“…si la literatura sirve para salvar a un hombre, honor a la
literatura; si la literatura sólo sirve de adorno, a la mierda con la
literatura”
No ha sido mi intención finalizar
la lectura de “El impostor” de Javier Cercas (Literatura Random House, 2014) el
20 de noviembre, 40 años después de la muerte del dictador Franco; pero ya que
ha sido así, bienvenida sea para recordar y honrar a las víctimas y héroes, a
los verdaderos, de la guerra, contra la dictadura. Esta magnífica novela, tengo que
reconocerlo, me entusiasmó en buena parte de sus más de 400 páginas. ¿Por qué
no en todas? A ver: Es un texto bastante exigente, osado, desafiante, por lo
que existirán lectores, algo me sucedió a mí, que antepongan a los anteriores
adjetivos otros como complicado, tedioso, reiterativo, perdido en una digresión
que intentó ser genial, una obra maestra en la que ya el propio Cercas se veía
como Truman Capote en “A sangre fría”, en un remedo de salvación propia, y que
quedó, tras el lío suscitado por estas tantas novelas en una, en ese terreno
ambiguo en el que el lector nunca tendrá muy claro si es “un relato de real o una novela sin ficción saturada de ficción”, en
una buena obra. Sin embargo, esta digresión, la que magistralmente entreteje la
impostura de Enric Marco con la lucha y determinación personal y literaria del
autor, un valiente juicio, es fundamental para la comprensión de la novela y
para calificarla de espléndida.
“Yo no quería escribir este libro. No sabía exactamente por qué no
quería escribirlo, o sí lo sabía pero no quería reconocerlo o no me atrevía a
reconocerlo; o no del todo. El caso es que a lo largo de más de siete años me
resistí a escribir este libro. Durante ese tiempo escribí otros dos, aunque
éste no se me olvidó; al revés: a mi modo, mientras escribía esos dos libros,
también escribía éste. O quizás era este libro el que a su modo me escribía a
mí.
Los primeros párrafos de un libro son siempre los últimos que escribo.
Este libro está acabado. Este párrafo es lo último que escribo. Y, como es lo
último, ya sé por qué no quería escribir este libro. No quería escribirlo
porque tenía miedo. Eso es lo que yo sabía desde el principio pero no quería
reconocer o no me atrevía a reconocer; o no del todo. Lo que sólo ahora sé es
que mi miedo estaba justificado”
Javier Cercas nos brinda, en
letra editorial, “…una fascinante novela sin ficción saturada de ficción; la
ficción no la pone el autor: la pone Enric Marco. ¿Quién es Enric Marco? Un
nonagenario barcelonés que se hizo pasar por superviviente de los campos nazis
y que fue desenmascarado en mayo de 2005, después de presidir durante tres años
la asociación española de los supervivientes, pronunciar centenares de
conferencias, conceder decenas de entrevistas, recibir importantes distinciones
y conmover en algún caso hasta las lágrimas a los parlamentarios españoles
reunidos para rendir homenaje por vez primera a los republicanos deportados por
el III Reich. El caso dio la vuelta al mundo y convirtió a Marco en el gran
impostor y el gran maldito. Ahora, casi una década más tarde, Javier Cercas
asedia, en este thriller hipnótico que es también un banquete con muchos platos
-narración, crónica, ensayo, biografía y autobiografía-, el enigma del
personaje, su verdad y sus falsedades y, a través de esa indagación que recorre
casi un siglo de historia de España, bucea con una pasión de kamikaze y una
honestidad desgarradora en lo más profundo de nosotros mismos: en nuestra
infinita capacidad de autoengaño, en nuestro conformismo y nuestras mentiras,
en nuestra sed insaciable de afecto, en nuestras necesidades contrapuestas de
ficción y de realidad, en las zonas más dolorosas de nuestro pasado reciente.
