Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 15 de noviembre de 2014

LIBROS QUE VOY LEYENDO:



TRAVESÍA DEL HORIZONTE
JAVIER MARÍAS



"La curiosidad, pues de ella se trataba, fue en Victor Arledge, desde niño, más que una característica, un método"



A estas alturas no voy a subrayar mi apreciación personal sobre este grande de la narrativa hispana, un portentoso fenómeno de las letras; ni mucho sobre este libro que ahora me ocupa y que basta con leer para comprender y asumir lo que, para Pere Gimferrer, es estar en una posición de privilegio entre los narradores peninsulares. Y dicho esto, creo suficiente apuntar a la propia contraportada del libro Travesía del Horizonte (Alfaguara-Santillana, 1999) de Javier Marías: “Al igual que en las grandes novelas de aventuras de finales del XIX, y a las que Travesía del horizonte rinde cariñoso y también burlón homenaje, esta novela tiene como hilo conductor una atrevida expedición: el capitán Kerrigan, millonario y excéntrico, ha organizado un viaje a la Antártida para hombres de letras y científicos. Pero esa travesía no es más que una excusa, uno de los muchos hilos con los que está tejida la trama. Construida según el modelo del relato dentro del relato, Travesía del horizonte añade a la aventura marítima de Kerrigan otras historias de personajes no menos novelescos, en deliberada parodia de ciertos maestros del género que van desde Joseph Conrad hasta Henry James pasando por Conan Doyle y entre pintorescos secuestros y manuscritos misteriosos, señoritas eduardianas y paisajes de navegación, se va desplegando un torbellino narrativo servido por un estilo paradójicamente pausado. Un insólito alarde de osadía narrativa


Justifico que, aun en la brevedad del relato, el torbellino narrativo del autor, empeñado en hacer valer más el enigma que su dilucidación, en la pausa y atmósfera envolvente de su estilo, el lector pueda perderse y aburrirse dentro de su compleja trama y que, verdaderamente, se desarrolla en la nada y culmina en su mismo vacío. Entre una y otra, sin embargo, en su desarrollo, es donde se instala el primor narrativo del autor, en “una excusa o un imposible, la fantasmagoría con que se teje… Javier Marías aprecia tanto el enigma que termina por menospreciar la solución; valora tanto la incertidumbre que llega a preguntarse si no será mejor ignorar la verdad para siempre y contentarse con su figuración y su sombra…” (refiere la contratapa del libro). He aquí la osadía, franqueza y disposición del escritor en esta pequeña pero enorme obra, prologar indefinidamente una resolución, postergar hasta su último extremo los interrogantes a los misterios de su argumento para reafirmar aquella nada absoluta con la que comienza y acaba. Magistral.


Para terminar, aludo al prólogo de Elide Pittarello en esta edición de la novela: “La travesía que relata esta novela excede así los límites del manuscrito. El viaje, metáfora inmemorial del conocimiento y la escritura, atañe a todos los que producen y consumen relatos, incluso si no dan un paso fuera de casa. La frontera más azarosa está dentro de uno mismo, tanto si disfruta de la incertidumbre como si se deja arrastrar por la curiosidad, el arma de doble filo”. Es Javier Marías.

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