¡Ah! Y mis deseos para el Nuevo Año (omito el guarismo por la rima socarrona) son... ¡Vaya!, se me vino encima o me pilló el cortejo de los Reyes Magos que ya andan por aquí, con "correos express", "reina de las nieves" entregando las llaves (¿Qué abren?) de la muy noble y leal villa de Ronda, en coches de gama alta de "tropecientos" mil camellos, (y luego arrean con que los "zurdos" se cargan la tradición de la Navidad, ¡ay!)... En fin, que ya es Año Nuevo, ya con su peso y gravedad; y lo mejor, o siendo lo más adecuado o sensato, más que en aparentes deseos de cara a la galería, próximos y retirados, nada introspectivos y reflexivos, es dejarse, dejarlo hacer, el año, en sus tiempos y circunstancias. Aquí estamos y así queremos estarlo. Porque una cosa es lo que se pueda querer y otra la que suceda, y cada vez me encuentro más cansado o escéptico de frívolas fórmulas como aquello de «cuando deseas algo con mucha fuerza, el universo conspira para que realices tu deseo». Dejarse hacer y dejarlo hacer, el año, con calma y benevolencia. Suficiente.
Insisto en que una cosa es lo que se quiera y otra, en la mayoría de las ocasiones muy distinta, lo que acontezca. De ahí mi foto o el mensaje de la foto. Y es que uno acude con parte de la familia a la cena de "noche vieja", aseado, cuidado, bien vestido, con complacencia de aparentar, de tal guisa con pantalones negros, jersey de cuello alto negro, chaqueta gris, zapatos marrones de piel,... no llegué ya a asperjarme en Patrichs o Varón Dandy, a un escritor progre de los 80, un letraherido diletante con pintas entonces como las de Marsé, Muñoz Molina, mejor Marías (también Umbral, María José), o por ejemplo Bolaño, allende; asimismo con placer propio y por homenaje a ellos y a tantos otros. Con esta atención e intención uno, servidor, traspasa la puerta de la casa de mi prima Eli donde celebraríamos la cena, el ritual de las uvas, etc., y recibe la primera andanada de realidad en la frente, la fractura a mi performance ochentera o presencia o atavío de ufano literato por el de cura, un simplón sacerdote, por el de "Padre Karras" como implícito determinó mi primo Antonio Carlos. Incluso, de tan chasqueado y alelado, me dejé hacer por mis primos en mi nuevo rol o personaje, quienes con una servilleta blanca de papel confeccionaron el "milagro" de endiñarme y con habilidad colocarme un alzacuello que hubiera pasado todos los registros de calidad del Vaticano.
Y así me vi, en vez de relatar, por ejemplo, de "Últimas tardes con Teresa": “Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada (...), a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta (...) (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado.(...) Cuelgan las brillantes espirales de las serpentinas desde balcones y faroles cuya luz amarillenta, más indiferente aún que las estrellas, cae en polvo extenuado sobre la gruesa alfombra de confeti que ha puesto la calle como un paisaje nevado. Una ligera brisa estremece el techo de papelitos y le arranca un rumor fresco de cañaveral", tampoco que entonara el "exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas,...", el ritual exorcista para espantar, por caso, a esos fantasmas de las Navidades pasadas o el recurrente descarrilamiento del Orient Express en el árbol de Navidad de mi prima Eli, sino que bendije la mesa, a la familia, rumié unas palabras que no sabía y que dieron el pego, deseando un Feliz Año Nuevo (escurriendo el número por la rima chistosa).
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