Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 19 de enero de 2020

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "El Hacedor" de Jorge Luis Borges.


“Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros”




No sé si lo habré dicho alguna vez en mis reseñas, pero acostumbro a intercalar entre mis lecturas a una de Borges, al maestro, el hacedor de lo imposible, él de mis escritores predilectos, tan cierto. De esta manera, leí y aproveché una edición de “El Hacedor” de Jorge Luis Borges de Alianza, 2003, entre otras obras de otros autores, sin realizar, hace de esto un tiempo, mi acostumbrada y gustosa crítica o comentario a su letra, de su impresión lectiva, de su expresión escrita. Ahora quiero, lo estoy efectuando, la descripción, el sentir, consciente de la dificultad, de poner a Borges bajo mi insignificante escrutinio y opinión. Quizás debido a este miedo narrativo, he decidido hacer de esta exposición algo distinto, o más ilustrativo, incluso anecdótico, con el que enjugar por un lado ese pavor al examen, del dictamen, y el placer por el comentario o juicio escrito a lo leído.


“El Hacedor” de Borges o mejor “El Hacedor” Borges, y me acordé y traigo aquí la confesión que un joven Jorge Luis Borges realizó por carta a un amigo suizo o éste en Suiza, en Ginebra, durante una de las estancias del argentino con su familia en Sevilla, a finales de 1919, acerca de su disposición literaria. Escribió: “A veces pienso que es idiota tener esta ambición de ser un hacedor más o menos mediocre de frases. Pero ése es mi destino”. Curioso. Acaso trágico. La capacidad transformadora de la literatura, de la lectura, de unas líneas forjadas con palabras, con letras, capaces de vislumbrar, de crear universos, mundos que trascienden al cotidiano, mágicas realidades que permiten la evasión de la rutina, a lo acostumbrado. Además de aquella “obsesión” o búsqueda recurrente en Borges por el nombre, el verdadero, cabalístico, histórico, religioso, sea como sea, pues cuando aquel se conoce, cuando se nombra a algo, indefinido o concreto, a una cosa, ésta deja de serlo, por la palabra que la nombra, por la concreción de esta o de toda la realidad, el mundo. Y Borges, en su humilde opinión de hacedor de palabras, más o menos mediocre de frases, constituye en sí el fin último de una búsqueda, de su búsqueda y de la nuestra, con su lectura y reflexión. Un demiurgo de la palabra que aquí, en esta heterogénea, sí, en esta ambigua, quizás, reunión o dispersión controlada de poesías, relatos y ensayos, nos muestra su vocación, su destino, a través de sus inquietudes, aficiones, melancolías y criterios, sueños y vigilias, adentro y afuera. No en vano, y según él, es su libro más personal, aquel que recoge, precisamente en su “Borges y yo”, el «Yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica.».


“El Hacedor!”: Cajón de sastre, miscelánea, encrucijada, multiplicidad, cruce, confluencia y dispersión de simbologías occidentales y orientales, de cosmogonías y del cosmos, de los siglos, dinastías, estirpes, propio y ajeno, local y universal, de Heráclito, Homero, Facundo y Juan Muraña, también Dante, «quizás la mayor obra literaria jamás escrita», dijo de la “Divina Comedia”, una guía, como luego asimismo le influyó Kafka (Un escritor no acepta, no sigue al veredicto divino, sino que “negocia” con Dios, busca y alcanza resultados decisivos con los que logra, reconocido el resultado, por grande que sea el esfuerzo o el talento, lo que siempre será un “golem”: “¿Por qué di en agregar a la infinita/ serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana/ madeja que en lo eterno se devana,/ di otra causa, otro efecto y otra cuita?”); de los espejos, la ceguera, los patios, de aprehender y abducir el mundo, en sus espacios y tiempos, con la palabra, en su palabra; con fe en el lenguaje, por supuesto, aunque quizás el término más apropiado sea el de confianza, y aunque al decir algo, al escribirlo, solo trasladamos, proyectamos, comunicamos una sombra, una parte, de su naturaleza, del sentido de lo manifestado.


“Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de la literatura) sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones. Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra.

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.



“El Hacedor”, con su peculiar biografía de Homero, de lo perdido: “sabemos esas cosas, pero no las que sintió al descender a la última sombra”, "Poema de los dones", el citado "Borges y yo”, “Diálogo sobre un diálogo”, de la existencia o de la inmortalidad en el diálogo de dos forajidos que terminan siendo uno e inconcluso, “La trama”, "Ragnarök", insuperable, “Los espejos velados”, el recurso más borgiano, un temor al azogue, “El cautivo”, cuento tal vez antropológico, del problema de la contextualización o de la descontextualización en un ambiente ajeno, "Museo", y en especial, "Dreamtigers", en el que Borges versifica un sueño, o su imposibilidad, cuenta que sueña o está soñando o bien pudiera estarlo, y al estar en ese estado de seminconsciencia en el que puede, se puede ser amo no solo de esa ventana, del sueño, sino de su universo, imagina o sueña un tigre, un animal magnífico, salvaje y atractivo, evadido hasta del control, del mando del sueño o de lo creado por el otro: “Aparece el tigre… pero disecado o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pájaro”. A través de la herramienta imperfecta del lenguaje, Borges reflexiona sobre los límites de la creación con la escritura, cuánta su aspiración, logros, términos y fracasos, el acto en sí de creación, del mundo o de los mundos, de la nueva o verdadera realidad que se crea con el relato, poesía, o ensayo, cuánto de reflejo y cuánto de luz y sombras, cuánto podrá apartarse del insulso realismo y de la subjetivad de la ficción psicológica, para que el mundo sea un mundo de palabras y con estas una obra perdurable, a la que puede llegarse tantas veces se quiera, se necesite, o solo una invención anómala aunque no excusada.


Durante el funeral de Jorge Luis Borges, murió en Ginebra un 14 de junio de 1986, un sacerdote de los que oficiaban, comenzó su sermón con el Evangelio de San Juan: “En el principio fue el Verbo”, es decir, “En el principio fue la Palabra”, para añadir: “Borges fue un hombre que buscó incesantemente la palabra correcta, el término que resumiera todo, el significado último de las cosas”. Así, más allá de su empeño, de su esfuerzo, la búsqueda no consiste en descubrir la Letra, la Palabra, sino acoger la Letra, la Palabra, que alcanza al escritor para penetrarlo. Concluyendo la homilía con lo que a la postre fue y es la vocación literaria del escritor, de Borges: una inquietud, un trabajo para encontrar y usar las palabras idóneas con las que nombrar y crear el mundo, la realidad, conociendo que las letras resultantes, las palabras acogidas, son imperfectas, no alcanzarían jamás a lo que se siente o pretende, no sin esa “gracia” (espíritu, musa…) o, para Borges, la “subconciencia”.


Siempre hay para mí un regreso a “El Hacedor”, un regreso para calarme en ese espacio tal vez metafísico creado con palabras, un regreso junto con Borges para examinar el valor, la lucidez de la mente creativa, el milagro refundido, reunido, de lo diverso, de lo plural, de lo propio y ajeno, de lo real y ficticio, del acá y del más allá… Un regreso junto con el lector, con el escritor por esto, Borges, aquel que vive y se deja vivir con sus lecturas, con sus libros, en ese diálogo eterno de la literatura universal; con su destino memorable, resuelto, sin ambiciones idiotas de ser “un hacedor más o menos mediocre de frases”, sino un inteligente buscador de nombres y creador de mundos extraordinarios y épicos con la palabra.



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