“Los dos pertenecemos a la misma raza de vanguardia, a los adelantados
en la frontera de la vida”
Os lo recomiendo, por supuesto, “El
amante lesbiano” (DeBolsillo, 2014) de José Luis Sampedro. Leí esta novela hace
años, creo en el 2001 o 2002, y hoy la releo, en esta edición que encontré de
manera inesperada y en el lugar más inesperado y porque inesperadamente ha
coincidido con el aniversario de la muerte del autor, días atrás, 8 de Abril.
Ahora más que entonces, ha sido un placer leer a Sampedro, embriagarme con su
sutil inteligencia, tan lucida, la ternura de su prosa, tan rotunda, y la
sensualidad elevada en su grado máximo o en todas sus variantes o al trascender
la misma separación o reunión entre sexo y género; en la sublimidad de su
exaltación me ha recordado al memorable Terenci Moix, otro que rajó la moral
convencional para emplazarnos en la poesía de la diversidad sexual: homosexualidad,
travestismo, lesbianismo, androginia, dominación y sumisión, sadomasoquismo;… y
en su reivindicación más lírica: la libertad. Libertad que comienza en el mismo
epígrafe del libro con unas palabras de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.
La libertad del sexo, sí, de pasiones obsesivas, exaltadas, como la de su
protagonista Mario, o Miriam, o “una
mujer muy hombre”, con su pareja, maestra, guía, amante, Farida, quien lo
transforma en el amante que siempre quiso ser, “el amante lesbiano”; pero sobre
todo es un libro del amor.
“Empecé a comprender que la vida no habla ni se confunde con palabras;
lo que hace es crear y destruir a la vez. No sólo reproducirse, porque varía al
recrear y así progresa”
Un libro que se lee con el
deleite propio de la atención sin tiempo, de la tranquilidad sin prisas, para recrearse
las veces que fueran en sus delicadas descripciones, elegantes, las frescas
comparaciones entre religión y sexualidad, “una
vez más el erotismo conecta con los místicos y con los mártires, dichosos en la
tortura”, San Sebastián traspasado por las flechas en una magistral
irreverencia, “Pero no olvides que el
dios de las mitologías es una creencia valiosa para muchos desgraciados
ansiosos de esperanzas. Por eso está presente, con variantes, en todas las
culturas, lo cual no prueba –como se dice– la existencia de dios, sino la
ventaja de inventarlo, a falta de algo mejor, ofreciendo otra vida cuyo acceso
administran los que se erigen en intérpretes y administradores de la divinidad”,
el arquetipo de la madre, “Tu madre y tú
cruzándoos en la noche y ciegos uno para el otro por el ansia misma de
encontraros...”, el fetichismo de la ropa, el erotismo de los zapatos, el Tantra
y el pensamiento Sufí, “Los místicos del
Islam creen que Allah aniquila el mundo entero en cada inspiración de su
aliento para volver a recrearlo en su siguiente expiración”, la “ipsoterapia”,
“… ayudar a cada cual a vivir de acuerdo
con su ser auténtico y su derecho a realizarse, sin más restricción que el
respeto a los demás… Mientras no te
desprecies a ti mismo ríete del desprecio ajeno y vive según tu propia verdad”,
el espacio imaginario de “Las Afueras”,
el lugar desinhibido, “el lugar donde
vivimos los otros… ciudad donde todo
y cualquier amor es Amor cuando lo legitima una pasión auténtica, cuajada en el
tuétano de los amantes”. No está mal, o bello por demás, o necesario, imponerse
leer algo serio, brillante, plástico, en tiempos y situaciones de tanta
frivolidad, desfachatez y vacío.
“…nuestra sociedad está dominada por una mitología religiosa cuyos
libros, declarados sagrados e infalibles, imponen una moral enemiga del placer
carnal y tan antinatural que valora la castidad como más perfecta que el sexo
dado a los humanos para su creador. Una moral que declara contra natura,
aberrantes y perversas, las modalidades del placer no encaminadas a la
procreación, aunque esas variantes sean espontáneas manifestaciones de la
vida”.
