“-
Destruimos lo que ignoramos por miedo -prosiguió Dagda-. Por eso, debes hablar
con la Tierra para conocer todo lo que alberga. Si hablas con ella, te
responderá. Si nunca hablas con sus criaturas, nunca las conocerás. Y cuando
conozcas a la Tierra y a sus criaturas, nunca pensarás en destruirlas.”
Una de las frases que
subrayé de “La pintora de bisontes rojos” (Almuzara, 2021) de Mariano
Fernández Urresti, agradecido por el hecho de asombrarme o inquietarme, y la
que me permitió no solo a comprometerme con el mensaje de la novela, este conforme
a mi apreciación, sino con este otro compromiso de transmitirlo a quien quiera al
menos oírlo, fue esta: “- ¿Qué sucedería si una de aquellas noches el sol no
lograba derrotar a la oscuridad?”. Porque con esta pregunta llegaron otras:
¿Y si en verdad la autora de las pinturas de las cuevas de Altamira hubiese sido
una mujer? ¿Una mujer chamán? ¿Y si aún hoy, por esta magia o energía ancestral,
existan experiencias que conecten el ayer con el ahora, en una comunión universal
que trasciende el espacio y el tiempo? ¿Y si en estas pinturas, en esta
fantástica expresividad, acaso atemporal, se encuentra la clave para respetar e
incluso refrendar el vínculo del ser humano con la naturaleza, con el universo?
Preguntas que todavía hoy permanecen, hurgan adentro, y hacen de este relato gratamente
importante por su calado. Tanto es así que no voy a perder el tiempo en
disquisiciones estilísticas, Mariano F. Urresti escribe muy bien; ni de una narrativa
con un encomiable alarde informativo y descriptivo, de personajes perfectamente
definidos; ni incluso a ponderar una aventura en forma de thriller, donde el
autor marca perfectamente los tiempos de la tensión y expectación, de la
emoción y conmoción de su trama; ni tampoco en defensas de conceptos y
justicias, que las tiene, por ejemplo del feminismo o la reivindicación del
arte de tantas mujeres invisibilizadas a lo largo de la historia por el hecho
de ser mujeres, o del cuidado de nuestra memoria o historia, contra
explotaciones turísticas desaforadas y destructivas… “Para Miren, la
ecología era teología.”
Mariano F. Urresti es ya
una garantía en estos aspectos, avalado por relatos anteriores y ensayos, por
su capacidad y destreza en aunar enigmas y magia, o de requerir a otras
realidades que infieren en la común o aparente. Solo insistiré, y de ahí mi
aplauso a la voluntad expresiva del autor, por descubrirnos y alentarnos, más
en esta novela, en aquello que James Lovelock dijo de “recordar nuestro antiguo
sentimiento de la Tierra como un organismo y reverenciarla de nuevo”; de
“reintegrar la creación” o aprender de nuevo a formar parte de la Tierra y no
desvincularnos de la misma, quizás en esa “involución de la cultura” a la que
se refería Ernesto Sábato, desde sus dos ámbitos: de lo visible y lo invisible,
lo anímico y lo material, el momento y la memoria. En definitiva, esta “La
pintora de bisontes rojos”, ayuda a desnudarnos, a buscar la armonía con el
Todo que una vez perdimos; a nombrar las cosas, a relatarlas, para crear un
nuevo mundo y como señaló Wittgenstein; con el firme propósito, llamémosle a
través de cierta habilidad del misterio, para salvarnos, para salvar nuestra
vida, que no existencia. Una novela necesaria.
“…
solo desde la humildad se podía morir para nacer de nuevo.”
Sinopsis editorial:
“Asesinatos rituales.
Magia y chamanismo. Dos mujeres separadas por quince mil años y unidas por las
pinturas rupestres de Altamira. Los cadáveres de varios arqueólogos han sido
encontrados en el interior de cuevas brutalmente mutilados. Las pinturas
rupestres de esas cavernas han sido destruidas, y los sucesos tienen
desconcertadas a las autoridades. Mientras tanto, Miren, una joven estudiante
de Bellas Artes, consigue su sueño al incorporarse al equipo que se dispone a
realizar la réplica de las pinturas de Altamira, sin sospechar que su vida
cambiará para siempre al verse involucrada en una siniestra trama ideada por
una organización de fanáticos religiosos. Al tiempo que sus manos se manchan de
ocre y carbón reproduciendo las sobrecogedoras pinturas de Altamira, algo
extraordinario sucede. Pero es tan asombroso, que únicamente quienes crean en
la magia lo aceptarán. Solo quienes aún no hayan perdido la capacidad de
asombrarse admitirán la posibilidad la amistad de dos mujeres separadas por
quince mil años de distancia. Pero cuando conozcas a Aia, comprenderás que el
tiempo no es obstáculo para una mujer chamán. Sin embargo, lo más
extraordinario es que cuando habíamos leído el final, en realidad estábamos en
el principio. Y eso lo descubrirá años después Alaia, la hija de Miren. «Los
capítulos de la Altamira paleolítica son tan fidedignos que perfectamente
podrían ser reales; sus personajes, acciones y conversaciones ilustran la vida
en aquel tiempo.» Pilar Fatás. Directora del Museo Nacional y Centro de
Investigación de Altamira.”
“…
y en los millones de segundos de historia que se pueden contar en los relojes
de arena que son las playas de la ciudad.”
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