Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 23 de julio de 2015

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Dios no tiene tiempo libre" de Lucía Etxebarria


“Un ángel no es un ángel veterano si no tuvo el honor de conocer el infierno”

 


Les aseguro que si Dios no tiene tiempo libre, yo lo he tenido para leer este buen libro de Lucía Etxebarria, y a la que aún no me explico se tilde de controvertida por otras facetas que no deberían importarnos, salvo para quienes dejaron inconclusa la Cartilla Palau y salvo para nosotros a cuanto ajeno sea a su universo narrativo, impecable por supuesto. De hecho, para una escritora que ha ganado el Premio Nadal, el Primavera, el Planeta, el Barcarola de Poesía y El Lazio (concedido por el Ministerio de Cultura Italiano a la mejor novela extranjera), las ramas de la polémica o mezquindad no deberían ocultar el bosque de su capacidad creativa. En esta su última novela, “Dios no tiene tiempo libre” (Editorial Suma de Letras, 2015), Lucía Etxebarria ha tejido una historia entretenida, fácil de leer, con la estructura de thriller muy actual, una enrevesada mezcla de pasiones, una intriga templada y tierna, de prosa cuidada, sencilla, y de final, conociendo como creo conocer a la autora, digamos que sorprendente. Indudablemente a ello contribuye que esta novela fuese antes una obra teatral, importan más las historias que los caminos que conducen a ellas, estrenada en una sala independiente el año pasado, producida y dirigida por la propia novelista. En “Dios no tiene tiempo libre”, asimismo, encontramos a una Etxebarria más pragmática, menos fantasiosa; eso sí, profundizando o abriendo nuevas trochas en las relaciones personales tóxicas, habitual en su temática, pero apelando a su raigambre intimista, a su enorme capacidad de encerrar en palabras la sencilla caligrafía de unos sentimientos a la que tanto o tan imposible nos cuesta llegar y que, particularmente, me sedujo desde su memorable “Amor, curiosidad, prozac y dudas”

 

“- Es que yo no veo la libertad como un fin sino como un medio para desarrollar mis fuerzas. Es decir, no estoy sola para ser libre sino que para poder ser libre tengo que aprender primero a estar sola”


 

Pero hay más en esta comedia negra y romántica de amores frustrados o mejor impostados, donde, magistralmente, nada es lo que parece, primeras impresiones, más tras el sutil ardid de la escritora al convencernos de que lo que interpretamos como un término a la intriga, o más bien de sus finales, en realidad, y seguidamente, son comienzos en esta trama de amores y redenciones, de resignaciones, de engañar y engañarse. Giros inesperados, lucidos.

 

“-No, no eres idiota. Querías que me enterara. Te remordía la conciencia y no querías irte con eso al otro barrio. Eres igual que tu exmarido cuando pagaba a los chaperos con la tarjeta del Ayuntamiento. El sentimiento de culpa católica, la necesidad de absolución y confesión te traiciona. Y ¿qué quieres que te diga yo ahora? ¿Ego te absolvo, Elenita? ¿No te preocupes, puedes morir tranquila? Pues no, no esperes mis perdones”

 