“Una ardorosa historia de amor
entre una mujer sedienta de un varón sin machismo y un amante fetichista que
goza en la sumisión. Una fantasía erótica ajena a la represiva educación sexual
contra natura todavía imperante. Una indagación en las múltiples variantes
cerebro-genitales del amor. Con una libertad expresiva fundada en el rigor de
la razón, el autor aborda el tema de la identidad de género y la búsqueda de la
autenticidad a través de la transformación sexual. Al narrar la vivencia de su
amante lesbiano, José Luís Sampedro nos invita de nuevo -como ya propuso en
Octubre, Octubre y en Real sitio-, a entrar "más adentro, en la espesura
de las pasiones"”
“Comprendí que el placer y el dolor están tan juntos como lo están la
vida y la muerte”
Indudablemente nadie va ahora a
sorprenderse de la enorme capacidad narrativa de José Luis Sampedro, pero sí que
nos sorprendamos cada vez que retomemos su obra; con admiración, asimismo, por
su humanismo al inquirir en los estados más profundos, íntimos, recónditos, de
la personalidad humana; de su compromiso con los tiempos. Sean estos distintivos
presentes en esta historia sobre Mario, el protagonista que, a la salida de su
revisión con el cardiólogo por un infarto anterior, encontrándose sin querer en
un extraño lugar, evoca su vida y, esencialmente, al personaje verdadero o a aquel
Mario que siempre quiso ser, asumiendo y congratulándose, desenvuelto, no
castigándose, ni martirizándose, por su complejidad llamémosle psicosomática. A
ver, utilizando cierto símil metafísico, sería como en esas experiencias
cercanas a la muerte, en el túnel por el que al final brilla una luz
esplendente, cuando el sujeto, como si de una película se tratase, ve
proyectada toda su vida, hasta en los detalles más insignificantes o sus represiones
escondidas, impenetrables. La elección magistral por las elipsis, por ello, los
cambios argumentales y de lugar, permiten al autor condesar en algo más de 240
páginas unos hechos tan densos, tan prolijos en detalles y sensaciones, en
color y emociones, allá, en esa onírica, ilusoria, mas vivificante, “Las
Afueras”, en el paraíso como fundamento de todas las religiones, de las ansías
ancestrales, de todos y de todo, “el
paraíso de la vida es realizarse del todo” Ya que es la realización, la
personal, exclusiva, ineludible, la que aquí no encuentra demora, o desprecio, sino
expresión, decisión, la que no tiene espera, “todo gran deseo tiene una gran espera. Negarse nace a veces de la misma violencia del deseo”, pues en el
final no hay lugar para ellas, quizás solo los juicios, o una última
escenificación de cómo pudieron ser, realización y en este caso el reconocimiento
de la propia naturaleza sexual, de la pasión intrínseca.
“¡Oh, Zadar: Me has hecho tan tú que yo me disiparía en nada si se
evaporasen esas marcas de tu posesión! Me has vaciado de mí y sólo de ti estoy
lleno”
Y esto es cuanto consigue el
protagonista, Mario, cambiar la dinámica de su vida frustrada, desajustada,
para entender, gracias a Farida y a la inenarrable “ipsoterapia”, que “Mi sexo es masculino, pero mi género es
femenino, atraído hacia las mujeres y, para concluir, sumiso. Así es que
resulto lesbiano” La condición y la necesidad de expresión, de comunión, de
sensualidad y sexualidad, sumisión y acción, superando a la simple
identificación de homosexualidad para elevarse a la androginia.
“Acepta tu género. Lo esencial es el modo de amar y tú amas a la mujer,
pero sintiéndote mujer”
Recomiendo, una vez más, esta
inteligente y fina historia en la que nada es lo que parece porque nada puede
circunscribirse a férreos patrones o consideraciones, a hueras afectaciones. Máxime
en este osado requerimiento por una sexualidad que deja atrás la simple
dicotomía macho-hembra, masculino-femenino, pene-vagina, hombre activo-mujer sumisa,
“casi todas las relaciones humanas son,
en el fondo, situaciones de dominación; muy rara vez de equilibrio”, para
hacer de la libertad, de las pasiones, del amor y el sexo, un lugar ideal, y
mágico, donde desaprender lo aprendido, donde abandonar al personaje forjado por
las exigencias de la sociedad, de la religión, de la moral, pero contrario a su
esencia, a su naturaleza interior.
“Me has apresado en la red de tu hombría como el cazador a la
paloma" Me miró sonriente, reconociendo el archifamoso verso del poema de
Leyla y Majnun, mientras yo añadía: "Sólo me quedaría como tu esclava, tu
sierva, tu odalisca." Fui capaz de decirlo con firmeza, mirándole a los
ojos, y cuando le oí responderme que ése era justamente su deseo me arrebató la
ira: "Entonces ¿por qué has sido tan cruel estos días? ¿No me has visto
sufrir esperándote en vano desde mi llegada? ¿Sadismo de leopardo, placer de la
caza?" ... Se levantó, vino junto a mí, se sentó a mi lado y me abrazó por
el hombro, con lo que me rindió: "Te equivocas, gacela mía. Eres tú quien
atrapó al leopardo, le hizo desearte, necesitarte, desde que te adiviné por tus
escritos y me nació un amor que se confirmó con tu presencia. Yo también he
sufrido reteniéndome, pero era menester padecer ambos para llegar ahora a estar
maduros en la exasperación, como el místico que vuela mejor hacia la luz desde
el abismo ... Ha llegado el momento, lejos de congresos y de todo; te recojo en
el límite y juntos construimos nuestro encuentro total. Serás mi odalisca, como
deseas, gacela tiempo esperada. Viviremos como Rumí y su amante Shams, según
cantó en aquel cuarteto que conoces:
En verdad somos un alma única tú y yo
Nos mostramos y nos ocultamos tú en mí, yo en ti.
Esa meta persiguen nuestros cuerpos al enlazarse,
pues tú y yo no existimos ni yo ni tú”
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