No soy Epícuro para afirmar que "el que no está satisfecho con un poco, no está satisfecho con nada", máxima que sostengo y subrayo y comparto con la foto y experiencia dichosa que ilustran estas letras. En la que nosotros tres, Mari, Antonio y yo, en la mejor compañía, en este un "poco" discurrido por unas cuantas tardes doradas del estío, en unos momentos del atardecer, o de tímida bienvenida de la noche, de los que ya escribí dotados de una bella ausencia o abandono, tras el esfuerzo recompensado de la recolección de cerezas en Pujerra, en los primores verde azulados del Valle del Genal, nos entregábamos al fluir, como el agua lustral del Nacimiento cercano, de un "poco" de la vida; sentados a la puerta del Bar Los Curritos de Igualeja, acogedor y confiable, frente a unas cervezas, unas risas, algunas confidencias, sin que nos desbaratara el rumor de los partidos del Mundial de fútbol, algún coche que pasaba, la algarabía de los pájaros en su ordenado caos, alguna sorpresa difusa, y degustando unas avellanas, por supuesto con cáscara, unas aceitunas aliñadas, y las tapas de lomo probablemente más ricas del mundo. Allí, junto a la iglesia de Santa Rosa de Lima, en la influencia de la taberna, la honesta amabilidad, la sencilla calma húmeda del pueblo, con este "poco" vivaz encontrábamos la satisfacción de lo mucho, la felicidad de lo suficiente, la conjura por la reiteración mañana, y despiertos para siempre con el recuerdo de unas gratas sensaciones que dormían la nada. De lo poco que para nosotros tres, satisfechos, suponía tanto, o lo mucho.
(C) F.J. Calvente.
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