La ilusión es una necesidad. Es esa vibración, pellizco, estremecimiento, hormigueo, calidez adentro, en el pecho, que atiranta a uno y otro lado, sin esfuerzo, las comisuras de la boca, la línea de las emociones, arriba, un poco más arriba, así, :) y encharca las retinas con un océano de fulgores y estrellas que balizan un feliz descubrimiento. Es esa fuerza, energía, fe o confianza que mueve el universo; o que permite en su latir encoger, plegar el tiempo, tan lineal siempre, para hacer más cercano un pasado, un origen donde éramos otros y con seguridad auténticos. Es como estas madrugadas donde en las cenizas de un fuego cósmico renace una nueva oportunidad; como el paso rutilante de un tren mágico que debe hacer parada en tu sueño. Un ferrocarril de ficciones concedidas. Entonces alzas la mano, avisas, te haces notar en el andén de las sorpresas y la máquina se detiene con un último estertor de su traqueteo en sordina o eran susurros, en una vaharada de vapor como ciertas nieblas matinales en la caldera del Tajo. Un revisor conocido abre las puertas a unos vagones iluminados, un azogue de la ringlera de farolas de fuera, una secuencia congelada de edades, una memoria de las pérdidas. Al silbato del jefe de estación el tren emprende la marcha hacia el horizonte, ojalá contigo dentro; sonriendo, cómodo, observando a través de los cristales que lloran la helada, el silencio y la última negra exhalación del mundo, y puede que en el vaho de tu aliento escribas estas letras o un cuento sin término.
Pero la ilusión es también caprichosa, o caprichosa es la Providencia que tira las cartas en el tablero de la existencia sin antes mirarlas, sin comprobar el valor de su reunión, el pronóstico de la partida; quizás por ser el único jugador, un solitario del azar o mejor causalidad investido en un disfraz de saldos, guiños en la jugada. Mira, arriba, sí, ahí, al igual que esas cartas que cuelgan del cielo por su anverso, las que se iluminan en la noche para hacer más fantásticos los trayectos, más cómodos y afables por este festivo solsticio de invierno. Cartas que serán luminarias en un tradicional juego de la festividad, con sus arcanos mayores o figuras, ángeles orantes de aureola o halo divino, marciano o sideral; y los otros naipes con sus palos, líneas y geometrías de un arte sagrado o ancestral.
Una tirada de cartas en el cielo invernal, a suertes, sin esas otras cruentas 'suertes' del circo taurino, al lado, sin mensaje, apuesta, estrategia o significado. Solo hacen alusión a la ilusión y a otros derroteros entendidos por la poesía, la música, y todos con cabida en la imaginación de un niño; aquel o aquella a quién deseamos volver un instante, una última vez, cuando se le eche de menos o la nostalgia nos arroje a un reencuentro con ella o con él.
La ilusión es una necesidad. Una necesidad de estas fechas que no tendrían sentido sin su expresión y alteración. Así que... Ilusiónate, abre tu sueño, aviéntalo, desea, y espera. Confía en que el universo, en ese mismo momento en que cierras los ojos y pides, apagas las velas y pides, escribes la carta a los Reyes Magos y pides, o pides con el corazón herido o contento, ya se ha puesto en movimiento para hacer posible tu anhelo. Tal vez no hoy, o mañana, pero mantén la esperanza de que cuando menos te lo esperes, un nuevo pellizco adentro te avisará de su llegada, de su manifestación o regalo. Porque necesitamos de ilusión para vivir.
"Ilusión"
F.J. Calvente.
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