En el paseo, silencioso y frío, por otra de las cornisas de la Hoya del Tajo, ayer o antier, hoy o nunca, probable e improbable, aquel día u otro, pretérito o futuro, el mal que habita en la Casa Arrúa, el mal que habita en mí, o en mí por ti, poseyó a una cansada palmera, metamorfoseándola en una forma siniestra, escalofriante; como si con la misma y gris voluntad de un gélido viento que remecía en el cielo los hinchados, negros y refrenados mazacotes nubosos en intensas colisiones que con furia arrojaban brazadas de agua, quejoso y murmurador el aire a todo y por todos, hubiese oscurecido la planta, marchitándola, declinando y moldeando sus palmas en múltiples garras peludas, ominosas patas de una enorme araña, temible, acechante; esta a la espera del momento propicio, en absoluto otro, para saltar encima de ti y de mí por mi parte congénita, por mi vida compartida, contigo, para arrastrarnos a la oscuridad que cobija, insondable, de la que se nutre y surge y palpita, extendiendo imperceptible su velo, la telaraña en el suelo o por el brocal de un pozo en el que abisma, hunde aquella fragilidad de huesos, control, palidez de ánimos, rigor y tristeza.
Los pasos se tornan más cansados, más arrastrados, si bien la atención parecía afilarse en una de las aristas del metal de la atmósfera, del invernal clima como los vastos yermos de tu interior en los que señorea la bestia cruenta, y aún más temida por creerse, creerla solidaria, amiga, o cuánto por no advertida. El mal, este que ahí mora y nos mora; el que siendo uno arma infinitas causas, tantas como miedos lo concurren, los que lo forjan poderoso, más poderoso cuando mayor sea el fustigazo, la censura del miedo o de los miedos, esos; más potente su yugo que circunda, desarraiga y te aprieta, te borra con tu precariedad y a mí con la mía, por ti, por tu afinidad y sustancia.
Entretanto yo continuaba empeñado en un poema de Borges, quizás en mi concepción de un huero exorcismo épico contra la maldad, tú lo hacías con el desespero de otra lírica, junto a Alejandra Pizarnik, »mucho más allá» con los suyos que con los míos, los míos que eran de aquel otro, de Borges, los versos de mi ahogada insistencia. El fragmento recitado como un consuelo sin deseo, tan resignada al doloso, al engañoso abrazo de un monstruo que te resta personalidad y, ya lo ves, confunde, miente, no se marcha, permanente en un vaho en el espejo quebrado de los días.
"¿A qué, a qué
este deshacerme, este desangrarme,
este desplumarme, este desequilibrarme
si mi realidad retrocede
como empujada por una ametralladora
y de pronto se lanza a correr,
aunque igual la alcanzan,
hasta que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida .
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿ verdad que sí ?
¿no es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?"
Tardará todavía en dejar de llover, tardará la tibieza del sol a mediodía, y parece incierto que, al menos, un desgarro en el cielo, entornado un ojo piadoso, diera paso a un rayo de aquel, un tornasol crepuscular o una lanza luminosa, ni el bronco flash de mi cámara cuando tomaba esta fotografía, que impactase, atravesase y acabase con esa enorme araña en la que el mal transformó a la cansada palmera. Mañana será tarde para ti, pues el espejo roto reflejará, arrojará fuera de su azogue toda iluminación, de entendimiento, de esperanza, de armonía. Solo entonces... Nada. Te cojo de la mano. Vámonos.
«MUCHO MÁS ALLÁ»
© F.J. Calvente
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