“Cada país tiene los políticos que se merece y lo mismo sucede con los
críticos”
“Para el que ha pasado buena parte de su vida encerrado en un
manicomio, aunque sea injustamente, como es mi caso, una reacción absurda no
tiene nada de particular, aunque eso suponga meterse en líos. La cuestión es
que un incidente trivial me trajo recuerdos y viajé al pasado (con la memoria,
ya he dicho que no estoy loco). Años atrás me vi envuelto en un asunto feo.
Habían asesinado a una modelo y me culpaban a mí. Por supuesto, sin razón: una
modelo no haría caso a un tipo como yo ni asesinándola. Simplemente, había un
oscuro enredo, estaba metida gente importante y pensaron que yo podía servir de
cabeza de turco o de conejillo de indias, o como sea que se llame el desgraciado
que paga los platos rotos. Para salvar el pellejo tuve que recurrir a mi
ingenio y a métodos poco convencionales y pedir ayuda a personas de mi círculo,
no siempre recomendables. No sé si salí bien parado del intento, pero salí.
Ahora todo aquello ya es agua pasada. Sin embargo, un impulso me ha hecho
volver sobre mis pasos, recorrer los antiguos escenarios, buscar a las personas
que fueron protagonistas de aquel oscuro caso, y resolverlo por fin. Pero las
cosas han cambiado. No sólo las personas y la forma de vivir, sino sobre todo
la ciudad. En aquella época, Barcelona era una cochambre. Hoy es la ciudad más
visitada y admirada. ¡Quién nos lo iba a decir! La Barcelona del presente no
tiene nada que ver con la Barcelona del pasado. ¿O sí?”.
Sí, vuelve… Desconocemos su
nombre, pero es el detective español más singular, desquiciado, pendenciero y
divertido de la literatura española. “A
lo largo de mi vida, algunas mujeres me han dado más, muchas me han dado menos,
pero muy pocas me han dado la mano” Vuelve el ingenioso Eduardo Mendoza con
“El secreto de la modelo extraviada”, (Seix Barral, 2015). De acuerdo que esta
nueva novela es la más floja de la serie, desde la memorable “El misterio de la
cripta embrujada”, pasando por “El laberinto de las aceitunas” , “La aventura
del tocador de señoras” y hasta “El enredo de la bolsa y la vida”; no obstante encontramos
el sello y todos los ingredientes que han caracterizado y hemos admirado de
Eduardo Mendoza y su peculiar personaje quien, por las propias y rocambolescas
circunstancias de su pobre existencia, se hace detective; muy a su aire, vale,
pero con ese “echarle cara y paciencia a
los asuntos” se ha ganado la simpatía y el interés de los lectores.
“Es un buen chaval. Como jefe, me respeta; como persona, me estima;
como ideólogo, me admira; pero como travesti, me zurra. Cada cosa en su sitio.
No le falta razón, no creas. A mí no me hace gracia, pero estoy totalmente de
acuerdo con el principio”
Que Eduardo Mendoza nos hace reír
ya no nos sorprende; y no es solo por esas carcajadas sonoras que asombran a
quienes podamos tener cerca de nosotros, o por arrancarnos tantas medias
sonrisas que a aquellos mismos transmite que estamos disfrutando, y mucho, de
la lectura. No es para menos. Mendoza es un genio para construir escenas rayando
el surrealismo, con un estilo, más en los diálogos, repleto de alusiones y
dobles sentidos en el que se mezclan los más variados registros, con esa prosa
cervantina entintada de ironía, de crítica o parodia contundente y sarcástica,
incluso esperpéntica, sobre la situación de la sociedad contemporánea y, en
concreto, de la ciudad de Barcelona.
