BAJAS
POR CALLE IMÁGENES…
F.J.
CALVENTE
Bajas por calle Imágenes, en la
noche, no importa la hora, tampoco tus pormenores, arropado por sombras
móviles, inquietas, compactas, cuando observas, de sopetón, como una bofetada
de cualquier vientecillo que toca con brusquedad tu atención, precisamente
aquel que susurra yermos de otoño por entre los resquicios del pasaje, el
incendio congelado de la trinchera de las murallas y la iglesia del Espíritu
Santo, vigilante en lo alto. Antes, en los dos quiebros de una calle negra
rezumando el rocío de la noche, adviertes, siquiera en una lejanía muy cercana,
todavía no estremecedora, el mágico preámbulo a lo que pronto te acontecerá,
instantes con toda su carga de gravedad y emociones puras, e irrefrenables,
impetuosas; incontinentes o incapaces de sujetar por un ser, tu, o yo, limitado,
que no puede albergarlas porque son la esencia del Universo. No es,
precisamente, el sombrío talud de El Castillo, o el césped lloriqueante en los
rincones de reposo, instalados allí para salvaguardar ánimos retraídos por el
entorno, sino la fachada sobria, áurea, de la iglesia del Espíritu Santo, y el
prólogo afín del lienzo de la muralla cuyas piedras exultan su gélida tridimensionalidad.
Desfile de penitentes, farolas salvaguardando en sus tenues alboradas el
secreto de una luz de promesas y misterios. Hilera de pinos, eucaliptos
gigantes en el intermedio, cipreses algo más arriba, palmera oculta y
desarraigada, todos en la otra orilla de la calle. Un viento alerta estremece con
sutileza los marciales árboles, espigados, disciplinados, balanceados, acotados
por la curva sonriente, o malévola, o adusta, según las perspectivas del
caminante, del ocioso observador, consciente, del murete blanco y discreto
perfilando la sinuosidad de la calle. Y al otro lado, el baluarte del que se
eleva el torreón circular, inhiesto, acuchillando negruras insondables. Y
entonces… irrumpe a la izquierda, en el último sesgo de la travesía que se
hunde a la derecha, más indulgente, en la acerada cal de las casas y en el mar
de los árboles de la Alameda que fulgura en una enormidad de pálidos, la
ignición dominante en el farallón almohade, remozado en los años sesenta del
siglo pasado por el arquitecto Pons Sorolla. Máxima expresión de curvas y
rectas, de formas y desórdenes, marcadas cuadrículas irregulares de cantos
pétreos y argamasa, tapial y mampostería, moldeadas quizás por la oscura agua
primordial del pilar. Cruces en las torres semicirculares o ventrudas, delineadas
con los proyectiles de las lombardas cristianas usadas en la conquista de
Ronda. Cruces y guerra. Cruz y luna. Crípticas alusiones para los que saben. La
frontera elevada, extendida, de templada hermosura. Sobrecogedora. Sientes como
algo irrefrenable sale de ti con una urgencia penetrante para reintegrarse o
ser absorbida por aquel muestrario antiguo de defensa y arte. Una llama que se
hace otro carámbano dorado de hielo para ser piedra, lanza, agua, pilar o tiniebla.
Murallas, Puertas de Carlos V, renacentista, y Almocábar, hacia el Cementerio, tres
arcos, herradura, curvas herméticas, iglesia del Espíritu Santo, reminiscencias
de un épico ritual de muerte y resurrección iniciático. La imposibilidad del
fuego en la piedra se hace posible, en este espacio para invocarlo, para
recordarlo y retenerlo en la perfección de su memoria; recortado en el paño
negro, impenetrable, liso del cielo, de la noche, de una hondura inaccesible y
por ello pavorosa. El incendio de la piedra, solidificado, pausado, contenido,
silencioso, que alcanza tu pulsión interior, la evocación legendaria del mismo escenario
que se encuentra en ti. Tal vez al que has llegado como hijo pródigo o
arraigado, o visitante errante, da igual, y porque en todos ellos encuentras tus
raíces y sujeciones al lugar concreto, aquí, éste, cristalizando, arrancando
una de aquellas emociones que te superan pero que te pertenecen tanto en su
dimensión extrema como en la disolución a la que te somete para abandonarte, o
incorporarte, según aquellas perspectivas, ahora más íntimas, para dejar de ser
tú y emulsionarte en aquello. Fascinación, por cuanto temes del mismo modo que admiras
tal despliegue sublime, ya que son conmociones que están más allá de la vida y
la muerte. Bajas por calle Imágenes… y te observas en este espejo ancestral de
belleza.
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