LOS GIRASOLES CIEGOS
ALBERTO
MÉNDEZ
“-Qué
alguien quiera matarme no por lo que he hecho, sino por lo que pienso… y, lo
que es peor, si quiero pensar lo que pienso, tendré que desear que mueran otros
por lo que piensan ellos. Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir
por lo que piensan”
Desgarradora. Sublime.
Imprescindible. Ahora reconozco, y agradezco, la insistencia de mi amigo y buen
lector Luis M. Ramírez Vera a que leyera esta obra maestra de Alberto Méndez, “Los
Girasoles Ciegos”. Un libro que a nadie deja indiferente, tenga la ideología
que tenga, y que, tras su lectura, a través de una prosa poética en la que se
hilvanan crudas emociones, siguen dando vueltas en la cabeza y en el corazón de
los lectores -en los míos aún persiste- sus cuatro historias conmovedoras en
las que se estructura y que se desarrollan al final de la Guerra Civil. En
todas ellas, sus protagonistas son seres derrotados, perdedores, pertenezcan o
no al bando de los vencedores o al de los vencidos. Sin embargo, no es esta otra
novela sobre la Guerra Civil, una más que glose el absurdo de esta absurda
guerra. Trata de la Guerra Civil, por supuesto, de concretos personajes
que han sufrido las barbaridades de este absurdo fratricidio. Republicanos,
también, pero los hay “afectos” al régimen con sus propios miedos, derrotas y
dramas personales. Cuatro historias conmovedoras o cuatro derrotas pavorosas:
“…
porque cada muerto de esa guerra, fuera del bando que fuera, había servido sólo
para glorificar al que mataba. Sin muertos, dijo, no habría gloria, y sin
gloria, sólo habría derrotados”
Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara,
dejaría de latir. Es la primera historia. El protagonista
es Carlos Alegría, capitán del ejército de Franco, quien decide abandonar el
ejército al saber que van a ganar la guerra. ¿Por qué? No se siente ganador, ganador
después de haber visto tanta muerte, tanta muerte innecesaria, inadmisible. La
usura de la guerra. Se siente un rendido, mas no se considera un desertor. Solo
un rendido. “Soy un fue, y un será, y un
es cansado”
Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el
olvido.
Mi preferida, la más sobrecogedora. La historia de un joven poeta que huye junto
a su esposa embarazada a los montes asturianos, aislados por el frío y el
miedo. Ella da a luz y muere, en tanto que el niño parece aferrarse a la vida
con todas sus fuerzas. En un diario, el joven poeta va escribiendo la muerte de
su esposa tras dar a luz, el hijo que sobrevive, la agonía, la resignación a la
muerte y la lucha por la vida. Contrastes escalofriantes. “Inercias de un guerra que, como otras guerras, acaban pero nunca se
resuelven”
Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos. El protagonista es un preso que se
ve obligado a contar una retahíla de mentiras al descubrir que, de este modo,
va ganando un día más de vida. Y es que ha tenido la suerte de conocer al hijo
del coronel que lo ajusticia. No puede decirle la verdad ni a él ni a su
mujer. No es capaz de revelarles que su hijo fue un ladrón, un asesino, un
cobarde... Prefiere mentir y contarles aquello que quieren oír con tal de vivir
un día más. Hasta que en uno de esos días, un amigo de calabozo y desesperos es
fusilado, mientras él toma consciencia del sentido de su subsistencia y gracias
a sus invenciones. Y decide vengarse, decide morir, y para ello sólo tiene que
retractarse de todas las mentiras que ha dicho. Y muere. “Juan interrumpió su carta y supo que había
aprendido a catalogar las tristezas, a distinguir una desesperación de otra, a reconocer
el miedo con odio, el odio a secas y el miedo químicamente puro”
Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos. La historia de una familia que se ve
obligada a ocultar al padre para que no lo fusilen. Es la misma familia de la
joven que huyó con el poeta del segundo relato. Historia contada a través de
los ojos de su hijo y de un diácono que circula, obsesivo, por los entornos de
la vida de esta familia, un religioso lujurioso que enmascara su lascivia por
la mujer del “topo” republicano tras el fascismo apostólico que reclama
venganza contra el vencido. Me gustó la forma en que está narrado este relato.
Por un lado, el narrador omnisciente, que cuenta la historia. Por otro, los
recuerdos de Lorenzo, el hijo, ya mayor. Y por último, la confesión de Salvador,
el diácono, quien es incapaz aún de comprender por qué Elena lo rechazó. “La Luz y el Dolor forman parte de la misma
incandescencia”
“El miedo, como la voz queda,
desdibuja los sonidos porque el lado oscuro de las cosas sólo puede expresarse
con silencio”
Libro breve y que se
lee muy rápido, pero por su crudeza no alcanzará a todos los lectores, por
las heridas que provoca en la sensibilidad de éstos, e insisto que sean de la
ideología que sea. A pesar de esta dureza, estamos frente a un libro
único, ya no solo por su extraordinaria composición literaria, ya no solo por la
sensibilidad derramada en sus páginas, sencilla, realista, repleta de simbolismos,
es un hito a la memoria, a esa memoria colectiva que no debe olvidar la
absurdidad de la Guerra Civil, aquella España de represión, de ruidos de
sables, de muerte y resignación, de aspersiones en el nombre de una iglesia
criminal reclinada al caudillo de la derrota de las ilusiones y progreso de un
país. Y que exige, nos exige a todos, quizás como deja entrever Carlos Piera en
el prólogo, asumir, no pasar página o echar en el olvido.
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