En “El secreto de la modelo extraviada”,
otra divertida e inteligente historia, nos encontramos con otro caso para el
peculiar detective por la exigencia de otro escabroso contexto, un suceso
aparentemente cerrado en los años ochenta acerca de una modelo asesinada en el
jardín de un edificio, primera parte de la novela, y del que hacen a él
responsable; y en la actualidad, treinta y cinco años después, los flecos que el
protagonista intuyó quedaron entonces sueltos, y no ceja en su empeño de
resolverlos, segunda parte de la novela. Una falsa intriga inicial urdida para
tapar otra más obscura y de dimensiones importantes.
“Precisemos –dijo el caballero de la cara de liebre-. Nosotros no
matamos a nadie. Si acaso, hacemos matar. No confundamos los conceptos”
La investigación va dejando a lo
largo de las 318 páginas divertidos y absurdos lances, en un ritmo sin cuartel,
disparatado y frenético, de su protagonista y, con él, una galería de
personajes, habitantes de esa oscura y mísera Barcelona, como el travesti y
luego comandante de la Guardia Civil, señorita Westinghouse y su ideal “Las grandes ideas son catastróficas y las
pequeñas pasan pronto de moda, porque lo banal cansa y empacha”; también
otros actores poderosos, tal el “senado de plutócratas” afiliados a la sociedad
secreta de la APALF -acrónimo de “¡Andreu, porti’m a la fàbrica!”- “Las guerras las pierden los militares, los
enfermos se les mueren a los médicos y los pufos los hacemos los que manejamos
el dinero. Mejor así que dejar la circulación fiduciaria y, en definitiva, la
economía mundial en manos de los aficionados”; es decir, un grupo de
empresarios que, convencidos de que los cambios en la política económica del
régimen llevarían a la bancarrota, deciden “poner
sus valores fiduciarios, o también podríamos decir calerones [dinero]”, a buen
recaudo. Y para ello, organizan “un complejo tejido de evasión de capitales”,
y a los que sentencia y justifica la nueva empresaria Lola Campos con crudeza: “Cada época tiene su metodología. Andando el
tiempo, yo acabaré igual o peor. Son las reglas del juego y es bueno que así
sea. En esto Cataluña lleva ventaja al resto del mundo. El clásico ciclo
catalán pobre-rico-preso favorece la movilidad social y previene la sobrecarga
de la tradición”. Unos y otros, a pesar del desigual contraste, conforman
la otra historia de una Barcelona en la que se pierde la perspectiva de si la
realidad es mejor que la ficción; inclusive, a tenor de ese contrapunto
temporal entre una y otra parte de la novela, de que nada nuevo hay bajo el sol
y, a pesar de los 35 años transcurridos y de los derroteros de sus
protagonistas, los cambios, hábitos y valores no han cambiado mucho en una
Barcelona, la protagonista fundamental de la novela tanto en su visión cochambrosa
de los años 80 como en la turística de la actualidad, que es definida como la “capital mundial del baratillo y la idiocia”
en una de las críticas más ácidas y amargas escritas sobre ella.
“Los fantasmas son mejores que los vivos: a los seres humanos nos mueve
el interés, y los muertos, por definición, carecen de intereses.”
“El secreto de la modelo
extraviada” es una historia divertida en la que un accidental detective sin
nombre se convierte en el símbolo actual, o no ha dejado jamás de serlo, de una
sociedad materialista, frívola, sin ideales ni valores, “Ahora todo es ligereza y olvido. La novia de un torero y santa Teresa
de Jesús valen lo mismo en el mercado de la frivolidad”, en una Barcelona que
no termina por querer redefinirse y en la que han caído unos personajes para
los que todo está ya perdido, “Nacimos
después de acabada la guerra –prosiguió- y nos moriremos antes de que empiece
la próxima. ¿Qué más da lo que hagamos o digamos?”, en el ejemplo de “la Humanidad avanza, pero hacia atrás”.
Muy recomendable.
“Al final, después de una vida entera de rutina y bajeza, saqué una
enseñanza, y esa enseñanza se la voy a transmitir aquí mismo, en este preciso
instante, en el rellano. Dice así: el poder es un peligro. Tome nota: poder
igual a peligro.”
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