El resultado es un libro que no habla de Enric Marco sino de usted, lector;
también el libro más insumiso y radical de Javier Cercas: un libro asombroso
que, con una audacia inédita, ensancha los límites del género novelesco y
explora las últimas fronteras de nuestra humanidad”
“Porque la ficción salva, pero la realidad mata”
Y es esto, asimismo, el temor del
narrador a lo largo de toda la novela: verse en él, identificarse con su
personaje. Y éste, Enric Marco, como muchos recordarán, fue un significado y
veterano anarquista de los años de la Transición que en los noventa apareció
públicamente como un deportado del campo de concentración alemán de
Flossenbürg, convirtiéndose en un tenaz adalid del recuerdo del Holocausto; hasta
que en 2005, justo cuando iba a intervenir en una celebración en el campo de
Mauthausen como representante español de las víctimas, en presencia del presidente
Rodríguez Zapatero, fue desenmascarado por el historiador Benito Bermejo. El
caso ocasionó un escándalo de importantes dimensiones que nadie se esperaba, ni
su protagonista, no en vano se hizo artífice de la recuperación de la “memoria
histórica” entre otras atribuciones y honras, y que corresponde a esa
hipocresía instalada en nuestra sociedad por sacudirse cuanto molesta o perturba
de manera fulminante. La historia del persistente Marco relatada por Cercas es
un brillante reflejo de la historia de España en los últimos 80 años, una brillante
semblanza y crítica de la impostura no solo de la figura de Marco, sino de la
absoluta, de la impostura generalizada en nuestra existencia y que así la
legitimamos, la magnificamos, y sin importarnos si es con medias verdades que
son las más absoluta de las mentiras. De hecho, no es que Marco fuese un liante
superlativo, que lo era, sino por lo fácil que le resultó urdir su engaño en una
sociedad democrática (periodistas, intelectuales, políticos y hasta
instituciones), que deseaba engañarse. ¿Alguien se acuerda del caso actual del
“pequeño Nicolás”? Pues eso.
“…la democracia se construyó en España sobre una mentira, sobre una
gran mentira colectiva o sobre una larga serie de pequeñas mentiras
individuales”
Enric Marco no fue un activo
combatiente en la Guerra Civil, ni un resistente que se exilió, ni fue cautivo
en un campo nazi, ni militante antifranquista, ni con una historia de
sindicalismo anarquista que le mereció liderar la CNT. Para Cercas, Marco estuvo
siempre donde estaban todos, con la inmensa mayoría, evitando comprometerse,
buscándose la vida, huyendo del pasado. No fue un héroe, si bien Cercas lo
plantea casi de esta manera cuando afronta su descrédito, al decir la verdad y
no reiterarse o replegarse en sus persistentes falsedades. Para el autor, Marco
es un Narciso en el sentido que Ovidio dio a la fábula mitológica: no se
enamora de sí mismo, sino que evita ser él para reinventarse en otro. “Se apropiaba del pasado ajeno o se
incrustaba en él”, y sabía estar en el lugar y en el momento adecuado. Por
otro lado, y sigo citando al escritor: “Se
inventó una vida cuando todos lo hacían”; es decir, en aquellos tiempos
confusos, tan ambiguos, tan necesitados de sentido, cada cual falsificaba sus
autobiografías y surgieron menesterosas iniciativas para llenar esta laguna, la
“cesión pusilánime al doble soborno”,
como la mal llamada, para Cercas, la “memoria histórica”, que sólo fue “un sucedáneo, un abaratamiento, una
prostitución de la memoria”. Por todo, insiste, todos fueron tan
narcisistas como Marco y éste lo sentenció en “un relato edulcorado, falaz y desbordante de sentimentalismo”, y al
que tilda de kitsch, de falso.
