Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 15 de agosto de 2015

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "La chica del tren" de Paula Hawkins


“La vida no es un párrafo y la muerte no es un paréntesis”

 

Será porque es verano, será porque la canícula de este Agosto exige frescura, amenidad sin grandes esfuerzos, será por esto… ya que, huyendo como un vampiro del sol, alusivamente, de los tildados libros “superventas”, esos malogrados logros del marketing, no habría leído este “La chica del tren” (Ed. Planeta, 2015), más al juzgar desproporcionado la consideración de ser el mayor bestseller de la historia, y sin tener en cuenta que acapara la lista de los más vendidos en casi todo el mundo desde hace cinco meses, y me hubiera arrepentido de no hacerlo, de leer el libro, porque he disfrutado mucho con el. Un libro entretenido, que se lee fácil, engancha, que devoras de un bocado, en el que especulas inconscientemente, dejándote llevar con el propio zarandeo de la trama, sorprendiéndote aquí y allá te gusta a quien antes despreciabas, sospechas de quien no sospechabas.... Más o menos de este modo recomendaba la novela a Juan Cana una de estas tardes atrás y sentados en los poyetes de la alameda del Barrio San Francisco, a esa hora del atardecer en la que buscamos la tímida brisa que mitigara los sofocones del día, la herencia del terrible Julio, aunque para ello hubiese que soportar la algarabía en los veladores de los bares, la tercera o cuarta vez en que una violinista espontánea extendiera la modorra de la sobremesa con un plano recital de unas pocas piezas clásicas y contemporáneas que se repetían como una de aquellas masitas de chorizo que un oscuro camarero servía a unos ingenuos japoneses, o los juegos perturbados de la chiquillería. E impaciente porque Juan no me dejaba terminar con el ejemplar, este adictivo libro. Sin embargo, a su pregunta: ¿De qué va? Contesté con la sinopsis editorial:

 
¿Estabas en el tren de las 8.04? ¿Viste algo sospechoso? Rachel, sí. Rachel, una treintañera en plena crisis personal (una de esas vidas o serie de catastróficas desdichas); está en paro y se ha tenido que mudar a las afueras de Londres con una amiga, bebe demasiado y ha “olvidado” decirle a su compañera de piso que la han despedido. Para sustentar la mentira coge el tren de las 8.04 todas las mañanas al centro. Cada mañana lo mismo: el mismo paisaje, las mismas casas, y la misma parada en la señal roja. Son solo unos segundos para observar la casa de su ex, Tom, la casa que antes fue suya, y vislumbra su nueva vida: acaba de tener un hijo con su chica. Pero también abre los ojos a una pareja desayunando tranquilamente en su terraza. Siente que los conoce y se inventa unos nombres para ellos: Jess y Jason. Su vida es perfecta, no como la suya. Pero un día ve algo. Sucede muy deprisa, pero es suficiente. ¿Y si Jess y Jason no son tan felices como ella cree? ¿Y si nada es lo que parece? Tú no la conoces. Ella a ti, sí.

 
A mí este argumento me recordó la película “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock, o los libros “Extraños en un tren”, de Patricia Highsmith y “Perdida”, de Gillian Flynn, tanto que Paula Hawkins construye una buena historia, a pesar de que no deja ser una historia bastante sencilla, algo ya trillada. ¿Está aquí la grandeza de esta obra? Una mujer adulta ha desaparecido sin decir nada. ¿Se habrá ido voluntariamente? ¿Alguien le habrá hecho desaparecer? Todo es posible, incluso con la propia desaparecida y probable víctima y asimismo culpable. En cuanto se empieza a descubrir la vida, el pasado de las personas, se toma conciencia de que algo raro ha sucedido, algo terrible, y entonces la sospecha se extiende a todos los personajes, sin excepción. Todos son culpables de la misma forma que parecen inocentes, desde las tres narradoras hasta los demás, y eso que son pocos. A ver, principalmente tenemos a Rachel, Megan y Anna; después a Tom, ex marido de Rachel y actual marido de Anna, a Scott, el marido de Megan, a un psicólogo que trataba a ésta y a un hombre pelirrojo que va en el tren. Solo éstos junto a dos policías testimoniales y el bebé de Tom y Anna. La escritora es sincera, no engaña, muestra abiertamente las cartas sobre la mesa y no esconde ninguna o alguna sorpresa añadida o puesta con calzador, entre estos pocos personajes está el culpable. Y no son los policías quienes dilucidan el misterio, sino los protagonistas cardinales y el lector con ellos.

 
Una novela de capítulos cortos, como he escrito la historia en sí es bastante sencilla, no hay, en principio, nada que la diferencie de otras muchas novelas del género. ¿Qué es a la sazón lo que ha hecho que me haya gustado tanto? Como el cadencioso traqueteo de un tren, la narración es una alternancia del punto de vista de los tres personajes principales, Rachel más que las otras, son más y más largos sus capítulos, en relación a Megan y Anna, ágil y brillante el relato siempre en primera persona de estas tres voces, tres puntos de vista diferente de unos mismos hechos, abriendo la perspectiva a 360 grados sobre la misma, que enriquece la lectura y le da velocidad, además de complicar el argumento en beneficio de la obra, de ritmo creciente y giros inesperados, la lectura se vuelve adictiva, absorbente y en ocasiones claustrofóbica. He aquí, pues, uno de los mayores méritos de la autora, sus personajes. Las tres son mujeres con luces y sobre todo sombras. Mujeres complejas a las que conocemos en su hondura a lo largo de la novela, haciendo que unas veces nos sintamos más afines a unas que a otras para enseguida cambiar las tornas, magistral la habilidad de la escritora en esto, en su juego ambiguo, abierto, combinado con la complejidad de las protagonistas, escarbando en nuestra confusión, en nuestros cambios de pareceres y humores entre unas y no otras, para hacer grande la obra. Y esto solo se consigue con una perfecta definición de los actores, más al tratarse de personalidades extremas, plenas de matices hábilmente conjugados, nada retorcidos, con los pensamientos, fobias y sentimientos habituales en todos, o quizás más bien en una clase media no tan devastada y desesperada con esta crisis brutal.

 
Personajes definidos y el perfecto manejo de la tensión narrativa. Admirable que con tan pocos  personajes en una intriga aparentemente simple, una chica que imagina historias en un tren, la autora nos tenga tan en vilo hasta la última de su casi medio millar de hojas. Meritoria la capacidad narrativa de Paula Hawkins que va más allá de esos giros imprevistos, de que no haya sorpresas raras, o porque el ritmo sea vertiginoso, o a lo predecible que a lo mejor resulte a los más o menos lectores avispados…. Engancha, suficiente, no puedes despegarte de la historia y sin que nada la haga decaer.  

 
“¿Me la recomiendas?” Y contesté a Juan Cana, y con él a todos vosotros: Sí, por supuesto. Un libro con un argumento muy bien presentado, estructurado y finalizado, de personajes definidos, femeninos, desequilibrados, dañados, poco empáticos sin duda, nada planos y muy reales, narrado de forma ágil y que logrará que no puedas dejar de leer, por su tensión y angustia, su confusión y suspense. Muy recomendable.

 

 

 

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