“La
historia de los hombres es la historia de sus desencuentros con dios, ni él nos
entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él”
Soy también de la
opinión que los libros son los que eligen a sus lectores y, al mismo tiempo, el
momento para ser leídos. A Saramago, de por sí, no se le elige, es una
obligación, un agradecimiento duradero por su eminente literatura.
“Caín” fue el último libro del nobel portugués (“Alabardas” no se puede
considerar como tal por inconcluso) y aunque ya leí “Caín” años atrás, me
apetecía, necesitaba, de ahí mi indicación en el comienzo de estas líneas y al
igual que hice con su otro “El Evangelio según Jesucristo”, gozarlo en Semana
Santa. Tal vez sea manía, un capricho, pero de la misma manera de estar
convencido de que no es lo mismo leer “Un cuento de Navidad” de Dickens en
Agosto o “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare en Navidad, u otros
muchos de estos chocantes ejemplos, “El Evangelio según Jesucristo”, la visión
de Saramago del Nuevo Testamento, significó una experiencia inesperada, por
emocionante, hace un par de años y en estas mismas fechas; y ahora he podido
volver a palpitar con “Caín” en mi regreso a él y a estos prolegómenos de la
Semana Mayor, en este retorno del autor al tema bíblico según el Antiguo
Testamento. Y más que encantar, en palabras del mismo escritor, o agradar, para
desasosegarme y, maravilloso, riendo.
“El
camino del equívoco nace estrecho, pero siempre encuentra quien esté dispuesto
a ensancharlo, digamos que el equívoco, repitiendo el dicho popular, es como el
comer y el rascar, la cuestión es empezar”
Saramago aborda el
pasaje bíblico de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín y, como es
sabido, al ofuscarse este último por el engreimiento del primero y ante la antojadiza
elección de dios de aceptar los regalos o sacrificios de uno y no los del otro.
“Qué diablo de dios es éste que, para
enaltecer a abel, desprecia a caín” En castigo, el señor “también conocido por dios” condena a
Caín a errar por el mundo, marcando en su frente la mancha de la condena. “Al matar a abel por no poder matar al señor,
caín ya dio su respuesta. No se augure nada bueno de la vida futura de este hombre”
Este personaje es el que el autor rescata, y con el que empatizamos ya desde el
primer momento, de las sombras y el olvido que la propia Biblia hace de él tras
el fratricidio, para darle un protagonismo fundamental en otras y
controvertidas escenas destacadas del Antiguo Testamento, en distintos tiempos
o en diferentes presentes: la destrucción de Sodoma y Gomorra y las murallas de
Jericó; la puesta a prueba de la lealtad de Job o el jartible arquetipo de la
paciencia, en una apuesta entre Dios y el Diablo; la construcción y destrucción
de la torre de Babel; el sacrificio de Abraham: “lo lógico, lo natural, lo simplemente humano hubiera sido que abraham mandara
al señor a la mierda, pero no fue así”; el Diluvio Universal; en palacios
como el de Lilith donde, en la apasionada sexualidad entre esta hechicera o
demonio con Caín, se desmitifica el sexo y su rémora para las religiones; o en las
sufridas labores del hijo de Adán y Eva en establos y a las que, de paso, igualmente
se honra al oficio; en campos de batalla o en soledad junto a su asno como uno
de esos Mesías de todos los tiempos. Caín es solo un hombre, ni más ni menos,
muy valiente por cierto al echar en cara, criticar al mismísimo dios su cruel Inefabilidad
y el encefalograma plano de sus tontorrones ángeles o la sumisión de los
humanos, toda una tónica extraordinaria en el relato, renegando con ello de la
fe absoluta y a cuanto instituya que los designios del señor son inescrutables
y, por tanto, cualquier cosa que Él haga es por el bien de los hombres y las mujeres,
del mundo, y al que no somos capaces de entender en su omniconsciencia divina, pero
a lo que hay que someterse en la resignación de la fe y en su postración; convencido
de la maldad de dios, de su inextricable sentido, de su cruento e injusto
capricho dejando en casi todas sus decisiones un rastro de muerte y destrucción
en la humanidad, para llegar a la conclusión “Que nuestro dios, el creador
del cielo y de la tierra, está rematadamente loco”. En este alegato a la dignidad
humana, y según se dijo antes de esta guerra secular entre creador y criatura,
tomamos partida por Caín.
“a
este señor habrá que llamarle algún día dios de los ejércitos, no le veo otra
utilidad, pensó caín, y no se equivocaba”
Una novela narrada sin
que la racionalidad impere pero sin que la fe de las ramas no deje ver el
bosque. Una novela demoledora, escrita en un tono mordaz, entretenido, jocoso,
como quitando severidad o seriedad al tema, y esto solo lo puede hacer
Saramago, con su característica habilidad e inteligencia y hacer; que moleste o
no al creyente no deja de tener importancia en cuanto es una crítica o una
simpática interpretación de las “sagradas” escrituras, del ridículo de las mismas,
y del dogma de la iglesia en las que se sustenta y que, se demuestra magistralmente
aquí, no tiene la exclusiva patente sobre ellas. “La
duda es el privilegio de quien ha vivido mucho, tal vez por eso no consigues
convencerme para que acepte como certeza lo que me suena a falsedad” De
acuerdo, y gracias, a que nos encontramos con Saramago en su cualidad
gramatical pura, su peculiar estilo por el texto seguido, continuo; de
testimoniales puntos y aparte; el uso exclusivo de la mayúscula inicial solo tras
el punto, ni en los nombres propios; diálogos sin guiones ni comillas, esforzándonos
a identificar los personajes tras ellos… La distintiva puntuación de Saramago. De
acuerdo con Umberto Eco cuando decía que el escritor portugués cuidaba la
puntuación hasta el extremo de hacer que desapareciera.
Caín, más allá de
asentar la absurdidad del Antiguo Testamento y de un dios malo e innecesario,
es el intento por renovar el mito, un intento por reconstruir la fe del hombre,
de su visión desesperanzada en el destino, de la confianza en el futuro y,
sobre todo, de sacudirse la presumible misericordia de dios.
“Estoy
cansado de esa cháchara de que los designios del señor son inescrutables,
respondió caín, dios debería ser transparente y límpido como el cristal en
lugar de este continuo pavor, de este continuo miedo, en fin, dios no nos ama…”
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