Algo se ha roto. Sin duda.
Absurdo que me haya dejado llevar por esta absurda moda, amenizada entre los
más jóvenes dentro de ese universo único y exclusivo, tan populoso y solitario
de las redes sociales, de auto retratarse (hacerse un selfie) frente a un espejo
y ocultar la cara, el rostro, con el teléfono móvil de cámara ejecutadora o era
obturadora por el objetivo. Mis hijas, primeras; las que tampoco tienen de esto
lógica ni evasiva que procurarme. Y ahora yo. Una grieta adentro. Una falla.
Mejor la risa. Después. No sé el barrunto que me ha dado, a mí, con el peso de
este ridículo a mis años, qué me ha llevado a realizar esta fotografía, o explícitamente
a retratar la trasera de mi móvil, desfasado y cascado, y con rótulo en su
carcasa alusivo, ruidoso y protervo. Pienso en esta rareza, en este pronto
declarado, aunque me falta si no más sinceridad, desparpajo.
Argumentarse valdría
que todos nos escondemos cuando tenemos miedo. Verdad. ¿Tengo miedo? Por
supuesto, quién si no. Miedos. Frenos a vivir viviendo. Aunque en mi caso, y sospecho
que también en muchos, además, me escondo no por estética o por rebajar una
consideración, siempre infravalorada, la de un mirar de lado, que no me
pertenece, la que es infligida por los otros, no; me oculto pues intento encubrir
una intención más profunda y hermética: la exigencia y voluntad de reinventarme.
Si bien, es un intento en el que llevo media vida empeñada, demasiado, por un
perfilar los detalles, en arrascar más trayecto a los límites, a penetrar la
superficie, en algo tan atormentado como inagotable; y todo para que, ante el posible
y anhelado resultado, no llegue a ser otro yo o alguien tan distinto, tan irreconocible
hasta para mi incluso.
Por otro lado, también
me gustaría ver en esta foto de mi yo que está pero que no se ve, un juego, una
de esas preguntas que acaparan el rigor de un misterio, o la clave de un acertijo,
tal: “Oye, Angus, ¿dónde se escondería tu mayor enemigo.” Y la respuesta, aun llenando
con esta la otra parte fundamental o mitad de la vida, al afrontarla, se
resolvería en un santiamén, en una revelación instantánea al mirarme, como ahí
y sin artefacto por delante y de disimulo, conscientemente en el espejo: “Se
escondería en el último lugar en que miraría; es decir, a mí mismo.”
Entre estas e intrínsecas
reflexiones asomadas a un absurdo rutinario, ¿no es esto de la misma manera
paradójico?, de la situación, de la imagen, de estas letras, recuerdo a otras palabras
ya leídas, memorizadas y aludidas con frecuencia en otros contextos o
escenarios igual de insospechados, de "La cámara lúcida: nota sobre la
fotografía", de Roland Barthes: "La fotografía siempre necesita una
máscara de lo puro, pues por norma general, nadie quiere ver la realidad en
sentido puro, siempre es mucho mejor rodearlo todo de ruido para ocultar
ciertas cosas."
No se hagan estos autorretratos
si no es por fatuidad, no es mi caso, de tener un móvil caro.
“AUTORRETRATO SIN ASPECTO”
© F.J.
Calvente
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