No es por milagro, magia, portento, promesa, dogma, principio o sentimiento... quizás. Tampoco por recelo, tradición, rutina, cobijo o regreso... acaso. Solo que aquí, ahí, junto a Él o en su Casa, se aprecia, nos impregna, más allá de la física de la policromía, la talla, la escayola y madera, su forma o modelado, el fasto, virguerías doradas, en su terciopelo o manto, en sus suplicas y relatos, su aire, su aliento, los deslumbrores o los guiños de luz, estremecimientos en las velas, de la objetividad o materia...; se palpa, se oye, se ve, se nota, mucho, a cierto misticismo, esencia, energía, sutilidad o caricia del alma. Un espejo donde con sinceridad, con humildad, nos miramos; azogue entre cristales de lo que esperamos ser, de lo verdaderos y honestos que una vez fuimos. Está, su epifanía, y nos abrimos a ella, nos penetra, explosiona adentro, expande y constriñe el pecho, el corazón, la entraña que tiembla, el roto por el que entra el entendimiento; sentimos su hambre, su pasión, ensueño, su magia, quimera, su abrazo, consuelo, exigencia o acogida, imaginación, solidaridad o auxilio...; sosteniéndonos, reconfortándonos, exigiéndonos, o sea esto el milagro, su milagro. Él, vehículo o instrumento. Conciencia o consciencia, donde el dolor pierde su filo y cualquier contrariedad encuentra su encaje en el desordenado jeroglífico, en ese irresoluble misterio que es la vida. Un camino de luz. Un encuentro con la Belleza. Se siente, suficiente.
(Un año más en el tradicional besapié y besamanos al Señor de Ronda, Padre Jesús, y Virgen de los Dolores).
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