“Marco hizo de su vida una novela. Por eso nos parece espantoso: porque
no aceptó ser quien era y tuvo la osadía y la desvergüenza de inventarse a base
de mentiras; porque las mentiras están muy mal en la vida, aunque estén muy
bien en las novelas. En todas, claro está, salvo en una novela sin ficción o un
relato real. En todas, salvo en este libro”
Interesante, al mismo tiempo, el
paralelismo que establece el autor entre Enric Marco, como personaje, con Don
Quijote, luego hablaremos de la prolongación de la comparativa a Miguel de
Cervantes y el mismo Cercas: “En «Yo soy
Enric Marco» (un artículo que Javier Cercas publicó en El País) comparé a Marco con don Quijote porque
ambos son dos grandes mentirosos que «no se conformaron con la grisura de su
vida real y se inventaron y vivieron una heroica vida ficticia». La comparación
sigue pareciéndome válida, pero ahora creo que hay muchas más razones para
hacerla”.
“El resultado de mezclar una verdad y una mentira es siempre una
mentira, excepto en las novelas donde es una verdad”
Este libro también es una crítica
a la “memoria histórica”, todas aquellas buenas intenciones más que de medidas
efectivas que impulsó, con legitimidad, el presidente Zapatero y para marcar
distancias con una derecha que sigue por sus fueros de no reconocer los
atropellos del Franquismo. “…de que,
ahora mismo, el peor enemigo de la izquierda es la propia izquierda; es decir:
el kitsch de izquierda; es decir: la conversión del discurso de la izquierda en
una cáscara hueca, en el sentimentalismo hipócrita y ornamental que la derecha
ha dado en llamar buenismo” Unas elevadas expectativas en buenas
intenciones, esta “memoria histórica”, que aprovechó el avispado Marcos para
irrumpir con desparpajo y convertirse en brillante portavoz de los vencidos y
de los humillados.
“La expresión «memoria histórica» es equívoca, confusísima. En el fondo
entraña una contradicción: como escribí en «El chantaje del testigo», la
historia y la memoria son opuestas. «La memoria es individual, parcial y
subjetiva —escribí—; en cambio, la historia es colectiva y aspira a ser total y
objetiva.» Nadie aprovechó mejor que Marco esa antítesis insalvable. Maurice
Halbwachs, que fue quien acuñó el concepto de memoria histórica, afirma que
ésta es una «memoria prestada», a través de la cual no recordamos experiencias
propias sino ajenas, que no hemos vivido sino que nos han contado; Marco aplicó
al pie de la letra tal imposibilidad y construyó sus discursos con recuerdos de
otros (de ahí, en parte, la desenvoltura con que pasaba en sus charlas públicas
del «yo» al «nosotros»): aunque buscaba en teoría reivindicar con ello la
memoria de las víctimas, en la práctica no hizo más que desnudar la inoperancia
y los riesgos letales que conlleva el uso de ese concepto tan exitoso como
absurdo. Por si fuera poco, en España la expresión «memoria histórica» fue,
además de un oxímoron, un eufemismo: la llamada memoria histórica era en
realidad la memoria de las víctimas republicanas de la guerra civil y el
franquismo, y recuperarla o reivindicarla equivalía a reivindicar la reparación
completa de esas víctimas y a exigir justicia y verdad sobre la guerra civil y
el franquismo para superar de manera definitiva ese pasado terrible”.
Por último, el libro de Cercas es
también un homenaje a los verdaderos héroes y como me decía yo al principio de
esta reseña.
“Verdaderamente, hay que desconfiar de los predicadores de la verdad.
