Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 2 de octubre de 2020

REAL FERIA Y FIESTAS DEL BARRIO SAN FRANCISCO DE RONDA: “INAUGURAMOS EL OTOÑO”

 


 

No sé cuántas las veces que ahí me he detenido, he fotografiado, he escrito, al sentirme sorprendido y al mismo tiempo extasiado con esta magia, el esplendor, al pasar por calle Gallarda, donde siempre se pasa hacia cien mil cosas o rutinas sin detenerse, la detención que solo se produce cuando somos conscientes de su belleza, de la conmoción inesperada en esta callejuela desapercibida, secundaria, la que saja a las otras y principales de mi Barrio San Francisco. Hoy la parada ha sido mayor, mayor el embeleso, y sin duda mayor el desgarro al conmemorarse los días de otoño de la Feria del Barrio; o, como por aquí muy bien sabemos y sobre todo amamos, cuando inauguramos el otoño con un festejo antiguo y renovado, vivo. Esta travesía, su fondo extraordinario, me ha recordado a la Feria, a esta Feria que al presente nunca acontecerá. Este año no es que sea distinto, es que no hay nada, nada que no sea un zambullirse en el pasado; porque tenemos que protegernos de un mal virulento y extraño, no podemos estar juntos, no podemos tocarnos, … solo nos queda conservar para mañana el fuego de este ocaso. La melancolía de la ausencia, por el maldito coronavirus que ha suspendido el festejo, al que ha despojado incluso del deseo, desenfocando las expectativas, los detalles, el compromiso. Al retenerme en esta encrucijada en cuyo horizonte ardían los colores, primero he sentido una resistencia al olvido; luego un hormigueo genuino, de identidad, ante la festividad y por supuesto de emoción por ser una parte insignificante de ella, como una bombillita en las guirnaldas que esta vez no estarán suspendidas del cielo, como un latido y un paso, un paso y un latido, un respiro y un aliento, uno más, allá entre sus gentes y alborozos. Y contemplando con el corazón contraído a un crepúsculo donde el sol se suicidaba tiñendo el cielo con su sangre, con un luto respetuoso, oscuro, con el que se tildaba el callejón, roto o acaso asistido por el azogue de unos faroles, reconocí una dimensión de la muerte que en este Barrio integra a una máxima expresión del existir, en su resurrección o regeneración, en una mística cercana desde lo humilde y sencillo. Estas penetrantes luces del atardecer serán las únicas, y necesarias, que alumbraran hasta el domingo a las otras que amenizarían la alameda con sus cachivaches y la caseta con su febril actividad, sentidos sin edad, la algarabía fraternal, de niños, jóvenes y mayores, que despide un tiempo de extroversión para aliviar la consternación por la interiorización, del mismo modo irremisible; el rito en el paso de una celebración de reunión y amistad a otra exclusiva y personal. El ruido de las atracciones, de las risas, de la música de la orquesta, bailes, viáticos, homenajes, juegos, banquetes y tratos del ganado, solo será lo que sea en este silencio imponente como un papel en blanco, ese al de antes de estas letras, aquel como un nublado invernal de cenizas y aguardos. Secreteos. Este refugio de silencio del que el patrón, San Francisco, sugeriría y mucho en su itinerario por las calles de su Barrio. La música de un silencio que roza las cuerdas de la entraña, las afina, con las que interpreta o modula una melodía del alma que hace sostener el recuerdo y la espera sin impaciencia, ni carga. Un rasgueo de las cuerdas de la conciencia en tiempos de Feria, donde aún existirá historia en las hojas que cubran la alameda, calores retenidos en los poyetes de piedra, siglos que retendrá la muralla del Almocábar, aquel latido, aquel paso, hacia una suerte donde la tradición regresará con su crónica, savia, y con sus ansias de expansión en un final obligado para que renazca en otro comienzo. Un ¡Viva la Feria del Barrio!, con tristeza y consuelo: tristeza por la suspensión, consuelo por el año venidero, este que vendrá pronto y placentero.

 

© F.J. Calvente

lunes, 28 de septiembre de 2020

"AUTORRETRATO SIN ASPECTO"

 


Algo se ha roto. Sin duda. Absurdo que me haya dejado llevar por esta absurda moda, amenizada entre los más jóvenes dentro de ese universo único y exclusivo, tan populoso y solitario de las redes sociales, de auto retratarse (hacerse un selfie) frente a un espejo y ocultar la cara, el rostro, con el teléfono móvil de cámara ejecutadora o era obturadora por el objetivo. Mis hijas, primeras; las que tampoco tienen de esto lógica ni evasiva que procurarme. Y ahora yo. Una grieta adentro. Una falla. Mejor la risa. Después. No sé el barrunto que me ha dado, a mí, con el peso de este ridículo a mis años, qué me ha llevado a realizar esta fotografía, o explícitamente a retratar la trasera de mi móvil, desfasado y cascado, y con rótulo en su carcasa alusivo, ruidoso y protervo. Pienso en esta rareza, en este pronto declarado, aunque me falta si no más sinceridad, desparpajo.

 

Argumentarse valdría que todos nos escondemos cuando tenemos miedo. Verdad. ¿Tengo miedo? Por supuesto, quién si no. Miedos. Frenos a vivir viviendo. Aunque en mi caso, y sospecho que también en muchos, además, me escondo no por estética o por rebajar una consideración, siempre infravalorada, la de un mirar de lado, que no me pertenece, la que es infligida por los otros, no; me oculto pues intento encubrir una intención más profunda y hermética: la exigencia y voluntad de reinventarme. Si bien, es un intento en el que llevo media vida empeñada, demasiado, por un perfilar los detalles, en arrascar más trayecto a los límites, a penetrar la superficie, en algo tan atormentado como inagotable; y todo para que, ante el posible y anhelado resultado, no llegue a ser otro yo o alguien tan distinto, tan irreconocible hasta para mi incluso.

 

Por otro lado, también me gustaría ver en esta foto de mi yo que está pero que no se ve, un juego, una de esas preguntas que acaparan el rigor de un misterio, o la clave de un acertijo, tal: “Oye, Angus, ¿dónde se escondería tu mayor enemigo.” Y la respuesta, aun llenando con esta la otra parte fundamental o mitad de la vida, al afrontarla, se resolvería en un santiamén, en una revelación instantánea al mirarme, como ahí y sin artefacto por delante y de disimulo, conscientemente en el espejo: “Se escondería en el último lugar en que miraría; es decir, a mí mismo.”

 

Entre estas e intrínsecas reflexiones asomadas a un absurdo rutinario, ¿no es esto de la misma manera paradójico?, de la situación, de la imagen, de estas letras, recuerdo a otras palabras ya leídas, memorizadas y aludidas con frecuencia en otros contextos o escenarios igual de insospechados, de "La cámara lúcida: nota sobre la fotografía", de Roland Barthes: "La fotografía siempre necesita una máscara de lo puro, pues por norma general, nadie quiere ver la realidad en sentido puro, siempre es mucho mejor rodearlo todo de ruido para ocultar ciertas cosas."

 

No se hagan estos autorretratos si no es por fatuidad, no es mi caso, de tener un móvil caro.

 

 

 AUTORRETRATO SIN ASPECTO”

 

© F.J. Calvente