Hueles tan bien, le decía a la
mañana con el título de la canción que necesitaría con ansia después. Esta
sensación aparentemente agradable que tendría que suavizarme, me destempló, que
llenarme de optimismo, me vació de rabia, o que rebelarme a los golpes de la
rutina, nada, ni un empujoncito que no fuera hacia la resignación, como el sol
que ya cae pesado, como la luz de este sol que confunde el ánimo, la mente, no
me fue grata sino fastidiosa. Sobrevino el áspero cambio en seguida del
desayuno, desvanecida la bendición del pan y la luz en Ronda Sweet Bakery,
desmayado y fugaz el vaho de las primeras luces todavía frescas, vaga la espera
en Torrejones del coche de Reme Boca Carreño que nos llevaría al colegio, el
tempero de la mano de Ángela, el bostezo de un relato aún confuso… Todos
asaltados por el malestar. Un malestar, incómodo, que me transfiguró, o
amenazaba con hacerlo, en un licántropo u otra fiera oscura que grita
hambrienta, que va detrás de todo y, al hilo, perdido el acecho por tener, por
tenerme, para querer y dar dentelladas desesperadas a esta impresión latosa o a
los pliegues de su enervación; a esta alteración estacional de la sangre, a la
primavera y a su dispendio e incluido en este los trinos encendidos de los
pájaros o las urgencias benévolas y tolerables; y no sé si será día de luna
llena y si no lo es poco importa para el caso, nada, para que la paciencia, mi
irritación, desmoronara o quemara el estrecho puente con sus orillas del
instinto una y la razón otra, aquel entre la locura y la cordura, el
conformismo o el impulso. Fuego. El desmoronamiento de las piedras y las
palabras. De ahí a correr del supermercado de mi primo Francisco Ruiz Calvente,
una, dos, tres veces, Bunbury y su “Sirena varada” o el “Betrayer” de Kreator,
de la Panadería Alba con un cumplido muy integral, frívolo, despistado, del
colegio Fernando de los Ríos y de unos encargos que a lo mejor no se cumplirían
o se olvidarían y donde decliné mi redención, el exorcismo al mal, en la divina
figura que limpiaba los guijarros, de los apremios conyugales, de la suerte, o
de la mala suerte, de la acera de “enfrente” y de Miguel Angel Mena esgrimiendo
un cuchillo cortador de jamón y grisuras al peso, de miedos e incertidumbres,
de vecinos y espectros,… huir, fugarme de todos y de mí mismo o solo de esta
sacudida cargante; "dispararme" una bala de plata, contrarrestar, con
unos momentos de oposición, de confrontación, de neutralizar con un shock o
contra shock a mi ofuscada conmoción, en forma de canción y a todo el volumen
que pudiera soportar; hasta me permitiría frenéticos cabeceos, arriba y abajo,
acompasados, y haría de la escoba para barrer el salón el bajo de Rafa
Balmaseda de Parálisis Permanente o el Rickenbacker de Lemmy distorsionando
Motörhead. La tormenta sonora, forzosa, en el umbral del dolor y el empeño de
vaciar de sangre y sudor mi piel. Rammstein y su "Du riechst so gut".
La canción o la absolución, ambas y elegidas.
Y ahora estoy calmado, o algo más
tranquilo, briznas de decencia o normalidad o lo propio a estos tiempos
primaverales y simpáticos, tibios y trasparentes; incluso he sonreído a los
cegadores destellos de sol que huelen tan bien.
Esperaré a que oscurezca.
F.J. CALVENTE
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