Verdaderamente, igual que el énfasis en la valentía delata al cobarde, el
énfasis en la verdad delata al mentiroso. Verdaderamente, todo énfasis es una
forma de ocultación, o de engaño. Una forma de narcisismo. Una forma de kitsch”
La trama histórico-novelesca en
torno a Marco se complementa, o se agranda, con episodios autobiográficos que
nos hablan de las dudas del escritor y con pasajes en los que, a modo de ensayo
literario, éste establece paralelismos entre aquel y El Quijote. Cercas dilata
el contenido de la novela a través de un relato en primera persona, franco,
envolvente y cautivador. De prosa absorbente y urgida, pero, a la vez, medida
al milímetro, rítmica e incluso premeditadamente obsesiva. Esta novela vuelve
una y otra vez sobre sí misma, pero la repetición de argumentos y citas, su insistencia
en decirlo más alto para refutarlo, o incluso su desorden, son cosas
deliberadas para que el efecto sea mayor y duradero. Consecuencias de los tres
escenarios paralelos: la historia personal de la búsqueda, las reflexiones
morales y metaliterarias sobre la escritura y, por último, los importantes
datos recabados y reseñados de la vida de Enric Marco, tanto de la real como de
la fingida.
“… forma socialmente aceptada de narcisismo. (...) el novelista está
del todo insatisfecho de su vida; no sólo de la suya propia, sino también de la
vida en general, y por eso la rehace a la medida de sus deseos, mediante las
palabras, en una ficción novelesca: como al Narciso del mito y al Marco real,
al novelista la realidad le mata y la ficción le salva, porque la ficción no es
a menudo más que un modo de enmascarar la realidad, un modo de protegerse o
incluso de curarse de ella. Como Marco, el novelista se inventa una vida
ficticia, una vida hipotética, para esconder su vida real y vivir una vida
distinta, para procesar las vergüenzas y horrores e insuficiencias de la vida
real y transformarlas en ficción, para ocultárselas a sí mismo y a los demás,
en cierto modo para evitar conocerse o reconocerse a sí mismo, igual que
Narciso debe evitar conocerse o reconocerse a sí mismo si quiere vivir mucho
tiempo, según el consejo que el ciego Tiresias le da a su madre Liríope”
Destacable la intención del
propio autor acerca de la salvación, de la suya propia, a través de esta su lección
magistral sobre la verdad y la mentira dentro de la literatura. Cercas insiste
en cómo algunos grandes autores han encontrado su salvación narrando obras con
personajes perversos, como Truman Capote en “A sangre Fría” o Emmanuel Carrère
en “El adversario”:
“No es ésta la única conclusión que saca Carrère de las dos historias
simétricas y opuestas que acabo de contar; tampoco la que más me interesa.
Cuenta Carrère que, al empezar a escribir “El adversario”, quiso imitar “A
sangre fría”, la impasibilidad y el desapego flaubertianos de “A sangre fría”,
la decisión de Capote de contar la historia de Dick Hickock y Perry Smith como
si no hubiera participado en ella, excluyendo su intervención amistosa y
perversa y los dilemas morales que le acosaron mientras tenía lugar; sin
embargo, cuenta asimismo Carrère, al final optó por no hacerlo: decidió contar
su historia sin ausentarse de ella, no en tercera sino en primera persona,
revelando también sus perplejidades morales y su relación con el impostor
asesino. Y concluye: «Pienso sin exagerar que esa elección me ha salvado la
vida».
¿Tiene razón Carrère? ¿Se salvó él como persona, además de salvarse
como escritor —“El adversario”es también una obra maestra—, al incluirse en su
relato de la impostura criminal de Jean-Claude Romand? ¿Iba a salvarme yo, como
escritor y como persona, si, ya que no podía hacer lo mismo que Dickens porque
no podía cambiar ni embellecer la historia de Marco, al menos no hacía como
Capote y no contaba en tercera sino en primera persona mi relación con el
protagonista de mi libro, sin repudiar las dudas y los dilemas morales que
enfrentaba al escribirlo, igual que había hecho Carrère? ¿No era el argumento
de Carrère brillante y consolador pero falso, por no decir tramposo? ¿No era
una forma de comprar legitimidad moral para autorizarse a hacer con Jean-Claude
Romand lo que Capote había hecho con Dick Hickock y Perry Smith y lo que yo
pretendía hacer con Enric Marco, y para hacerlo además con la conciencia limpia
y sin perjuicios personales? ¿Bastaba reconocer la propia vileza para que ésta
desapareciese o se convirtiese en decencia? ¿No había que asumir simplemente,
honestamente, que, para escribir “A sangre fría”o”El adversario”, había que
incurrir en algún tipo de aberración moral y por lo tanto había que condenarse?
