz”, una búsqueda del sentido de un
mundo, de una sociedad, que ha perdido, como “Proudhon en los últimos cuarenta y tantos años. Dice: “El bienestar sin
educación embrutece a las personas y las vuelve insolentes”…”, la voluntad
de crear imaginarios y de vivirlos. El notario de una entidad perdida y buscada
en sus restos.
“Yo buscaba una música de palabras que fuera al mismo
tiempo la de la poesía y la del habla cotidiana y la de los anuncios y los
periódicos y las revistas de moda y los mensajes eróticos y las profecías del
horóscopo: una música transparente que se respirara como el aire y que sin
embargo nadie hubiera imaginado ni escuchado nunca”
Un atrevido libro
que no es una novela ni tampoco un ensayo, fragmentario, sin argumento, de
capítulos interrumpidos y encabezados por frases publicitarias, un enorme
collage salpicado por retazos de auténtica belleza en los que un narrador
desorientado recorre las calles de unas ciudades actuales pero que bien
pudieran ser las de ayer, aislado en un mundo extraño y en sí conocido. “Dice James Joyce que los hechos futuros
proyectan una sombra anticipada sobre el presente. El pasado que pudo haber
sucedido imprime una sombra parecida sobre lo que vino después. En ese
espacio-tiempo conjetural es donde habitan los fantasmas, asomándose con caras
borrosas detrás de un telón, cruzando de incógnito por los lugares en los que
pudieron haber vivido” Un libro raro, difícil por su enredo, pero al mismo
tiempo con el que se está satisfecho; por una lectura interesante donde se
reconoce al gran Muñoz Molina, por su audacia, estilismo y vitalidad, por su
ironía e inteligencia, y en la que, si no ya por la animación de seguir las
biografías de los autores que menciona, no solo por esto, ha hecho al lector
pasarlo muy bien. Una obra recomendable.
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