“Miró su boca durante un par de segundos y desvió su mirada hacia el
vaso, del que bebió preguntándose cuántas veces un trago de whisky sustituye a
un beso”
Recientemente leído en
"Ofrenda a la tormenta" de
Dolores Redondo.
Lectura reciente y, a
su vez, palabras que acunan recuerdos, memorias de estar con aquel grueso y
ancho vaso de whisky o la frágil copa de tinto, la cerveza es más extrovertida,
en la soledad amiga o junto a alguien conocido; compañía en la que uno mismo se
refleja o se encuentra en ella mucho o retazos de cuanto se adolece, aquello
que siempre falta para ser feliz, en ti, en mí, en cualquiera, retales o sumas para
conformar al ser completo como propósito de la existencia, acá, de todos; o en
la metáfora de su volumen, en las estremecidas del líquido resistidas por el
vidrio, descubrir los augurios de otros lapsos que acontecerán, pero ya sin la
acuciante necesidad y sin aquel dolor que abarcaba el universo, propios de la intranquilidad,
desolación e instinto juvenil. Sucederán otras ocasiones junto a ese otro
whisky donde nos evadiremos en el tintinear sedante del hielo en el cristal o
la marea roja golpeando la curvatura de otra copa de tinto; para no olvidar,
retener ese instante de amor y de belleza que no se retira de la cabeza, que
levanta el vuelo de las mariposas en el estómago, y que codician otras
humedades en los labios, ahora confiadas en detenidos tragos de este alcohol,
apaciguador con su fuego de las explosiones del interior, fuego ámbar o de
caramelo, borgoña o de las cerezas maduras de mayo, de característico olor, a vainillas
o robles, ahumados o a frutos secos, que absorbe otras nostálgicas fragancias, esa
colonia o perfume que singularizan la piel amada, o ensoñada, o la piel
barnizada de naturaleza inconfundible, para en él, en el aroma de la bebida,
encontrar, o resucitar siempre que se desee a aquellas, esencias de mujer o de
hombre, cerrando los ojos, abriendo el sentimiento, para detener el tiempo o
borrarlo sin acritud ni desprecio. A mí estas palabras, como van entendiendo,
me han traído ratos placenteros, también otros lacerantes por el amor no
recíproco, no es desamor, el olvido forzoso, no es despecho, o la búsqueda
inconclusa, no es maldición. Curiosa analogía esta de los sustitutos, o de
paladear los momentos, escanciar el pasado en el presente, en un instante expreso,
a lo mejor para afrontar el futuro o sobrevivir en el desierto, monótono y
cotidiano, del destino. Un whisky o una copa de tinto, por un beso o por el que
se quiso.
F.J. CALVENTE
Es como si recordases de lejos algo que ya no te duele, desde muy lejos. Cuando recuerdas algo cercano, el olvido forzoso es despecho, el amor no reciproco es desamor, la búsqueda inconclusa es maldición, y no puedes borrar el tiempo sin acritud. Hay que tomar mucha distancia, para que un recuerdo vuelva a saber tan dulce como cuando aún no lo era.
ResponderEliminarUn beso.
Así es, el tiempo como filtro o mutación, arbitrario, de emociones y recuerdos.
ResponderEliminarEl tiempo...¿amigo o enemigo?
EliminarEstá por encima de cualquier sujeción nuestra
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