Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 28 de septiembre de 2020

"AUTORRETRATO SIN ASPECTO"

 


Algo se ha roto. Sin duda. Absurdo que me haya dejado llevar por esta absurda moda, amenizada entre los más jóvenes dentro de ese universo único y exclusivo, tan populoso y solitario de las redes sociales, de auto retratarse (hacerse un selfie) frente a un espejo y ocultar la cara, el rostro, con el teléfono móvil de cámara ejecutadora o era obturadora por el objetivo. Mis hijas, primeras; las que tampoco tienen de esto lógica ni evasiva que procurarme. Y ahora yo. Una grieta adentro. Una falla. Mejor la risa. Después. No sé el barrunto que me ha dado, a mí, con el peso de este ridículo a mis años, qué me ha llevado a realizar esta fotografía, o explícitamente a retratar la trasera de mi móvil, desfasado y cascado, y con rótulo en su carcasa alusivo, ruidoso y protervo. Pienso en esta rareza, en este pronto declarado, aunque me falta si no más sinceridad, desparpajo.

 

Argumentarse valdría que todos nos escondemos cuando tenemos miedo. Verdad. ¿Tengo miedo? Por supuesto, quién si no. Miedos. Frenos a vivir viviendo. Aunque en mi caso, y sospecho que también en muchos, además, me escondo no por estética o por rebajar una consideración, siempre infravalorada, la de un mirar de lado, que no me pertenece, la que es infligida por los otros, no; me oculto pues intento encubrir una intención más profunda y hermética: la exigencia y voluntad de reinventarme. Si bien, es un intento en el que llevo media vida empeñada, demasiado, por un perfilar los detalles, en arrascar más trayecto a los límites, a penetrar la superficie, en algo tan atormentado como inagotable; y todo para que, ante el posible y anhelado resultado, no llegue a ser otro yo o alguien tan distinto, tan irreconocible hasta para mi incluso.

 

Por otro lado, también me gustaría ver en esta foto de mi yo que está pero que no se ve, un juego, una de esas preguntas que acaparan el rigor de un misterio, o la clave de un acertijo, tal: “Oye, Angus, ¿dónde se escondería tu mayor enemigo.” Y la respuesta, aun llenando con esta la otra parte fundamental o mitad de la vida, al afrontarla, se resolvería en un santiamén, en una revelación instantánea al mirarme, como ahí y sin artefacto por delante y de disimulo, conscientemente en el espejo: “Se escondería en el último lugar en que miraría; es decir, a mí mismo.”

 

Entre estas e intrínsecas reflexiones asomadas a un absurdo rutinario, ¿no es esto de la misma manera paradójico?, de la situación, de la imagen, de estas letras, recuerdo a otras palabras ya leídas, memorizadas y aludidas con frecuencia en otros contextos o escenarios igual de insospechados, de "La cámara lúcida: nota sobre la fotografía", de Roland Barthes: "La fotografía siempre necesita una máscara de lo puro, pues por norma general, nadie quiere ver la realidad en sentido puro, siempre es mucho mejor rodearlo todo de ruido para ocultar ciertas cosas."

 

No se hagan estos autorretratos si no es por fatuidad, no es mi caso, de tener un móvil caro.

 

 

 AUTORRETRATO SIN ASPECTO”

 

© F.J. Calvente

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