Hay más: El compromiso social de Etxebarria, muy presente, certero, su crítica o afilada ironía en este caso acerca de la corrupción política que matiza o se impone a otras corruptelas más pequeñas, o más intrínsecas, personales, de relaciones sentimentales tóxicas edificadas en el amor y el engaño, en la capacidad o nulidad de elegir lo correcto, en la posibilidad de una nueva vida o seguir mirando a otro lado. De la prensa a la literatura. El exconcejal de Urbanismo en el Ayuntamiento de Palma, Javier Rodrigo de Santos, fue sancionado en 2009 a 13 años y seis meses de prisión por abusos a menores, una condena que se sumó a la de dos años de cárcel por gastar más de 50.000 euros de la tarjeta del Consistorio en prostíbulos gays. Perteneciente al Camino Neocatecumenal (el movimiento católico ultraconservador más conocido como ‘Los Kikos’) y padre de cinco hijos, su esposa Marisa testificó desconocer las andanzas de este concejal del PP, uno más, quien solía llegar a casa a altas horas de la noche por motivos de trabajo, según las justificaciones que ofrecía a su mujer. Alexia, la coprotagonista de “Dios no tiene tiempo libre” es una de estas mujeres que, junto a la verídica Marisa, no ven lo que no quieren ver. Instaladas en lo que la autora define como “sepulcros blanqueados”, ambas miran hacia otro lado cuando sospechan que es mejor continuar en la ignorancia, real o fingida, que plantarle cara a la realidad. David, y el testimonial marido político, representan el lado cotidiano de la corrupción, el de las pequeñas corruptelas del día a día, esos subterfugios que todos, alguna vez, hemos hecho para, con ellos, ocultar y disfrazar, consciente o inconscientemente, los auténticos motivos, a cuanto en verdad queríamos hacer o de quienes somos en verdad. Las pequeñas mentiras, las verdades a medias, las falsas promesas.

 

“La vida cuanto más vacía, más pesa”

 

Lucía Etxebarria, partiendo de esta noticia real, levanta la historia, del teatro a la novela: David, un actor que lo tuvo todo y lo perdió todo, por sus vicios e inestabilidad emocional, o sean unos consecuencia de esta, recibe un encargo inesperado: visitar a Elena, quien fue su novia de juventud, más tarde casada con un político corrupto, y que agoniza en una habitación de hospital por una leucemia terminal. El encargo se lo hace Alexia, prima de Elena, millonaria, cuya fortuna proviene de las inversiones inmobiliarias más oscuras que diáfanas de su exmarido. El reencuentro y las conversaciones entre David y Elena suponen un debate entre lo ético y lo estético, entre lo correcto y lo ideal. Y el cruce de seducción, engaño, mentiras y traiciones entre el trío David-Elena-Alexia saca a la luz lo mejor y lo peor de cada uno.

 

“La hipocresía es un pecado moral pero una gran virtud política”

 

Un crucigrama amoroso representado entre las bambalinas del retrato social y político, sirviendo de preclaro escenario donde vemos y asistimos a la hipocresía que nos mueve a todos, sea ésta aquí censurada en pecado moral y virtud política. Las mentiras de este trío de personajes por edificar unas vidas, propias, que realmente no les pertenecen, por fingidas, y a las que el destino depara un gran giro cuando más imbuidos y dóciles se hayan en ellas. Y es que las dobleces iniciadas en el pasado no les han servido más que para sufrir, engañados a sí mismos y con los demás, y hasta este momento en el que deben rendir cuentas. Todo salta a la luz. Alguna vez, tarde o temprano, contemplaremos y asumiremos nuestra desnudez. Pero, esencialmente, desde las tablas del escenario, en el atento pasar de sus páginas, vemos y leemos sobre todo de amor, de redención, de la capacidad de elegir o de decir no. Una trama llena de giros imprevistos, extraordinarios, escrita con un lenguaje cargado de poesía y fina ironía.

 

“Alexia mira al pasado y ve dolor. Pero en su porvenir, en cambio, las promesas de alegría, de plenitud, de fuerza, aparecen como soldados jóvenes en filas bien ordenadas. El pasado deja en la boca sabores contradictorios y en el cuerpo el futuro anima el acuciante deseo de seguir deseando”

 

 

Pd.: La portada del libro es una imagen de la sensacional película de Hitchcock “Vértigo” (1958), con James Stewart,  Kim Novak,  Henry Jones,  Barbara Bel Geddes entre otros. Precisamente otro “universo atormentado y malsano que ahonda en una relación de turbio 'amour fou'” Vértigo que no se ha correspondido a mi acción de escribir esta reseña con una mano, fatídicamente la izquierda, desafortunadamente soy diestro, tras mi grave fractura del húmero del brazo derecho.

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