“Lo
único para lo que no hay una pauta que valga, Colorado: el ser humano”
Me voy a permitir una
excepción, o un desahogo, o algo que llevo en las tripas y que necesita salir
para dejar sitio a lo que verdaderamente importaría y que no es otra cosa que
mi reseña de la novela de Jorge Eduardo Benavides, “El asesinato de Laura Olivo”
(Alianza Editorial, 2018). Y es que, tal vez en el desconsuelo de un consuelo,
huero e inconsistente pero apurado, necesitado (pudiera haber escrito venganza
aunque ni se ajustaría al tema y ni siquiera serviría de intención), estoy
satisfecho que una parte de mi dinero rapiñado por la usura bancaria,
apremiante, atosigante, desesperante y desoladora, la de las losas hipotecarias
y otras rapacerías de guante blanco, sirva para financiar, por ejemplo, el
Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones que en su XIX edición ha galardonado
a esta obra del autor peruano; y más por la calidad de la misma, siendo
considerada por el jurado “una intriga muy bien sostenida en el canon clásico
de la novela negra, que sitúa al lector en un punto de vista desconocido del
mundo literario, donde se entremezcla la parodia y la crítica”. Una novela
policíaca muy bien estructurada, marcando cabalmente los tiempos, los giros, la
acción, con una prosa eficiente, poderosa, cuidadosa, que lleva en volandas el
interés del lector desde la primera hasta la última página.
“Los
premios no estaban dotados del dineral que reparten ahora y que se los conceden
a presentadores de televisión, personajillos soeces de la farándula y mamarrachos
cuyo mejor valor es ser fotogénicos”
“Colorado Larrazabal es
un expolicía peruano negro, de origen vasco, que ha abandonado su Lima natal
tras haberse enfrentado a un caso de corrupción en la época de Fujimori.
Sobrevive en Madrid, en
el barrio de Lavapiés, haciendo trabajos ocasionales para el abogado peruano
Tejada, también expatriado, y mantiene una relación sentimental
semi-clandestina con una joven marroquí, Fátima.
Tras resolver el
secuestro del padre de Fátima a manos de unos delincuentes de poca monta, su
casera le encomienda ocuparse del caso de su sobrina, una joven periodista a la
que todos los indicios señalan como única sospechosa de la muerte de una
célebre agente literaria, Laura Olivo, con la que estaba viviendo un tórrido
romance.
Mientras Larrazabal se
adentra para su investigación en el mundo de las agencias literarias y en el
lado menos amable del ambiente editorial, el lector se asoma a un entretenido
fresco de escritores reconocibles y desencantados, novelas perdidas y ambiciones
frustradas.
Larrazabal es un buen
policía y sufre la perplejidad que le causa un mundo complejo en el que se
siente desplazado y donde a veces lo que no vemos está justo delante de
nuestros ojos. Personajes verosímiles, diálogos ágiles, ambientes reconocibles,
una sutil ironía y una estructura muy bien construida llevan al lector con mano
maestra de sorpresa en sorpresa ofreciéndole también materia para la reflexión.
Como en los mejores clásicos del género.”
No importa, incluso se
los espera, la tentación o la innovación o el matiz en los propios clichés del
género negro, pero J.E. Benavides logra que estos, además de colorear la trama,
funcionen con una cadencia vigorosa. “Los
egos inflados casi siempre son inversamente proporcionales al talento de
quienes los detentan”. Desde su protagonista, “El Colorado” Larrazábal,
quien comparte no pocas de esas peculiaridades clásicas, un negro peruano de
ascendencia vasca, singular, justo o de moral intachable, con su libreta donde
recoge el maremágnum de la investigación y en la que, tras asir el hilo lógico,
encuentra la clave del crimen, hasta unas mujeres con personalidad y decisión
como la novia marroquí Fátima, o las que dirigen el competitivo mundo editorial
por el que transcurre la historia; incluso con las miserias y grandezas de los
escritores que aparecen y de los que, como es el caso de Marcelo Chiriboga, un
personaje ficticio de Carlos Fuentes y José Donoso, o de Jorge Edwards, dotan
al relato de un punto de originalidad en las pautas tradicionales del estilo.
“…
así como todo en el universo estaba conectado, así todo estaba conectado en el
universo del delito, y que, por tanto, no había ninguna pista, por pequeña e
insignificante que pudiese parecer, que no fuera digna de seguirse, ni ninguna
relación de la víctima, por alejada que pareciera a simple vista, que no
estuviera mínimamente emparentada con el caso”
Personajes que abren la
narración, que la matizan y desarrollan y la hacen ágil, atractiva, vertiginosa,
con conseguidos diálogos y descripciones muy visuales no solo del ambiente
multicultural del barrio de Lavapiés de Madrid, sino de otros escenarios más
sofisticados en torno a la investigación criminal y el de la biografía del
detective negro Larrazábal del que esperemos haya nuevas entregas en el futuro.
Una investigación que nos ofrece un cuadro muy conseguido del drama o tragicomedia
del mundo editorial o del libro, de sus agentes, escritores o comerciales, de
sus injusticias y humanidades, de sus escándalos y reconocimientos… “el negocio era bastante arduo y colocar a un
autor sin trayectoria era más difícil que enjaular un trueno”.
“…
a veces tenemos la verdad frente a nuestras narices y no podemos verla. O a
veces, simplemente, no queremos”
En definitiva, una
magnífica novela policiaca con la que hacer más agradable estos tiempos
detenidos, el bochorno de un verano que acaba de empezar, de incluir a su autor
en la lista de escritores a seguir por su elegancia e imaginación; y de
felicitar, sea con un brindis al sol, el acierto del certamen literario patrocinado
por un banco que igual nos ofrece a diario otro thriller negro, nervioso y
malo. Una novela recomendable.
““Salvo
en las novelas de detectives, nadie mata por venganza pasados unos años”, le
advertía siempre el comandante Carrión.”
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