Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 26 de abril de 2016

HUELES TAN BIEN

Hueles tan bien, le decía a la mañana con el título de la canción que necesitaría con ansia después. Esta sensación aparentemente agradable que tendría que suavizarme, me destempló, que llenarme de optimismo, me vació de rabia, o que rebelarme a los golpes de la rutina, nada, ni un empujoncito que no fuera hacia la resignación, como el sol que ya cae pesado, como la luz de este sol que confunde el ánimo, la mente, no me fue grata sino fastidiosa. Sobrevino el áspero cambio en seguida del desayuno, desvanecida la bendición del pan y la luz en Ronda Sweet Bakery, desmayado y fugaz el vaho de las primeras luces todavía frescas, vaga la espera en Torrejones del coche de Reme Boca Carreño que nos llevaría al colegio, el tempero de la mano de Ángela, el bostezo de un relato aún confuso… Todos asaltados por el malestar. Un malestar, incómodo, que me transfiguró, o amenazaba con hacerlo, en un licántropo u otra fiera oscura que grita hambrienta, que va detrás de todo y, al hilo, perdido el acecho por tener, por tenerme, para querer y dar dentelladas desesperadas a esta impresión latosa o a los pliegues de su enervación; a esta alteración estacional de la sangre, a la primavera y a su dispendio e incluido en este los trinos encendidos de los pájaros o las urgencias benévolas y tolerables; y no sé si será día de luna llena y si no lo es poco importa para el caso, nada, para que la paciencia, mi irritación, desmoronara o quemara el estrecho puente con sus orillas del instinto una y la razón otra, aquel entre la locura y la cordura, el conformismo o el impulso. Fuego. El desmoronamiento de las piedras y las palabras. De ahí a correr del supermercado de mi primo Francisco Ruiz Calvente, una, dos, tres veces, Bunbury y su “Sirena varada” o el “Betrayer” de Kreator, de la Panadería Alba con un cumplido muy integral, frívolo, despistado, del colegio Fernando de los Ríos y de unos encargos que a lo mejor no se cumplirían o se olvidarían y donde decliné mi redención, el exorcismo al mal, en la divina figura que limpiaba los guijarros, de los apremios conyugales, de la suerte, o de la mala suerte, de la acera de “enfrente” y de Miguel Angel Mena esgrimiendo un cuchillo cortador de jamón y grisuras al peso, de miedos e incertidumbres, de vecinos y espectros,… huir, fugarme de todos y de mí mismo o solo de esta sacudida cargante; "dispararme" una bala de plata, contrarrestar, con unos momentos de oposición, de confrontación, de neutralizar con un shock o contra shock a mi ofuscada conmoción, en forma de canción y a todo el volumen que pudiera soportar; hasta me permitiría frenéticos cabeceos, arriba y abajo, acompasados, y haría de la escoba para barrer el salón el bajo de Rafa Balmaseda de Parálisis Permanente o el Rickenbacker de Lemmy distorsionando Motörhead. La tormenta sonora, forzosa, en el umbral del dolor y el empeño de vaciar de sangre y sudor mi piel. Rammstein y su "Du riechst so gut". La canción o la absolución, ambas y elegidas.

Y ahora estoy calmado, o algo más tranquilo, briznas de decencia o normalidad o lo propio a estos tiempos primaverales y simpáticos, tibios y trasparentes; incluso he sonreído a los cegadores destellos de sol que huelen tan bien.

Esperaré a que oscurezca.


F.J. CALVENTE

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