“Estar
muerto podía ser eso, hacer todas las cosas al revés”
¿Cómo se puede hacer de
un argumento simple una obra excepcional? ¿Cómo con una prosa sencilla y una
trama simplista se puede incentivar y absorber tanto el interés y fascinación
del lector? ¿Cómo con un matiz gris, anodino, se puede construir una historia
oscura e hipnótica? ¿Se puede? Sí, es la maravilla narrativa que ha ideado el
argentino Mariano Quirós con “Una casa junto al Tragadero” (Tusquets
Editores, 2017), la novela que le valió el XIII Premio Tusquets Editores de
Novela 2017. “Un magnífico relato de supervivencia en medio de una naturaleza
hostil”; también un relato de identificación personal, del sentido individual
en un mundo casi virgen, de una alegoría árida y desasosegante.
“En un territorio
selvático impreciso, cerca del río Tragadero, en el norte argentino, vive con
su perra el Mudo, el protagonista de esta historia. El Mudo dejó Resistencia
buscando la calma de la naturaleza y vivir rodeado sólo por «el murmullo de la
vegetación». Se relaciona con Insúa, el dueño de un almacén de víveres que se quedó
con su camioneta a cambio de proporcionarle todo lo que necesitaba para
emprender la vida en solitario. Y siente como intrusos a otros personajes que
merodean por su territorio, como Soria, que vive con su hijo, o los jóvenes
ecologistas de la Fundación Vida Salvaje, que en su día lograron que Insúa
liberara en el río los yacarés que tenía como mascotas, sin calibrar las
consecuencias. En medio de la aspereza de una naturaleza hostil, entre pájaros,
monos y caimanes, el lector asiste con una tensión creciente a los peligros del
río y a las amenazas de los desconocidos, cuyas verdaderas intenciones
adivinamos de manera inquietante desde los ojos del protagonista, que hizo
propósito de no molestar a nadie, ni de que le molestaran.”
Soberbia lectura que perdura
en los sentidos por su implícita sorpresa, la de una historia narrada con dureza,
con personajes igual de sobrios y con un argumento nada frívolo pero incoloro,
obscuro; y con todo interesante, sugestivo. Como si al disponer las características
de la novela una detrás de otra se observase que ésta no merecería ninguna
consideración, ni narrativa ni estilística; pero las que, en su globalidad, en
su reunión, edifican un sólido ejercicio literario, magnífico y poderoso, escrito
de forma singular, y el que aún luego nos maniata con la sensación de no saber
qué ha surgido, qué nos ha hecho para atraparnos de esta manera tan original.
La narración, o la voz de
su protagonista, del Mudo, quien verdaderamente no lo está y prefiere callar y
pasar por brujo o loco. La voz en primera persona, o el recuento minucioso,
crudo, de sus atentas miradas de las que, y por ello resultan sorprendentes, no
sabemos cuáles pertenecen a la realidad y cuáles a la fantasía; así como de su
conducta que gravita en la de la propia sequedad del terreno y la de la sensibilidad;
o porqué abandonó la ciudad en búsqueda de paz y vino a instalarse en un lugar
inhóspito, en un lugar casi paradisíaco, incivilizado, junto al río del que
lleva su nombre la novela, el Tragadero,
y el que como tal engulle a cualquier circunstancia
y cosa, como la selva que lo devora todo, a sus actores autóctonos y foráneos,
en un infierno circular del que no se sale tan fácil; qué nos oculta y qué
deforma de su impasible y viva ilustración de un mundo salvaje. El Mudo, en este
recuento de la acción y de la reflexión, se sirve de sus dibujos para
atestiguar este universo incontrolado, caótico, de cacerías de monos, de
mafiosos cocainómanos en sus ingenuas y peligrosas luchas con los yacarés
(cocodrilos), de su papel de voyeur invariable, de pasar el tiempo bajo un
árbol o tomando vino o pelando una naranja con toda la asepsia y pulcritud asombrosa
por la situación del territorio... Junto a él, aparece el resto de
protagonistas entre los que incluiríamos a su perrita India, acaso un alter ego
del mismo Mudo; Soria, el adversario, desquiciado desde la muerte de su mujer y
por el entorno, la sombra de su hijo; Insúa, el dueño del único almacén de la
zona, lo más parecido a un amigo; y los ecologistas de la Asociación Vida
Silvestre que viven una película de auténtico terror entre sexo, drogas y
extravíos; inclusive, la de esa personificación de la esperanza, de la confianza
en el porvenir, en los fantasmas con los que el Mudo se encuentra e interactúa,
dando la impresión, en momentos de la narración, de confusión entre quienes son
más vaporosos, más insustanciales, si los espectros o los personajes de carne y
hueso. La
voz del Mudo se mueve entre tiempos no lineales, que se van alternando entre escenas
y que el desarrollo del relato las va ajustando, a pesar del caos, hasta formar
un núcleo narrativo cohesionado y atractivo.
“Lo
que más me costó fue acostumbrarme a la oscuridad”
De entre tanta locura que
se apodera de unos y otros, acaso porque la selva no hace distinción y a todos
condena en la oscuridad de errar en círculos, emerge un mensaje si no
ecologista de una llamada de atención por el monte chaqueño, uno de los
pulmones de Sudamérica, con sus reservas naturales y hábitat genuino de indígenas
y campesinos, de una población sin los mínimos servicios, básicos; en vías de
destrucción por la acción de las “topadoras”, esas retroexcavadoras que lo arrasan
todo a su paso, con el funesto objetivo de dejar expedita la selva para
plantaciones de soja transgénica.
Quirós, en un sensacional
ejercicio de realismo duro, vertiginoso y abrumador, ha creado una novela
sensacional. Indispensable.
“Acá
se hace de noche y el mundo desaparece. Y yo no había previsto una cosa así, no
había previsto nada en realidad”
No hay comentarios:
Publicar un comentario