“La vida no es un párrafo y la muerte no es un paréntesis”
Será porque es verano, será porque
la canícula de este Agosto exige frescura, amenidad sin grandes esfuerzos, será
por esto… ya que, huyendo como un vampiro del sol, alusivamente, de los
tildados libros “superventas”, esos malogrados logros del marketing, no habría
leído este “La chica del tren” (Ed. Planeta, 2015), más al juzgar desproporcionado
la consideración de ser el mayor bestseller de la historia, y sin tener en
cuenta que acapara la lista de los más vendidos en casi todo el mundo desde
hace cinco meses, y me hubiera arrepentido de no hacerlo, de leer el libro, porque
he disfrutado mucho con el. Un libro entretenido, que se lee fácil, engancha, que
devoras de un bocado, en el que especulas inconscientemente, dejándote llevar con
el propio zarandeo de la trama, sorprendiéndote aquí y allá te gusta a quien antes
despreciabas, sospechas de quien no sospechabas.... Más o menos de este modo
recomendaba la novela a Juan Cana una de estas tardes atrás y sentados en los
poyetes de la alameda del Barrio San Francisco, a esa hora del atardecer en la
que buscamos la tímida brisa que mitigara los sofocones del día, la herencia
del terrible Julio, aunque para ello hubiese que soportar la algarabía en los
veladores de los bares, la tercera o cuarta vez en que una violinista
espontánea extendiera la modorra de la sobremesa con un plano recital de unas
pocas piezas clásicas y contemporáneas que se repetían como una de aquellas masitas
de chorizo que un oscuro camarero servía a unos ingenuos japoneses, o los
juegos perturbados de la chiquillería. E impaciente porque Juan no me dejaba
terminar con el ejemplar, este adictivo libro. Sin embargo, a su pregunta: ¿De
qué va? Contesté con la sinopsis editorial:
¿Estabas en el tren de las 8.04?
¿Viste algo sospechoso? Rachel, sí. Rachel, una treintañera en plena crisis
personal (una de esas vidas o serie de catastróficas desdichas); está en paro y
se ha tenido que mudar a las afueras de Londres con una amiga, bebe demasiado y
ha “olvidado” decirle a su compañera de piso que la han despedido. Para
sustentar la mentira coge el tren de las 8.04 todas las mañanas al centro. Cada
mañana lo mismo: el mismo paisaje, las mismas casas, y la misma parada en la
señal roja. Son solo unos segundos para observar la casa de su ex, Tom, la casa
que antes fue suya, y vislumbra su nueva vida: acaba de tener un hijo con su
chica. Pero también abre los ojos a una pareja desayunando tranquilamente en su
terraza. Siente que los conoce y se inventa unos nombres para ellos: Jess y
Jason. Su vida es perfecta, no como la suya. Pero un día ve algo. Sucede muy
deprisa, pero es suficiente. ¿Y si Jess y Jason no son tan felices como ella
cree? ¿Y si nada es lo que parece? Tú no la conoces. Ella a ti, sí.
A mí este argumento me recordó la
película “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock, o los libros “Extraños en
un tren”, de Patricia Highsmith y “Perdida”, de Gillian Flynn, tanto que Paula
Hawkins construye una buena historia, a pesar de que no deja ser una historia
bastante sencilla, algo ya trillada. ¿Está aquí la grandeza de esta obra? Una
mujer adulta ha desaparecido sin decir nada. ¿Se habrá ido voluntariamente? ¿Alguien
le habrá hecho desaparecer? Todo es posible, incluso con la propia desaparecida
y probable víctima y asimismo culpable. En cuanto se empieza a descubrir la
vida, el pasado de las personas, se toma conciencia de que algo raro ha
sucedido, algo terrible, y entonces la sospecha se extiende a todos los
personajes, sin excepción. Todos son culpables de la misma forma que parecen
inocentes, desde las tres narradoras hasta los demás, y eso que son pocos. A
ver, principalmente tenemos a Rachel, Megan y Anna; después a Tom, ex marido de
Rachel y actual marido de Anna, a Scott, el marido de Megan, a un psicólogo que
trataba a ésta y a un hombre pelirrojo que va en el tren. Solo éstos junto a
dos policías testimoniales y el bebé de Tom y Anna. La escritora es sincera, no
engaña, muestra abiertamente las cartas sobre la mesa y no esconde ninguna o alguna
sorpresa añadida o puesta con calzador, entre estos pocos personajes está el
culpable. Y no son los policías quienes dilucidan el misterio, sino los protagonistas
cardinales y el lector con ellos.
Una novela de capítulos cortos, como
he escrito la historia en sí es bastante sencilla, no hay, en principio, nada
que la diferencie de otras muchas novelas del género. ¿Qué es a la sazón lo que
ha hecho que me haya gustado tanto? Como el cadencioso traqueteo de un tren, la
narración es una alternancia del punto de vista de los tres personajes
principales, Rachel más que las otras, son más y más largos sus capítulos, en
relación a Megan y Anna, ágil y brillante el relato siempre en primera persona
de estas tres voces, tres puntos de vista diferente de unos mismos hechos, abriendo
la perspectiva a 360 grados sobre la misma, que enriquece la lectura y le da
velocidad, además de complicar el argumento en beneficio de la obra, de ritmo creciente
y giros inesperados, la lectura se vuelve adictiva, absorbente y en ocasiones
claustrofóbica. He aquí, pues, uno de los mayores méritos de la autora, sus
personajes. Las tres son mujeres con luces y sobre todo sombras. Mujeres
complejas a las que conocemos en su hondura a lo largo de la novela, haciendo
que unas veces nos sintamos más afines a unas que a otras para enseguida
cambiar las tornas, magistral la habilidad de la escritora en esto, en su juego
ambiguo, abierto, combinado con la complejidad de las protagonistas, escarbando
en nuestra confusión, en nuestros cambios de pareceres y humores entre unas y
no otras, para hacer grande la obra. Y esto solo se consigue con una perfecta
definición de los actores, más al tratarse de personalidades extremas, plenas
de matices hábilmente conjugados, nada retorcidos, con los pensamientos, fobias
y sentimientos habituales en todos, o quizás más bien en una clase media no tan
devastada y desesperada con esta crisis brutal.
“¿Me la recomiendas?” Y contesté
a Juan Cana, y con él a todos vosotros: Sí, por supuesto. Un libro con un
argumento muy bien presentado, estructurado y finalizado, de personajes definidos,
femeninos, desequilibrados, dañados, poco empáticos sin duda, nada planos y muy
reales, narrado de forma ágil y que logrará que no puedas dejar de leer, por su
tensión y angustia, su confusión y suspense. Muy recomendable.
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