¿Estaba yo dispuesto a condenarme a cambio de escribir una obra maestra,
suponiendo que fuese capaz de escribir una obra maestra? En definitiva: ¿era
posible escribir un libro sobre Enric Marco sin pactar con el diablo?”
Para mí el mejor momento de la
novela es el capítulo octavo de la tercera parte. La ficticia escena en el que
Cercas tiene una conversación con su personaje, Enric Marco, y éste se enfrenta
con su ensayista de tú a tú y tachándole de cobarde y de ser tan mentiroso o
más que él mismo…. Un diálogo imaginario o el desnudo integral del novelista,
análogo al capítulo de “Niebla” de Unamuno, donde el protagonista visita a su
creador en su despacho. Marco retrata a su “escritor” como “un pequeño burgués neurótico y débil, con la
conciencia remordiéndole siempre”, pero que al cabo se lucra también de sus
personajes: “¿No ha tenido usted más de
una vez la sospecha de que era yo el que había vivido lo que había vivido y
había inventado lo que había inventado sólo para que usted lo contase?” Fascinante
el remedo de Cervantes: “Para mí sólo
nació Enric Marco y yo para él; él supo obrar y yo escribir, sólo los dos somos
para en uno”. Y para luego plantear, uno y otro, la pretensión de esta
historia, de la novela, que Cercas arroja a Marco como un intento de salvarlo y
que éste le responde con: “quiere
salvarme para salvarse usted”.
“…el novelista es un mentiroso que dice la verdad”
Destaco, y admiro, el dominio
técnico del autor para suministrarnos la información cuando quiere e ir llevándonos
por donde le interesa. Cercas, como un gran prestidigitador, “monta” su
estructura narrativa atrapando al lector en un interés superior, en ese limbo
de realidad-ficción hasta un final muy bien rematado. Y con estas soberbias
herramientas, el escritor analiza, más bien disecciona, la mentira. No solo se
apoya en los ilustres pensadores, Platón, Montaigne, Voltaire, Kant…, para
reflexionar sobre ella, sino también en la que él mismo pueda estar
construyendo con la novela. A ver: Sabemos que Enric Marco miente, pero nos
entra la duda razonable de si Cercas también nos está engañando, como Cervantes
intenta hacer creer que Don Quijote-Alonso Quijano existió realmente. Y con
todo, lucida la imaginación del autor en la construcción literaria para abarcar
estos y controvertidos temas, sobre todo en las partes de su intrahistoria, la
personal.
“En cuanto a mí, aún no había empezado a escribir este libro, pero ya
había atado todos o casi todos los cabos de la historia de Marco, había trazado
un esquema minucioso para contarla y, embarazadísimo de ella, a punto de romper
aguas…”
“El impostor”, en conclusión, es
una magnífica novela que me ha impresionado. Un texto de gran riqueza y valor
literario, en todos y cada uno de sus distintos planos que convergen,
admirablemente, en uno. Aunque tengo que admitir, de nuevo, que es una novela
que puede no gustar a todos los públicos porque, insisto, es un texto valiente
y por tanto exigente, y, tal vez, más por su preconcebida reiteración en los
aspectos fundamentales de la historia, no sea del agrado de lectores acostumbrados
a otra literatura llamémosle sencilla, práctica y lúdica. Novela tan acabada y
tan conseguida y tan imprescindible.
“Te dije que yo no quería rehabilitarte, ni absolverte ni condenarte,
que ése no es mi trabajo ni el trabajo de un escritor, tal y como yo lo
entiendo. ¿Sabes cuál es mi trabajo? Entenderte. No te confundas, Enric:
entenderte no es justificarte; entenderte es sólo entenderte: nada más”
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